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Columna
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La boda

El escritor sevillano Antonio Rodríguez Almodóvar realiza una sátira sobre el enlace entre Cayetana de Alba y Alfonso Díez

Malos tiempos para casorios de relumbrón. Ni aun teniendo 46 títulos nobiliarios (más que la reina de Inglaterra, según decía el ínclito y desdichado Aguirre), ni siendo 20 veces grande de España (14 solamente, según otras fuentes envidiosas), ni por poder recorrer a caballo la piel de toro sin salir de tierras propias, ni por los 123 kilos de plata labrada que luce la Virgen de los Gitanos en su noche de rumbo -y de rumbas-, la única en la que los calé creen en Dios, o mejor dicho, en la diosa de Alba, ni teniendo más de veinte palacios y castillos, una colección de arte que ni los Thyssen en su esplendor de nuevos ricos, y una fortuna literalmente incalculable; más una pléyade de periodistas a sus pies, toreros y cupletistas a porfía; ni por presidir asociaciones de moderna caridad, pero caridad al fin, ni por haber zapateado con Enrique el Cojo en su humilde academia de la calle Espíritu Santo, ni por... O precisamente por todo eso, lo más aconsejable era cortar por lo sano, abortar aquel esperpento entre una noble anciana y un plebeyo madurito que se decía enamorado.

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Así que, muy secretamente, se reunieron en Liria los seis hijos con su venerable progenitora y, todos a una, que ni por la herencia ni por nada habían estado nunca tan de acuerdo, le vinieron a decir: Mira Mamá esto es una locura lo mires por donde lo mires, que ni Valle ni Buñuel juntos de borrachera habrían urdido cosa más grotesca, que nos vas a poner en la boca del pueblo llano sevillano, con la guasa que tiene el pueblo llano sevillano, que ya están los cómicos de Canal Sur arreando candela, que vamos a ser el hazmerreír de Europa, por favor, Mamaíta, déjalo. Algunos argumentos más sutiles salieron también a la palestra en aquella hora de la verdad, como que bastante trabajo había costado a la Casa hacerse un sitio en la democracia esa, y buenos dineros que le había exprimido a la Unión Europea; que ya estaba olvidado cuando ella misma, la Gran Duquesa, de corto sobre jaca andaluza le pegaba un sombrerazo al Caudillo, en recibiendo las llaves del toril, y se prestaba de acompañante de las Kennedy, las Grace Kelly y otras celebridades, para darle realce a la dictadura en el desconcierto mundial de la posguerra, Mamá por Dios, no te expongas ahora a la rechifla universal, déjalo, por lo que más quieras, déjalo.

La duquesa escuchó atentamente, y pensó bien pensado. Sus hijos tenían razón. Es más, de su propia cosecha añadió que no era buen ejemplo en tiempos tan malos para la mayoría de la gente, que ni trabajo, ni hipoteca, ni pan para muchos... Es más, se comprometía ante ellos a hacer consorcio de ricos y aristócratas de toda la nación española para aflojar la bolsa en la forma de un impuesto especial, como habían hecho otras fortunas europeas, ayudando a salir de la maldita crisis. Y por último, que a ellos mismos, a sus hijos, pedía perdón por si alguno había podido entender el reparto de la herencia como chantaje para que asistieran a la boda...

Pero entonces desperté.

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