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Columna
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La huella

Lo malo que tienen las profecías apocalípticas, expresadas día tras día con desastroso entusiasmo, es que acaban cumpliéndose

Manuel Rivas

Esa huella dactilar es nuestra huella. La de la persona que firma con el dedo pulgar un documento bancario, una preferente, que ahora vemos como una de las trampas ratoneras desplegadas para atrapar el dinero honrado. Esa huella es un mapa, un lugar psicogeográfico. Es la huella de la España engañada, la huella de todos. En sus surcos hay mucho sudor, mucho trabajo, mucha confianza traicionada. Dicen que esa huella es la firma de un analfabeto. Pero analfabetos, en esta crisis, analfabetos somos todos, salvo los Grandes Pillos Especuladores y los impasibles Very Serious Person que administran los clavos del ataúd europeo, allí donde tienen enterrado al señor Keynes y la alternativa a la recesión. Ayer, cuando reparamos en la huella dactilar, como una fotografía aérea de dunas amenazadas, se anunciaba un probable “rescate” de España este fin de semana. De producirse, un rescate finalmente obligado por el inmenso cráter en la deuda privada y no por las cuentas públicas. Esa es parte de la ocultación que hemos sufrido para justificar el desmontaje de nuestro mejor patrimonio: sanidad, educación, energías renovables e investigación. Así que estamos en manos de ilustres analfabetos. Y de una tripulación gubernamental de “abogados del Estado”, muy diligentes a la hora de cargarse el Estado. En los últimos días ha habido un intento del Gobierno para huir del discurso auto-destructivo. Lo malo que tienen las profecías apocalípticas, expresadas día tras día con desastroso entusiasmo, es que acaban cumpliéndose, se pegan a uno como granos en el culo. La crisis económica está teniendo un correlato de suspensión democrática y moral. Pensemos en la ley del silencio impuesta en el Parlamento. O en la impúdica amnistía fiscal, que debe causar sonrojo hasta a los blanqueadores. En las encuestas, nueve de cada 10 ciudadanos ven la realidad española en clave de novela negra: el deshojar de una cebolla pestilente. Menos mal que nos queda la huella dactilar.

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