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LA REINA DE LAS FAJAS

Rica a costa de tus michelines

Su caluroso trabajo en un parque de atracciones y sus propias inseguridades inspiraron la idea Sara Blakely inventó la faja reductora Spanx, que ha arrasado entre las famosas de Hollywood Catorce años después, acaba de estrenarse en el club de milmillonarios de la revista 'Forbes'

Sara Blakely, en un retrato promocional
Sara Blakely, en un retrato promocional

Cada persona tiene su idea del sueño americano. Para los conformistas consiste en tener una casa, una familia y un buen trabajo para pagarles los estudios a los hijos. Para los ambiciosos, los que no aceptan portazos en la cara, es llegar con una idea a lo más alto. Con 41 años, Sara Blakely ya es parte de ese 1%. Por méritos propios, esta estadounidense ha entrado en el club de milmillonarios de Forbes. Revista que precisamente le dedica su portada este mes.

Blakely creó hace 14 años las populares fajas reductoras Spanx, cómodas prendas moldeadoras que disimulan michelines sin cortar la respiración y que han hecho furor entre las estrellas de Hollywood. Hoy sigue tratándose del show de una sola mujer, aunque las cosas ya no dependan tanto de ella. Con su ejemplo da un giro a aquel dicho de que nunca se puede ser demasiado rico ni demasiado delgado; ella es la prueba de que se puede ser rico ayudando a otros a sentirse delgados.

Todo empezó con su culo como inspiración. Sus medias sin pies surgieron fruto de la desesperación que tuvo como consumidora amante de la ropa, que alimentó su intuición mientras se empapaba de ideas para dar vida a lo que le rondaba por la cabeza. Entonces era soltera, tenía 5.000 dólares ahorrados y trabajaba como vendedora para una empresa especializada en material para oficinas.

Oprah Winfrey disparó su popularidad al mostrar las fajas en su programa

Dedicó un año a planificar en secreto el lanzamiento de Spanx, no tanto porque le fueran a robar la idea, sino para evitar que se la echaran abajo en su entorno. En paralelo, quería estar segura de que su particular faja no violaba ninguna patente. Un producto al que, como dicen los bancos de inversión de Wall Street, no parece que nunca le vaya a faltar demanda. “Eso me creó un debate interno muy intenso. No podía creerme que no existiera”, explica la empresaria por teléfono a EL PAÍS.

“El principal reto para la mujer de negocios es que se la subestima”, reflexiona. “Eso fue lo que me motivó a seguir intentándolo”. Por ello, añade, dedica parte de su fortuna a apoyar a otras mujeres, “no estoy aquí solo para hacer bonitos sus culos”.

La opción más tentadora habría sido la de ofrecer su idea a una gran marca de ropa interior, que le compraran la patente y llevarse así parte de los ingresos. Hubo algún acercamiento de un rival, pero fue más bien con intención de replicar su faja. “Al final”, revela, “lo que consiguieron es generar más atención, hacer publicidad de esa categoría de productos”.

Una modelo con una de las prendas moldeadoras de su marca
Una modelo con una de las prendas moldeadoras de su marca

Antes del lanzamiento, Blakely vivió una especie de pesadilla. Tras no superar los exámenes para avanzar en su carrera de leyes, se plantó en el parque de atracciones de Walt Disney en Orlando (Florida) para dar vida al muñeco de Goofy. No pasó la selección, pero logró un trabajo en el ya desaparecido World of Motion. Aguantó tres meses. Después se pasó siete años vendiendo máquinas de fax.

El calor que sufrió yendo de puerta en puerta y acomodando a los visitantes en las atracciones le abrió la mente. Buscaría la solución a un viejo tormento de la mujer moderna: “Durante años, las mujeres han padecido innecesariamente para ir a la moda”, explica; “no había preocupación por hacer que este tipo de prendas fueran más cómodas y funcionales”.

La empresaria, que ya de niña buscaba siempre la manera de ganarse unas perras, cuenta que el hecho de ser ella misma quien vendiera las fajas reductoras le permitió entender muchas cosas del proceso de comercialización y de las necesidades de sus clientes. Y así, de una mesa plegable a la entrada de los almacenes Neiman Marcus creció hasta convertirse en una compañía que vende en 40 países.

Une empresa gestionada por mujeres

Spanx es para las fajas reductoras como la marca Tiritas para los apósitos o Kleenex para los pañuelos desechables. Prácticamente un nómbre genérico. La compañía con sede en Atlanta (Georgia), propiedad cien por cien de Sara Blakely, está valorada en mil millones. La sociedad no cotiza, por lo que debe publicar sus cuentas. Es rentable desde el primer día y su facturación anual se estima que supera los 250 millones de dólares. Sí se sabe que cuenta con un equipo de unas 125 personas, entre las que poco más de una quincena son hombres.

Y lo que empezó como un nuevo tipo de prenda para mujeres incluye más de 200 productos para ambos sexos. Es solo el comienzo, anticipa Blankely, porque el proceso de expansión internacional puede disparar estos números hasta doblarlos en un par de años. “La recepción está siendo excepcional”. Eso le llevará a abrir un centro de distribución en Alemania. También una nueva web en ese país y en Reino Unido. “Vamos a ser muy agresivos en Internet, es una herramienta muy poderosa”.

Se podría hacer un cierto paralelismo entre Spanx y la marca Zara. Blakely no tenía dinero para publicidad, así que para vender su mercancía tiró del boca a boca. Con maestría, fue captando la atención de los medios hacia su historia y su producto. La explosión de popularidad, y de ventas, llegó cuando Spanx salió en el programa de Oprah Winfrey bajo la etiqueta “mi producto favorito”.

Como advierten los asesores fiscales en EE UU, el gran reto al lanzar una empresa es estar a la altura de responder a los pedidos cuando se dispara la demanda. Cuando la popular presentadora –y ahora compañera en el club de Forbes– mostró al mundo el producto en noviembre de 2000, Spanx no disponía de portal en Internet. Lo logró, y ahora ni la célebre Kim Kardashian se resiste a llevar la prenda para moldear sus curvas.

Blakely, una mujer segura, se atrevió en 2010 a romper la barrera del género y empezó a desarrollar sus prendas de compresión para hombres que quisieran esconder barriga o michelines. Y por muy calurosas e incómodas que les parecieran inicialmente, también las han abrazado con fervor.

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