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EL SEÑOR Y LA SEÑORA GINGRICH

Callista Gingrich quiere la Casa Blanca

Es la esposa de Newt Gingrich, el candidato republicano a la nominación presidencial Tuvo una aventura extramatrimonial con ella mientras perseguía a Clinton por el 'caso Lewinsky' Para unos es una Barbie envuelta en perlas, para otros, la cómplice de sus delirios de grandeza

El candidato republicano Newt Gingrich, bajo la atenta mirada de su esposa, Callista, en el centro de la comunidad cristiana de Winnsboro, Carolina del Sur, el pasado 18 de enero.
El candidato republicano Newt Gingrich, bajo la atenta mirada de su esposa, Callista, en el centro de la comunidad cristiana de Winnsboro, Carolina del Sur, el pasado 18 de enero.PAUL J. RICHARDS (AFP)

Si detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer, detrás de un candidato hiperbólico como Newt Gingrich solo podía estar su tercera esposa, Callista. Gran dama de la política estadounidense, de inerte cabellera platino, perenne chaqueta sastre ajustada a la cintura y collar de perlas de tres vueltas, Callista, de 45 años, tiene en esta temporada de primarias republicanas un gran cometido, que para cualquiera sería una gesta imposible, pero que ella asume con abnegada gentileza: presentar a su marido en los actos electorales.

“Cuando voy los domingos a cantar en la basílica de la Inmaculada Concepción, y cuando toco el corno francés en la banda de la ciudad de Alexandria, siempre le veo entre el público, acompañándome”, dijo Callista en Washington la semana pasada, en una conferencia ante votantes republicanos.

Así, con anécdotas de almanaque social, Callista humaniza en lo que puede a un candidato de ego desmedido, que se ha definido a sí mismo como “una figura transformativa”.

Hasta hace poco tenía una cuenta de crédito en Tiffany's de medio millón de dólares

Pero Callista no siempre ocupó ese papel de digna consorte. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que, para su propio oprobio, ocupó el puesto de la otra. Cuando Gingrich era presidente de la Cámara de Representantes, en los años noventa, y se hallaba inmerso en pleno proceso de recusación de Bill Clinton por el caso Lewinsky, Callista y él tuvieron una aventura. Por aquel entonces, Callista trabajaba en el Congreso. Primero, para el congresista Steve Gunderson, y luego, en el Comité de Agricultura. Gingrich era el azote de un adúltero, que veía la paja en el ojo ajeno e ignoraba todo lo demás.

Era aquel el año de 1993. Gingrich, que se decía conservador, se reconcilió pronto con su mujer y estuvo con ella hasta 1999, cuando admitió que la carne es débil y que, por muy conservador que fuera como político, el amor ya no se hallaba en su cama de matrimonio. Finalmente se casó con Callista en 2000, que permanece fielmente a su lado. Si las joyas son prueba alguna del amor, hasta hace poco Callista tenía una cuenta de crédito en Tiffany’s de medio millón de dólares. Pero eso no es nada. Ahora Newt le ha prometido la Casa Blanca.

La esposa del gran hombre

Por Maureen Dowd

Si quieren saber por qué Newt Gingrich sigue todavía intentando recuperar el poder perdido, aullando a la luna como el rey Lear, fíjense en Callista. Se la puede ver en todo momento en el estrado junto a Newt, inmóvil como una estatua mientras le oye hablar, mirándole con tal atención que podría dar clases magistrales a Nancy Reagan.

Ann Romney [esposa de Mitt Romney, principal rival de Gingrich en la carrera por la nominación] suele presentar a su marido, habla con entusiasmo sobre sus virtudes de esposo enamorado y luego desaparece o retrocede al fondo del escenario mientras él pronuncia su discurso. Pero Callista, a sus 45 años, ha creado un modelo de cónyuge totalmente nuevo, la esposa que permanece muda con sus trajes de colores básicos y sus collares de perlas de tres vueltas, que contempla a Newt, de 68, durante todo el acto, e inclina respetuosamente su caparazón rubio platino hacia la melena canosa y despeinada de él.

"Es una 'esposa transformadora», dice Alex Castellanos, estratega republicano. "La mujer que hace que el candidato se considere un regalo de la fortuna para la humanidad, que se vea destinado a alcanzar cimas más altas". El hombre que tiene una esposa decorativa la mira con admiración, mientras que la admiración de la 'esposa transformadora' es la que empuja a su marido a subir un escalón más. Y, cuando una mujer que desea ser una esposa transformadora se une a un hombre que se considera una figura transformadora, lo normal es que el narcisismo se desborde.

Castellanos cuenta la manida historia de un hombre “genial pero frustrado”: “Ni la primera mujer ni, en muchos casos, la segunda captan su valía ni su grandeza. Las primeras esposas tratan de mantenerlo encerrado en su pequeño mundo. Pero el deseo que tiene él de hacer realidad su inmenso potencial es demasiado poderoso. Se rebela y rompe convencionalismos”. Entonces conoce a la musa que le ve tal como se ve él mismo. Es un hombre que pertenece a la Historia, a una dimensión más amplia. Ella está de acuerdo en que los rechazos que ha sufrido han sido culpa de los demás, que no soportan mirar una luz tan brillante. Le dirige y le encauza, le dice: “Esto es lo que tienes que hacer para alcanzar tu destino”. “Ahora se ha liberado de sus cadenas. La esposa ha regado y nutrido lo mejor y lo peor de él”, dice Castellanos.

El aparato republicano persigue a Newt por todo el país con un cazamariposas. Pero, cuando Newt se fija en los ojos azules de Callista, se acuerda de sus sueños de adolescente, sus deseos de explorar galaxias y salvar la civilización. Cuando Barack se siente arrogante, si mira a Michelle, puede encontrarse con que ella está pensando: "Eh, que no eres ningún mesías. Recoge tus calcetines". En cambio, cuando Newt se pone gallito y mira a Callista, lo que le lee en los ojos es: "Eres el mesías. Vamos a bañar tus calcetines en bronce". Si Michelle se considera la encargada de deshacer falsas ilusiones, Callista refuerza los delirios de grandeza de Newt, su convicción de que puede ser presidente, incluso cuando su equipo dimitió en masa el pasado mes de junio porque él decidió que era más importante mimar a su mujer que hacer campaña.

En los negocios, la ‘esposa transformadora’ es menos complicada. En política, es un arma de doble filo. Alimenta el ego del candidato como si fuera una oca destinada a la fabricación de paté, pero resta apoyos entre algunas mujeres y algunos evangélicos que desaprueban a un hombre que no para de cambiar de esposas, incluso cuando están enfermas. En la reunión que celebraron los evangélicos en Texas el pasado enero, uno de sus dirigentes, James Dobson, se planteó si Callista, “que lleva ocho años siendo una querida”, en palabras suyas, sería una buena primera dama.

La queja de Gingrich de que su pasión por salvar el país quizá le ha hecho ceder a pasiones más corporales no convenció a las mujeres de Florida, que prefirieron al robot que es Mitt Romney por un margen de 24 puntos. Una mujer indignada a la que entrevisté en una iglesia de Columbia, Carolina del Sur, en la que estaba hablando Newt, dijo en tono muy crítico que Callista era “su Barbie”. Envuelta en diamantes de Tiffany’s, Callista encarna la división entre la beatería pública de Gingrich y su inmoralidad en la vida privada.

El director de comunicaciones de Gingrich, Joe DeSantis, ha retocado la página de Callista en Wikipedia 23 veces desde 2008, a menudo para eliminar detalles poco halagadores, según Andrew Kaczynski, de la página BuzzFeed. DeSantis cambió la introducción para borrar el dato de que es "la tercera esposa de" y la frase "Conoció a su marido cuando él estaba en la Cámara de Representantes, y emprendieron una relación amorosa mientras él dirigía la investigación para procesar al presidente Bill Clinton". Según informó en The Washington Post el periodista Chris Cillizza, la palabra relacionada con Gingrich que más se buscó en Google durante las primarias de Florida fue "Callista", seguida de "esposas de Newt" y "escándalos de Newt".

Tal vez esa sea la razón por la que habla lo menos posible en la campaña y permanece tan callada como la esbelta heroína de The Artist, aunque Newt ha contado que ella se considera un híbrido de Nancy Reagan, Laura Bush y Jackie Kennedy. Los directores de campaña no quieren recordar a los votantes que su relación, que pretenden calificar de redentora, nació en el pecado y la hipocresía.

Por supuesto, siempre existe la posibilidad de que, si Callista mira tan fijamente a Newt, no sea porque desea hacerle sentirse más napoleónico. A lo mejor es que no se atreve a perderlo de vista. Como dice un refrán, “cuando un hombre se casa con su amante, queda vacante un puesto de trabajo”.

Maureen Dowd es columnista de 'The New York Times'. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © New York Times News Service

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