Karlovy Vary (Chequia), la ciudad donde todo el mundo bebe agua
(Dedicado a Arabic, Nieves, Laura A. y Cristina Santorio, que me recomendaron venir aquí)
La República Checa es mucho más que Praga. Desde luego.
Y si hubiera que elegir un lugar para empezar este recorrido por esa otra Chequia fuera de la capital sería Karlovy Vary, la ciudad de Bohemia desde la que hoy escribo. Karlovy Vary es como una ciudad de cuento de hadas encajada en un estrecho y alargado valle por el que discurre el río Tepla (caliente, en checo).
Todo el casco viejo de Karlovy Vary es un decorado historicista cuajado de edificios barrocos, art noveau y neoclásicos. Una unidad arquitectónica casi perfecta, rota solamente por dos o tres pastiches estalinistas de la época en que esto se llamaba Checoslovaquia y el comunismo era todavía una utopía para unos y un yugo soporífero para los que tenían que soportarlo.
El caso es que las aguas curaron una dolencia de rodilla del magnánimo prócer y éste decidió construirse un castillo junto al geiser delque manaba –y sigue manando - agua a 74 grados centígrados.
Con el tiempo, Karlovy se convirtió en el balneario más chic de Centroeuropa, frecuentado por la jet y la nobleza desde hace al menos 200 años. El poeta alemán Goethe, por ejemplo, era asiduo de la pensión U Tri Moureninu (Los tres moros), en la que estuvo en nueve ocasiones.
Lo curioso es que Karlovy Vary no es desconocida para el turismo de masas. Pero sus habitantes se quejan de que lo que les llega en su mayoría son hordas de viajes organizados en autocar desde Praga (una hora y media de viaje) que pasan el día, compran unas chucherías de cristal de Bohemia y se largan por donde han venido. De los dos millones de visitantes del año pasado (sin contar los que venían en busca de tratamientos termales), solo 80.000 pernoctaron aquí.
El caso es que la gente hacen largas colas en una determinada fuente mientras que la de al lado está vacía. Algunas fuentes están cubiertas por elegantes galerías porticadas, como la del Molino (132 metros de largo y 124 columnas); otras, por un quiosco de madera o por un templete neobarroco. Una vez llena la jarrita, cada uno sigue su paseo bebiendo sorbitos del agua termal (que sabe a rayos, por cierto, como todas las aguas ferruginosas), como quien come pipas por el paseo marítimo de una playa cualquiera.
Un teatrillo de lo más curioso y divertido en el que participa gente de todas las edades. Luego cada cual se va a su escondrijo a cenar y Karlovy Vary se sume en un silencio elegante y solemne, como si fuera el entreacto de una ópera de Rossini en el que tanto público como actores se han ido a la cantina y el decorado ha quedado allí, mudo y en claroscuros, majestuosos con sus fachadas de columnas, pórticos y frisos clásicos en espera del siguiente acto.
Pero ese acto no tendrá lugar hasta mañana, cuando toque la ración de agua termal de antes del desayuno. (Mañana sigo yo también, aunque creo más en las propiedades curativas de la cerveza checa que en las de las aguas termales, para qué os voy a engañar)
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