Del pódium al banquillo
Los grandes deportistas nacen del deporte de base. Hay que asegurar el relevo generacional
Clausurados los Juegos Olímpicos de Londres 2012, no vale la autocomplacencia. El balance de lo realizado por el equipo olímpico español no es positivo en su conjunto. El número de medallas olímpicas obtenidas continúa reduciéndose y el papel de disciplinas en las que tradicionalmente destacaban los deportistas españoles ha sido poco relevante.
El mayor éxito no estaba pronosticado, el del deporte femenino y las nuevas disciplinas. Y estas circunstancias se producen pese a que, en el deporte de alto rendimiento, los recursos económicos, en lugar de contraerse, se han visto privilegiados.
En esta coyuntura, cabría la reflexión y, más aún, la autocrítica sobre la situación del deporte en España. ¿Qué le está pasando al deporte español? ¿Cómo están dando tan pocos frutos las becas del plan ADO o los programas de alto rendimiento? ¿Será cosa de la crisis?
Es cierto que, en España, el deporte ha adquirido una importancia sin precedentes en las últimas décadas, despertando auténticas pasiones en la ciudadanía. A ello han contribuido las numerosas victorias de deportistas españoles, como Nadal, Lorenzo, Mengual, Contador, Gasol, Edurne Pasabán, entre otros, o las selecciones nacionales de fútbol y baloncesto.
La prueba de esta creciente pasión es que una parte significativa de la población española emplea su tiempo libre en ver deporte por televisión (entre el 60% y el 70%, según datos del CIS) o en asistir a espectáculos deportivos (el 47%). También son numerosas las personas que reconocen a los grandes deportistas, a quienes los medios idolatran y la juventud intenta emular. Estos datos contrastan, sin embargo, con otra realidad, y es que tan solo cuatro de cada 10 españoles hacen deporte (la mitad que en Noruega o Finlandia).
Habría que preguntarse, por tanto, si esa pasión es solo por el deporte espectáculo y si está alimentada por el triunfalismo mediático de la alta competición. Aún más, si no es más que una estampa retórica que esconde un preocupante vacío y que corre el riesgo de ser algo efímero, al no estar basada en una cultura de la práctica deportiva bien arraigada en la población.
¿Cómo están dando tan pocos frutos las becas del plan ADO o los programas de alto rendimiento? ¿Será cosa de la crisis?
Como respuesta a estas preguntas me postulo por la tesis de que, en las últimas décadas, la política deportiva española le ha dado al deporte de competición una prioridad excesiva. Pese a ello, los éxitos del deporte español en los últimos 20 años han sido fruto de la herencia del pasado, y no el resultado de una continuada planificación deportiva. Es decir, que, deslumbrados por los éxitos de Barcelona 92, y hecha la apuesta por el deporte de alta competición, se nos ha acabado el combustible y, salvo contadas excepciones, no tenemos garantizado el relevo generacional.
No en vano, el grueso de la inversión pública realizada por nuestro país en instalaciones y equipamientos deportivos se hizo antes de 1995 (el 84% del total). Además, el importante aumento experimentado en la práctica deportiva de los españoles (un 17% entre 1975 y 1995) se debió a los recursos destinados a través de los programas de promoción del deporte de base, con la Ley 13/1980 General de la Cultura Física y el Deporte, y el impulso de las campañas de Deporte para Todos de los años ochenta.
Pero, en la antesala de Barcelona 92, la citada Ley fue derogada por la Ley 10/1990 del Deporte, cuya orientación perseguía la consolidación del deporte de competición. Se aumentaron los recursos públicos destinados al deporte de alto rendimiento, en detrimento de los recursos asignados a la educación física y el deporte para todos. Y ello proyectó una imagen elitista del deporte, que podría haber desalentado su práctica entre la ciudadanía, especialmente entre los más jóvenes y en unas disciplinas deportivas más que en otras.
No en vano, la encuesta del deporte realizada por el CIS refleja que, entre 1995 y 2010, solo ha aumentado en un 1% el porcentaje de españoles que realizan deporte. A su vez, las disciplinas más representativas de la modernización del deporte español (como el tenis, el baloncesto, el balonmano o el atletismo) son precisamente las que vienen padeciendo en las dos últimas décadas una progresiva merma de practicantes (entre uno y dos tercios menos que en 1990). De hecho, sus federaciones se muestran preocupadas por las dificultades para crear “cantera” con que reemplazar a los Gasol, Nadal, Barrufet y tantas otras figuras del deporte español. O sea, que, paradójicamente, el éxito de estas disciplinas en el ámbito de la competición se ha convertido en la principal causa de su evanescencia.
Esta reflexión puede contribuir a un debate serio sobre las dificultades que ha mostrado el deporte español en Londres 2012, más allá de las candilejas de éxitos puntuales. Estoy convencido de que los grandes deportistas nacen a través del deporte de base, y de que, si este no es apoyado, no tendremos garantizado el relevo generacional de nuestros actuales grandes campeones. Una política basada exclusivamente en apoyar el deporte de competicion es, a largo plazo, su peor enemigo. Si ese apoyo no va acompañado de una adecuada política que promocione el deporte de base, el futuro del deporte olímpico español se atisba poco halagüeño.
David Moscoso es profesor de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) y responsable del Comité de Sociología del Deporte de la Federación Española de Sociología (FES).
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