Nuevas tendencias en la cocina
Detecto movimientos radicales en el mundillo gastronómico. Novedades muy agresivas. No los he visto en congresos gastronómicos, ni en el Club del Gourmet, ni en esos restaurantes de alta cocina solo al alcance de unos pocos elegidos que pagan y de los periodistas del gremio que vamos gratis.
La auténtica y más amenazadora vanguardia culinaria está cada vez más en las webs de noticias, donde esta semana he podido rastrear distintas tendencias que subvierten las convenciones. Siempre se nos ha dicho que el canibalismo está mal, por ejemplo. Pues parece que ahora es tendencia, al menos en Japón y en Estados Unidos. Como en una pesadilla pos-Adrià, el artista del país del sol naciente Mao Sugiyama decidió hace mes y medio cortarse los genitales y cocinarlos en plan sofis. El tipo anunció el evento por Twitter y consiguió que otros cinco individuos más enfermos todavía que él pagaran más de 200 euros por saborear su pene, testículos y escroto.
No habiéndome recuperado aún del soponcio de ver las fotos del banquete, me di de bruces con otra nueva más inquietante si cabe. En Miami, un hombre desnudo fue abatido por la policía al ser encontrado comiéndose la cara de otro, también desnudo, en un paso elevado. No pregunten por qué ni por qué no, estoy hablando yo: no se sabe si era un ritual, un mal viaje, un homenaje a Sugiyama o simplemente tenía hambre y se preguntó: ¿qué tal estará la cara de este señor?
Por suerte, las novedades gastro que he percibido en España han sido más pacíficas, hasta cierto punto. La semana pasada ya hablé de refilón del caso Krahe, que inaugura la moda de juzgar a gente por cocinar Cristos. Nada que añadir, salvo una leve nostalgia por la hoguera como método de resolución de esta clase de pleitos. Karlos Arguiñano, por su parte, ha inventado una figura que también podría ser tendencia, que es la del cocinero analista de la actualidad. El vasco se despachó en su programa contra los banqueros “gánsteres” y el Gobierno que les da dinero mientras recorta en sanidad y educación. Algo que en el mundo blando, buenrollista y fóbico a cualquier enfrentamiento en el que se mueven nuestros grandes chefs supone toda una revolución. Bien por él: estoy a favor de los cambios, de la cocina política, de la religiosa y, ya puestos, de la antropofagia, siempre que sea consentida.
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