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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Recesión alcohólica

La velocidad, el estado del asfalto, la calidad del vehículo y la serenidad del conductor influyen en la siniestralidad vial

MARCOS BALFAGÓN

Parece lógico suponer que el siguiente paso en la lucha sin cuartel contra los accidentes y la mortalidad en la carretera sea la exigencia a los conductores de una tasa cero de alcohol en sangre. La tasa legalmente permitida ahora es de 0,5 gramos por litro de sangre o 0,25 mililitros por litro de aire espirado. Si este límite ha reducido la siniestralidad viaria, podría concluirse que bajarlo a cero reduciría las muertes por accidente hasta situarlas en aquellas que se producen por fallos mecánicos o imprevistos catastróficos.

Pero la lógica no siempre funciona plenamente en la vida real. Si la Dirección General de Tráfico está considerando que debe cambiar la ley para imponer una tasa cero de alcohol, debería tener en cuenta además dos factores decisivos: ¿existen los aparatos con la fiabilidad suficiente para medir el cero absoluto de alcohol descontando los efectos parecidos que producen algunos fármacos? y, sobre todo, ¿tiene la Administración española capacidad para vigilar que la norma de alcohol cero se cumple?

Después de responder a ambas preguntas, es el momento de recordar el lugar común que dice que el alcohol es la mayor causa de muertes en la carretera. Otras evidencias gozan de menor reconocimiento público. Por ejemplo, la Administración socialista, con notable éxito, optó por culpar a los conductores de la siniestralidad vial, aumentó la eficiencia en la imposición y cobro de multas e implantó el sistema de puntos. Pero era público y notorio que en los accidentes de carretera cuentan no solo la velocidad, sino el estado del asfalto, la calidad del vehículo y la destreza del conductor. Resulta que la opción de responsabilizar a los conductores, necesaria sin duda, es más barata que construir buenas carreteras, cuidarlas con esmero o afrontar una renovación del parque automovilístico; y menos conflictiva que reformar las autoescuelas o exigir rigor en sociedades médicas que aprueban las revisiones del conductor.

Conclusión: el pretexto de la tasa cero de alcohol, si llega a convertirse en norma, hay que buscarlo en la recesión, que no deja margen para políticas de gasto en infraestructuras e interrumpe la modernización de los coches en circulación. El conductor seguirá siendo el único responsable.

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