La gestión de los errores
Una fuente que advierte periódicamente de errores que alberga el diario son los propios lectores. Transcribo algunos de los casos remitidos. Hay un tipo de equivocación que puede detectarse simplemente con una lectura atenta del texto porque no obedece a un arcano error documental, sino que se produce al organizar el relato de la noticia, lo que apunta a un descuido en la edición. Varias de las pifias reseñadas han sido corregidas. Otras se han ignorado. Pero el trámite para documentarlas y corregirlas a través de la Fe de errores no está suficientemente engrasado y funciona de forma muy irregular. Un fallo persistente es que una corrección de un error en la edición digital o la impresa no se traslada a la otra edición si ha sido publicada en ambas. Se hizo muy correctamente, por ejemplo, en una Fe de errores sobre un gráfico del copago farmacéutico, que se corrigió en la edición impresa (25 de junio) y se reprodujo la nota en la versión digital, que modificó la infografía. Por el contrario, una corrección publicada en el diario sobre los viajes de Rajoy al extranjero (27 de junio) no se reprodujo en la edición digital, que mantiene el error. La semana pasada, un lector, Antonio, avisó sobre que un artículo de Opinión (2 de julio) contenía una alusión al Consejo de Europa cuando debía referirse al último Consejo Europeo de la UE. No ha sido rectificado.
Hay episodios más añejos. José del Val reportó una equivocación en un pie de foto de la edición impresa de Babelia, corregida en la digital, en el que aparecían Eva Braun y Adolf Hitler y se indicaba que la misma estaba tomada… en 1951. Abría el mensaje con una reflexión general. No es un asunto nuevo el número de errores en el diario (ya tratado anteriormente por otros defensores del lector), y lo lamentable es que se siguen produciendo, y algunos garrafales, que demuestran la falta de controles internos o, al menos, de su eficacia. Tras la advertencia de un lector, Luis González, se publicó una Fe de errores a propósito del que albergaba el artículo La fanática moderación británica en el que se citaba una carta remitida a Lenin en 1926 cuando el destinatario fue Stalin. Lenin había fallecido en enero de 1924. Y, muy correctamente, se incorporó en la versión digital como tal, al tiempo que se subsanaba el error en el texto.
El escrutinio de los lectores alcanza muchos resquicios. Quim Ruiz señalaba en abril una confusión de cifras a propósito de las empresarias de moda Mary-Kate y Ashley Olsen. La frase publicada en la edición impresa decía: Su imperio de la moda ha superado ya los 1.000 millones de dólares (760.000 euros)…. Y comentaba, ¿Tanto se ha devaluado el dólar? ¿Esta revaluación galáctica del euro es la causa de la crisis económica? ¿O, simplemente, hay un flagrante —y repetido— error de escala?. La errónea conversión en euros de la cifra fue suprimida en el cuerpo del texto de la versión digital, pero no en el subtítulo de la misma, sin mayores avisos. No aclarar el error puede inducir otro nuevamente. En junio, otra información sobre las Olsen cifraba, esta vez, su facturación en 760.000 millones de euros. Ahora sí. Se publicó una Fe de errores sobre esta última, que se incorporó perfectamente en la versión digital para avisar del cambio del texto original.
Otros lectores apuntan otro tipo de errores. Como la expresión merienda de negros usada en la noticia Una máquina de devorar caudillos. Como comenta Alfonso Bara, creo que huelga decir y lamentar terriblemente lo inapropiado de tal expresión, de marcado cariz racista. Y ello, sin entrar en el capítulo de la corrección gramatical que periódicamente trato en el blog.
Este año, el diario ha publicado algo más de 70 textos de Fe de errores. The New York Times, según sus propias cifras, reconoció el año pasado 3.500 en su edición impresa. En esta edición las ubica en la página del sumario en un espacio que suele ocupar cuatro columnas y las ordena por secciones. No es precisamente un espacio escondido. ¿Es que EL PAÍS se equivoca menos que otros colegas internacionales? Es fácil suponer que, por desgracia, no es esta la razón. Simplemente, hay menos automatismo en la publicación de los mismos. Un ejemplo. Al buzón del Defensor llegó una rectificación del Ayuntamiento de Berzosa del Lozoya sobre una información de las cuentas opacas de la gestión municipal en la que, en una línea del despiece, y remitiendo a los datos públicos que suministra la Cámara de Cuentas, figuraba mencionado como uno de los municipios que no ha rendido las citadas cuentas en 10 años. El Ayuntamiento remitió una carta en la que adjuntaba un documento de la citada Cámara donde se reconocía que el año pasado había entregado las cuentas de varios años. La petición de corrección llegó un mes más tarde de la publicación de la noticia. A pesar de la tardanza en señalarlo y de que el origen del error estaba en la documentación oficial, debería haberse gestionado su publicación. Los errores no prescriben, se subsanan.
Un estudio de Scott Maier publicado en 2010 sobre 1.220 noticias en la prensa estadounidense y que albergaban algún tipo de error, afirma que únicamente 23 de ellas fueron documentadas por el propio medio como una equivocación, lo que supone un porcentaje de corrección inferior al 2%. Un penoso índice sobre el reconocimiento del error que lamentablemente no es un problema doméstico de la prensa de aquel país.
En la anterior versión del interfaz de la edición digital aparecía en cada noticia una pestaña, Corregir, que permitía al lector advertir a los editores de la existencia de un error, tanto de tipo ortográfico como factual. Este botón ha desaparecido en el nuevo diseño digital, aspecto que lamenta, por ejemplo, Simón Litvak. A falta de esta herramienta, muchos lectores utilizan la plataforma de los comentarios a la noticia para señalarlos. Cuando la redacción, a raíz de este tipo de advertencias, procede a la corrección debería informarse en una nota al pie de la noticia de que se ha realizado la misma para que los comentarios que previamente lo subrayaban no queden sin sentido ante un nuevo lector que no entenderá el motivo de la queja en los comentarios al haber desaparecido la causa. La nueva herramienta de edición digital para la redacción contiene una pestaña específica para publicar Fe de errores en una noticia. No se emplea todas las veces debidas.
En primera instancia, es el autor de la información quien, tras cerciorarse de que se trata de tal, debe gestionar su publicación en el apartado correspondiente de la sección de Opinión, en la edición impresa, o en la noticia digital. El Libro de estilo establece claramente que el diario ha de ser el primero en subsanar los errores cometidos en sus páginas, y hacerlo lo más rápidamente posible y sin tapujos. Esta tarea recae de manera muy especial en los responsables de cada área informativa. No obstante, todo redactor tiene obligación de corregir sus propios originales. Como aclara el Libro de estilo, los duendes de imprenta no existen. Cuando se comete un error, se reconoce llanamente, sin recursos retóricos. Y ello debe hacerse cualquiera que sea la dimensión del mismo. Como señala Craig Silverman, responsable de una sección sobre errores en la prensa anglosajona (Regret the error) en Poynter.org, considerar los pequeños errores como insignificantes disminuye la importancia que se da a la precisión y conduce a una pendiente peligrosa sobre la idea de exactitud.
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