Un pingüino, dos pingüinos... ¡200.000 pingüinos!
Sin duda, una de las cosas que más llama la atención a los viajeros primerizos como yo que arriban a la Antártida son los pingüinos. Sabes de sobra que estos diminutos y graciosos seres son aves acuáticas que no vuelan, lo dicen todas las enciclopedias, pero cuando los ves evolucionar en directo por primera vez en su hábitat natural (y no en un documental), te da la sensación de que tienen algo de humanos, y no solo porque vayan vestidos como para una boda elegante.
Los pingüinos pasan la vida en el mar, pescando. Pero para el apareamiento, puesta de los huevos y cría de sus bebes se establecen en tierra firme por unos meses. Es precisamente la parte de su ciclo vital en la que se encuentran en este momentos los pingüinos barbijo, adelia y corona blanca de la Antártida. Así que cada desembarco en tierra que hacemos se convierte en una especie de visita a una maternidad de pingüinos en diferentes fases de cría.
Un pinguinera como la de Paulet Island, en el mar de Weddell, con 200.000 pingüinos pegados unos a otros, más sus correspondientes crías, es una gigantesca y ruidosa ciudad pingüina donde todos parece iguales, pero donde cada uno tiene su hueco, su familia y su cometido. Lo que no sé es como encuentra cada uno a su familia sin teléfono móvil.
Una pingüinera es también una experiencia olfativa, porque los excrementos que cubren todo el suelo huelen que tumban y forma un barrizal que se pega a la ropa, al calzado, a la bolsa de cámaras, al trípode.... No hay jabón en el mundo capaz de quitarlo, creo que voy a incinerar mi ropa antes de montar en el avión de regreso.
Es divertidísimo verlos pasar a tu lado, como señores pequeños, caminando con torpeza entre las rocas, abriendo las alas para equilibrarse, ajenos a ti (no somos sus depredadores, luego no nos temen), atareados en sus quehaceres, como personajillos importantes.
Uno de eso quehaceres diarios es....¡acumular piedras!
El bien más preciado para un pingüino son las pequeñas piedrecitas. Las usan para construir los nidos, pero son también la moneda de cambio para todo. Cortejas a una pingüina regalándole piedras, te peleas con el vecino porque ha cogido una piedra que es tuya, pagas los desperfectos que tu bebe ha hecho en un nido ajeno dándoles algunas de tus piedras.. incluso hay pingüinas que se prostituyen a cambio de piedras para su nido. S
i le quieres tocar las narices a un pingüino...¡róbale una piedra!
La Antártida es pura piedra, pero como obviamente ellos no pueden partirlas, el número de piedrecitas aptas para ser acarreadas con el pico es limitado. Y un bien preciadísimo en la comunidad.
El interior de la Antártida es el desierto más seco del mundo. Allí llueve menos que en el Sahara (los tres kilómetros de espesor de hielo que cubre el continente se han formado por la congelación de pequeñas gotas de humedad del aire durante millones de años). Sin embargo, la costa, sobre todo la de la Península Antártica, es una lujuria de humedad y de vida: millones de pingüinos, focas, elefantes, lobos, aves de todo tipo... Por eso los primeros exploradores pudieron sobrevivir inviernos enteros sin víveres. Siempre que no le tuvieras aprensión a la carne de pingüino, podías morir de frío... pero no de hambre.
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