La lección de François Hollande
Qué lección nos ha dado a los españoles François Hollande, qué ejemplo, en sus dos primeros actos públicos después de su consagración como presidente de la República Francesa. El primero, ante el monumento a Jules Ferry, inspirador de la obligatoriedad de la escuela pública, gratuita y laica para todos los niños. Rodeado de profesores y de escolares de diferentes colores y etnias, o sea, de niños franceses, ha exaltado la importancia de la formación profesional de los docentes, mejores condiciones de trabajo para los mismos, y la preferencia que piensa otorgar a la enseñanza en las zonas desfavorecidas de todo el país.
Inmediatamente después no se ha desplazado a la Bolsa, ni al banco nacional, ni a los misteriosos escondrijos de los mercados y agencias calificadoras, sino al monumento a Marie Curie: triple homenaje a la integración de una inmigrante polaca, a una mujer investigadora, y a la ciencia francesa, cuyo desarrollo ha prometido fomentar, rodeado en esta segunda visita de un nutrido grupo de investigadores de varias generaciones y orígenes. O sea, de científicos franceses.
Envidia de la mala, sí, es la que siento. No ha suprimido de un plumazo el Ministerio de Ciencia, ni ha anunciado que desaparecerán en breve cientos de puestos de docentes, ni ha suprimido becas ni aumentado el coste de las matrículas, ni ha dejado de convocar oposiciones para funcionarios de organismos dedicados a la investigación. Francia también está en crisis, pero el primer mensaje de su nuevo presidente es un mensaje de confianza, de esperanza y de apertura de espíritu. Inmediatamente después, con una nueva visión de los problemas económicos europeos, lo esperaba el avión que lo llevaría a Alemania.— Dolores Soler-Espiauba.
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