Terrorismo en Toulouse
Francia debe abogar por la convivencia y evitar a toda costa la xenofobia y el populismo
Francia ha sufrido el trágico embate del terrorismo yihadista. Aunque aparentemente se trate de un lobo solitario, el supuesto criminal, el francés de origen argelino Mohamed Merah, había pasado según el Ministerio del Interior por campos de entrenamiento en Pakistán y combatido en Afganistán con los talibanes, reclamándose de Al Qaeda. La organización terrorista no está muerta en Occidente, pese a la caída de su fundador, Osama bin Laden, sino que puede haberse convertido en una banda más escurridiza, con activistas sueltos, como parece ser el caso de Toulouse. Es una transformación sobre la que hace tiempo que alertan los servicios policiales, desde el último atentado yihadista coordinado en Europa, en Londres en julio de 2005.
Merah fue localizado tras el asesinato de tres soldados, dos de ellos de origen magrebí y uno caribeño, elegidos quizás por la participación francesa en la guerra de Afganistán, y tras la matanza de un rabino y tres niños judíos en un colegio de Toulouse, de un indudable y odioso relente antisemita, que ha conmovido no sólo a la sociedad francesa sino también a la israelí.
Los atentados han afectado de lleno a la campaña para las presidenciales francesas. Sería preocupante que el hecho de que el supuesto asesino sea de origen árabe reforzara el discurso antimusulmán que se ha ahondado en los últimos años y en especial en esta campaña, de la mano de la dirigente del Frente Nacional, Marine Le Pen. Esta intenta sacar provecho político a estos crímenes. Al “ya os lo dije”, que rápidamente proclamó, ha seguido una petición populista de referéndum para restablecer la pena de muerte.
El presidente Nicolas Sarkozy, que siempre ha mantenido un discurso duro respecto a la seguridad y el orden público, se ha radicalizado en los últimos tiempos con un mensaje que bordea el rechazo al extranjero, con el que quiere atraer a parte del electorado del Frente Nacional, un partido que se encuentra fuertemente implantado en la sociedad francesa y cuyos votos necesita el presidente para poder derrotar al candidato socialista, François Hollande, en la segunda vuelta.
Sarkozy y Hollande reaccionaron con serenidad al ataque terrorista, suspendiendo su campaña y apelando a la unidad de los franceses en un momento doloroso que, efectivamente, constituye, en palabras del presidente, una “tragedia nacional”. En situaciones como estas, el deber de los dirigentes políticos es no contribuir a reacciones destempladas, sino a calmar la tensión que inevitablemente genera el terrorismo. La Francia republicana debe recuperar su sentido de convivencia, como hizo la sociedad española tras los atentados del 11-M de 2004 al evitar la tentación de la xenofobia.
Cuando en los países de la ribera sur del Mediterráneo son partidos de corte islamista los que ganan unas elecciones por fin libres, se hace más necesario separarlos y distinguirlos de quienes propugnan la violencia en nombre de una interpretación tergiversada de su religión.
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