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Tribuna
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En las garras de la economía

Estamos en manos de los inversores, que no prestan si no ven rentabilidad asegurada

A la luz de los últimos acontecimientos, Marx sigue teniendo razón: la economía tiene una repercusión tremenda en todas las actividades sociales, e incluso las determina. Todo es economía, al menos desde que empezó la crisis, y todos nos empeñamos en entender algo de sus arcanos, para intentar comprender lo que nos pasa. Leemos a los economistas de guardia que aparecen en los periódicos, oímos sus opiniones en los medios audiovisuales, esperamos de ellos la luz que nos falta. Paul Krugman se convierte en un oráculo, cuando no en un gurú, y nos echamos a temblar cuando hace sus pronósticos, que tan directamente nos afectan. Los economistas incluso aparecen en los programas televisivos de máxima audiencia y allí vierten sus opiniones sobre nuestra particular zozobra española, unas veces con sombrío pesimismo y otras con más esperanzador horizonte. Por tanto, como sugería Marx, todo es economía y según como vaya la economía así irán otras actividades de la vida social, puesto que, en último término, dependen de ella.

Semejante dependencia siempre nos ha parecido a muchos una exagerada determinación y siempre nos hemos afiliado al pensamiento de los que, sin dejar de tener un profundo respeto por el pensamiento de Marx, han buscado zonas de relativa autonomía de esas otras actividades humanas (que él llamaba superestructurales). Cuando un escritor escribe o un pintor pinta, ¿acaso sus actividades tienen algo que ver con la economía que define a las sociedades en las que despliegan su actividad esos creadores? En algún sentido, seguro que sí, pero en todos los sentidos. Walter Benjamin, por ejemplo, creía a fondo en esas interconexiones. Cuando estudió la poesía de Baudelaire señaló que su imaginación absorbía en parte un mundo legado por las escorias del capitalismo aunque consiguiera imprimir en él los vuelos de sus ilimitadas sensaciones, completamente idiosincrásicas, sugiero que más relacionadas probablemente con su historia personal y familiar que con su historia social.

Por tanto, la imaginación poética no es del todo independiente de la infraestructura económica, puesto que hace frente a las consecuencias de aquella; pero, a la vez, es independiente de ella,  puesto que transforma todo ese material objetivo en una nueva realidad que es como una recreación que recrea a la causa misma, haciéndola desaparecer del mapa, obligándola casi a agachar la cabeza (el espíritu triunfa, la materia – la sucia economía - sucumbe).

Nos agarramos a este o a otros ejemplos para imaginar una vida humana libre de ese submundo en donde se juega lo que parece más lejano al espíritu: la verdad del tejido económico que hace posible el resto de las actividades, incluidas las artísticas. De acuerdo pero, si no se vendieran los libros, ¿existiría literatura? O, si no se vendieran los cuadros, ¿existiría la pintura? O, si no se proyectaran las películas en espacios públicos, ¿existiría el cine? Irrefutable encrucijada, desde luego, pero, a pesar de ella y de lo pegajosa que es, necesitamos escaparnos de esa ley económica que dice que todo es economía, incluso cuando parece que no lo es.

Ni los artistas, los más espirituales de los seres humanos, se escapan de la economía 

Sí, sí, de acuerdo, pero …los artistas también buscan rendimiento a sus creaciones como cualquier empresario busca el máximo rendimiento a su inversión. Sí, los artistas también buscan el máximo rendimiento a sus productos y, si no dinero directamente – que también -, buscan ser reconocidos, tener un lugar destacado en la sociedad, ser invitados a fiestas, aparecer muchísimas veces en Google, tener multitud de presencias fotográficas en el ciberespacio, viajar muchas veces para pasear por el mundo su respetabilidad conseguida con sus esfuerzos creativos…¿Es eso dinero? Bueno, no es exactamente dinero, pero es como si lo fuera: es lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llama beneficios simbólicos, tan importantes o más que los estrictamente económicos.

Por tanto, parece imposible escaparse de las garras de la economía. Ni los artistas, los más espirituales de los seres humanos, parecen conseguirlo, como se ve. Ni, por supuesto, sus mediadores, los que dan valor a sus productos y los esgrimen como pura mercancía en el universo de las mercancías. Estamos en las manos de los inversores multinacionales, que no prestan si no ven rentabilidad asegurada a sus préstamos. Padecemos los terroríficos recortes en ámbitos como la educación y la sanidad porque, si no, los inversores no nos prestan (¡y qué contentos se ponen algunos para, con esa excusa, hacer valer su eterno odio a lo público y socavarlo, si pueden!). Somos rehenes absolutos de la economía y sus garras, y es casi imposible que el estado de ánimo se pueda escapar de ellas. ¡El estado de ánimo! Estamos tristes, apesadumbrados, incluso angustiados, tanto o más que los personajes atrapados en la inmensa totalidad – Rothko dixit - de la Melancolía de los cuadros de Hopper. Nuestra tristeza es la de sabernos presos en las garras de esa Siniestra, causante de tantos desastres y dolores, y no vemos cómo quitárnosla de encima. ¿Tenía o no tenía razón Marx?

Ángel Rupérez es escritor. Su próxima novela, Sensación de vértigo, aparecerá en otoño.

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