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Tribuna
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Reinventar el Banco Mundial, otra vez

El verdadero reto del organismo está en darle una dirección que refleje en mundo tal como es y adaptar sus herramientas en consecuencia

Ana Palacio

Con tres candidatos a ser el próximo presidente del Banco Mundial –la ministra de Economía y Finanzas de Nigeria, Ngozi Okonjo-Iweala, el exministro de Finanzas de Colombia, José Antonio Ocampo, y el candidato de Estados Unidos, que es el rector de Dartmouth College, Jim Yong Kim–, es momento de tomar distancia y analizar la trayectoria del Banco y su proyección futura. El próximo presidente deberá tener una visión clara del camino a seguir y el peso necesario para soportar las presiones internas de la institución. De lo contrario se verá devorado por su compleja maquinaria y sus procedimientos laberínticos.

La opinión pública centra su atención en la trayectoria y especialidades profesionales de cada candidato, en particular sus credenciales económicas y financieras. Pero el verdadero reto está en dar al Banco Mundial una dirección que refleje el mundo tal como es y adaptar las herramientas del Banco en consecuencia. Es inevitable que el nuevo rumbo dependa, en parte, de la capacidad de reconocer que la economía y las finanzas, pese a ser elementos fundamentales de todas y cada una de las áreas de actividad del Banco, han de dejar de ser los principales motores de la institución.

Los instrumentos tradicionales del Banco Mundial han sido (y siguen siendo) los préstamos a bajo interés, los créditos sin intereses y los subsidios. Pero la filosofía central de la institución ha consistido siempre en prestar dinero con intereses a países de renta media y canalizar los fondos obtenidos hacia los países más pobres que cumplen los requisitos de elegibilidad. Hoy, debido a la condicionalidad de sus préstamos, el Banco está perdiendo competitividad frente a los numerosos actores públicos y privados que pueblan el ámbito del desarrollo. Paralelamente, por contra, el Banco emerge como fuente vital –indispensable— de experiencia, conocimientos y asistencia técnica, además de cómo proveedor de bienes públicos globales.

La organización debe alejarse de la idea de ser el “Banco de Occidente”, el “de los BRIC” e incluso, ya puestos, un banco

Desde estas premisas, el Banco debe esforzarse por entender las realidades de los países que son sus clientes, en lugar de pontificar, y por mantener el equilibrio entre su trabajo país por país y su papel a escala mundial. Mientras su función crediticia, que progresivamente se centra en los países más pobres se agosta, el Banco debe adoptar la estructura de plataforma versátil de servicios, consultoría estratégica o “banco del conocimiento”. La organización debe reformular su misión y alejarse de la idea de ser el “Banco de Occidente”, el “Banco de los BRIC” o, sencillamente, un banco.

Lo que hoy resulta innegable es que cada vez hay más intolerancia hacia el mal gobierno y la corrupción, un rechazo colectivo que se ve en países tan distintos como Birmania, Congo, Rusia y Bolivia, por no hablar de los países árabes, desde Siria hasta Marruecos. Al tiempo, la mayor amenaza al orden internacional la representan los Estados en declive, fallidos, que han sufrido conflictos o que aún los sufren.

Desde hace dos décadas, en el contexto de la introspección desencadenada por la caída del comunismo, el Banco Mundial ha introducido la gobernanza y la lucha contra la corrupción en sus programas de crecimiento económico y reducción la pobreza en el mundo en vías de desarrollo. Sin embargo, sin perjuicio de la retórica elocuente, estos cambios lo han sido por adición, superponiéndose a las actividades tradicionales del Banco, sin incorporarse en su ADN organizativo.

Ninguna otra institución puede hacer realidad las inmensas posibilidades del Banco como centro de conocimiento

El Banco se ha centrado demasiado en sí mismo y su reputación, más que en los países a los que asesora y en los que trabaja, y ha abordado el fortalecimiento institucional como parte intrínseca de la agenda de crecimiento. Como consecuencia, el Derecho, que constituye el fundamento de la construcción institucional, se ha considerado como una mera caja de herramientas. Así, el derecho de propiedad, el cumplimiento de los contratos, las condiciones para el establecimiento de negocios y los mercados libres y competitivos de productos y de trabajo, se han venido considerando instituciones fundamentalmente económicas; idea equivocada que recientemente volvía a expresar el execonomista del Banco Mundial y actual gurú del desarrollo, William Easterly.

Además, la interpretación tradicional del Tratado Constitutivo supone una “neutralidad” que se ha venido traduciendo en la voluntad de pasar por alto el carácter de los regímenes de los países receptores y la falta de responsabilidad de sus gobernantes ante el pueblo. Irónicamente, el mismo Banco Mundial cuyo antiguo presidente, Robert McNamara, transformó hace casi 50 años, en el apogeo de la descolonización, en instrumento clave de la lucha contra el comunismo, ve hoy el “Consenso de Pekín”, que se fundamenta en el control férreo del Partido Comunista Chino sobre el país, como un modelo alternativo de desarrollo.

Desde estos planteamientos, un “banco del conocimiento” debe abordar tres retos. Debe mejorar el apoyo al sector privado y dar prioridad a las infraestructuras, en sentido amplio, que son el sustrato necesario para el florecimiento de la iniciativa individual. Debe apostar por la excelencia en materia de formación, en particular formación de cuadros administrativos, marcando énfasis en los aspectos legales e institucionales. Por último, la lucha contra la corrupción y para el buen gobierno debe constituirse en núcleo de su misión.

La comunidad internacional no puede permitirse un Banco Mundial anclado en el pasado y progresivamente irrelevante. Ninguna otra institución puede equipararse en las inmensas posibilidades del Banco como centro de conocimiento y coordinador de políticas de desarrollo. El mandato del próximo presidente será crucial para la consolidación del éxito o la decadencia de una institución que el mundo necesita desesperadamente en este nuevo siglo.

Ana Palacio es abogado, exministra de Asuntos Exteriores y ex senior vicepresident y general counsel del grupo Banco Mundial.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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