Postales desde Vukovar (II)
Zdrako Komšič, 55 años. El encargado del memorial de la granja Očvara
El 18 de noviembre de 1991 los rebeldes serbios vencieron la última resistencia de Vukovar y tomaron por fin la ciudad. Los defensores que quedaban con vida se refugiaron en el hospital pensado que allí estarían protegidos por la Convención de Ginebra. Zdrako Komsič era uno de ellos.Pero el mayor serbio Veselin Šljivančanin, al mando de las fuerzas atacantes, ordenó detener a 400 personas allí refugiadas, entre heridos, personal médico y soldados. Los trasladaron a una granja de cerdos cercana y durante los dos días siguientes fusilaron a 261 de ellos, enterrándolos en dos fosas comunes. "Solo Dios sabe por qué a mi no me fusilaron. Al resto nos llevaron a campos de concentración en Serbia donde pasé nueve meses en el infierno". ¿Reconciliación? me alegro de que oficialmente haya reconciliación pero para mi y los que estuvimos aquí esa noche solo es una palabra. Jamás podré estar en paz con Serbia, más aún cuando a Šljivančanin solo lo condenaron a 5 años por aquello. Para las miles de personas que murieron en Vukovar no habrá nunca reconciliación". La granja Očvara es hoy un lugar de memoria y recuerdo. En la oscuridad de la nave, las fotos de los 261 caídos se iluminan alternativamente mientras una espiral luminosa con sus nombres gira en tono a una vela. Cerca, en donde estuvo las mayor de las dos fosas comunes, descubierta porque uno de los prisioneros logró escapar y más tarde dio pistas de hacia dónde se dirigían los autobuses con los condenados (la segunda, con 60 cuerpos jamás fue localizada), un monolito y velas que los visitantes se encargan de mantener siempre encendidas recuerdan aquella vileza conocida como la masacre de Vukovar.
A Nikola lo conozco en un parque con grandes árboles que rodea Vukovar al que, una vez eliminadas las minas antipersona y anticarro, suelen a ir correr los aficionados al jogging. Él es el secretario del club local de maratonianos. Un personaje popular en el pueblo y con mucho amigos. Cuando le pregunto por aquellos días del asedio me dice que el volvió a Vukovar en diciembre de 1991. ¿Diciembre?, le pregunto a mi traductora. No debo de haber entendido su traducción al inglés. "En diciembre la ciudad ya había caído en manos serbias", le digo. "Si", me responde, "has entendido bien. Es que Nikola es serbio". Nikola era el director del hotel Dunav cuando empezó la guerra. Se fue de Vukovar en junio de 1991 con intención de no volver. Pero como al resto de serbios residentes en la región le amenazaron que si no regresaba a la ciudad sus propiedades serían confiscadas. "No, no tengo ningún problema con mis vecinos croatas. Siempre me he llevado bien con todos". Me enseña una página del diario local, fechada el 20 de abril de 1991, en la que junto a la noticia del primer vukovarci que corría una maratón (él) aparece otra que informa que, pese a los acuerdos, los tiroteos entre ambas comunidades continúan. Asegura que lo que mas impresión le causó cuando volvió es que no se oían los pájaros, durante tres años después de la batalla no se escucharon los pájaros en los jardines de Vukovar. Nikola es la confirmación de lo que mucha gente me ha expresado en Vukovar: "No nos atacó Serbia, nos atacaron unos rebeldes serbios con ayuda de los chetniks ultranacionalistas serbios. Pero no estuvimos ni estamos en guerra con Serbia".
Rozalija es un volcán de amabilidad y simpatía. Tiene su pequeño lugar en el cuadro de honor de la comunidad como ganadora del premio anual al mejor jardín en 2010. En él me recibe, entre primorosas rosaledas, un césped pulcramente cortado y unos setos que parecen podados por el jardinero de Versalles. Rozalija pertenece a la minoría húngara, aunque nació en Vukovar. Durante la guerra trabajaba en la farmacia del hospital y fue testigo de todas las heroicidades y los horrores que allí se vivieron. Me cuenta que durante el cerco recibieron en dos ocasiones paquetes con medicinas y material quirúrgico que lanzó un avión croata en paracaídas; pero a la tercera los serbios lo derribaron. En octubre logró entrar un camión de Médicos sin Fronteras. Y esa fue la última ayuda del exterior. Recogía agua de lluvia para desinfectar y curar heridas. "Podría estar hablando horas de aquello", me dice. El día que cayó la ciudad su marido Mario se refugio en el hospital y fue uno de los que los rebeldes serbios obligaron a montar en los fatídicos autobuses hacia la granja de Ocvara. Ella imagino que iban a la muerte segura e implorando a un alto mando serbio que conocía de su trabajo en el hospital logró que lo bajaran y salvara así la vida. Pero ni el recuerdo de aquellos días logra desdibujar la sonrisa de mujer valiente que parece acompañarle siempre.
Kristina es muy joven, muy lista y muy guapa. Acaba de regresar a la ciudad después de graduarse en la universidad inglesa de Cambridge. Trabaja en el Ayuntamiento gestionando los programas de ayuda internacional y los proyectos de rehabilitación con diversas entidades privadas y públicas ¿"Que por qué he vuelto?, porque esta es mi ciudad. Y porque creo que hay mucho que hacer y que aportar. Yo tenía solo 3 años durante la guerra, mi generación no la vivió ni la sufrió, éramos unos niños, pero si hemos oídos a nuestros padres, a nuestros vecinos. Y tenemos mucho que hacer aquí, creo que tenemos un compromiso moral para hacer que Vukovar vuelva a ser la que era". En junio de 1991, cuando estalló la guerra, Vukovar tenía 45.000 habitantes. Ahora apenas llega a los 25.000. Mientras paseo con Kristina por la calles veo mucho locales vacíos. "Hay más viviendas y locales rehabilitados que gente para llenarlos", me dice.
Denis y su mujer Giana simbolizan la nueva población de Vukovar. Tras el asedio y la toma de la ciudad Vukovar permaneció en manos de los rebeldes serbios hasta 1998, es decir, tres años después de que oficialmente acabara la guerra de los Balcanes con la firma de los Acuerdo de Dayton, en los que se especificaba que la ciudad debía de regresar a manos de la República de Croacia. Para repoblarla, el gobierno croata prometió ayudas a jóvenes que quisieran venir a vivir aquí. Denis, campeón de equitación y enamorado de los caballos, decidió mudarse desde Zagreb. Confiesa que al final las ayudas no fueron tantas como se prometían, pero que aún así se adaptaron bien a su nueva ciudad y decidieron seguir adelante con su cuadra, donde dan clases de equitación, ofrecen pupilajes y organizan rutas a caballo por las riberas del Danubio.
Todas las fotos© paco nadal
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.