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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Carné de turista en Holanda

Las retricciones a los foráneos en los 'coffee shops' responden más a una batalla contra el turismo que contra el cannabis

SOLEDAD CALÉS

Mientras en América Latina se retoma el debate sobre la despenalización de las drogas, en Holanda se inicia el recorrido inverso. Puede que los coffee shops, en los que se vende tan legalmente el cannabis como en las carnicerías las pechugas de pollo, hayan generado demasiados problemas a la población. Pero también puede que no sea una casualidad el hecho de que el cierre parcial de estos establecimientos haya llegado al compás de Gobiernos conservadores y de una pérdida gradual de la tradicional tolerancia holandesa. El hecho es que desde el martes los coffee shops de las provincias del sur —Brabante, Limburgo y Zeelandia— no están autorizados a vender cannabis más que a los residentes con carné de consumidor, razón por la cual, en señal de protesta, han cerrado sus puertas a todos.

A los últimos Gobiernos holandeses les molestaba que los extranjeros viajaran al país en busca de esa rareza que permitía comprar y fumar porros con la tranquilidad que otorga la plena legalidad.

Desde octubre pasado, los coffee shops solo podían vender a los residentes y a los extranjeros limítrofes (belgas y franceses). Ahora, ni siquiera a ellos. Solo los consumidores nacionales tienen acceso a las variedades de cannabis que estos comercios ofrecen. Es una guerra al llamado turismo de la droga y también a los perniciosos efectos para la salud de algunas de las modalidades de marihuana, según las autoridades. Pero eso no explica por qué se prohíbe su acceso solo a los extranjeros, en vez de controlar tales variedades para todos.

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Sea como fuere, los coffee shops están en huelga y Holanda ha perdido un indudable atractivo para muchos de los turistas que acudían a disfrutar también de su arquitectura, de sus ciudades sin coches y sus canales navegables.

Este riquísimo país cuya economía no se sustenta en el turismo se suma a esa creciente ola de restricciones que afectan al foráneo y que da a entender que el problema no es ni la prostitución ni la droga. El problema es el turismo sexual, el turismo de la droga y ahora, también, el turismo sanitario. Tal como se están poniendo las cosas, quizá habrá que empezar a solicitar carnés de turista sano e intachable para poder salir de casa.

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