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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Siria se juega su futuro

La democratización podría ser inviable si una oposición armada sustituye a la revuelta civil

La parálisis de la comunidad internacional ante la grave situación en Siria podría estar provocando un error de apreciación en el entorno de Bachar el Asad. Los obstáculos interpuestos por Rusia y China a cualquier iniciativa concertada podrán retrasar la caída del régimen pero no impedirla, porque la represión ha ido tan lejos que ninguna salida política será posible mientras los responsables sigan en el poder. Ni las manifestaciones han cesado, pese a las masacres cotidianas, ni El Asad acaba de convencerse de que el recurso a la fuerza no devolverá al país a la casilla de salida, antes de que estallara la revuelta. La intervención de la Liga Árabe también concluyó en fracaso, limitando la posibilidad de que el Gobierno y las fuerzas de oposición pacífica encontrasen un arreglo a través de terceros reconocidos por ambas partes.

Siria se juega en estos momentos el modelo de transición que sucederá al régimen de El Asad, cuya caída podrá demorarse, pero parece inevitable. Si los actuales dirigentes sirios toman conciencia de ello y evitan la guerra civil, Siria podría estar tal vez a tiempo de iniciar un proceso similar al que se desarrolla en Túnez. Pero si la violencia se extiende y se acaban consolidando dos facciones armadas, una leal a El Asad y otra contraria, el modelo que correría el riesgo de implantarse sería el libio. En el país que saliera dividido por la guerra civil, cualquier atisbo de democratización tendría dificultades para imponerse a los ajustes de cuentas y a los intereses políticos del vencedor, fuera el que fuese.

El dilema al que se enfrenta la comunidad internacional es conseguir que El Asad abandone el poder antes de que la oposición armada acabe arrebatando el liderazgo a la civil, que sigue manifestándose pacíficamente pese a la brutalidad de la represión. Rusia y China contemplan la situación desde la estrechez de sus intereses bilaterales en la región y sin comprender cuánto están arriesgando y haciendo arriesgar a todos. De ahí que, aparte de contener la situación sobre el terreno, la prioridad que se perfila es conseguir que Moscú y Pekín revisen su posición sobre Siria. Mientras no lo hagan, El Asad podrá mantenerse en su error de apreciación y la seguridad colectiva continuar en la pendiente del deterioro. Con la creciente tensión entre Irán e Israel, lo último que necesitaría la región sería un nuevo conflicto abierto.

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