Soy tunecina y estoy orgullosa

Cuando mi padre me llamó, el lunes 11 de abril hacia las 19 horas, para decirme: "¡Mabrouk!", pensé que me felicitaba por la aprobación -tan esperada- del Código Electoral. Pero una alegría cómplice, claramente perceptible en su voz, y el hecho de que insistiera en destacar que nos felicitaba al mismo tiempo y juntas a mi madre y a mí, me hicieron sentir de inmediato que su felicitación era además por otra cosa. De modo que mi sorpresa, que habría podido ser estrepitosa, no lo fue tanto, sino que se convirtió en algo mejor: en éxtasis. "¡La Instancia ha aprobado la paridad!", exclamó.
Orgullosa y feliz, pero también incrédula, me dirigí de forma instintiva hacia mi balcón y me puse a contemplar el mar. Y entonces me vinieron a la mente: Elissa-Didon, Sophonisbe, La Kahèna, Aziza Othmana, Toumana, la abuela materna de mi padre, una santa entre los santos y rebelde feminista antes del movimiento de liberación de la mujer...
Y mi alma se llenó con los dulces rostros de nuestros mártires de enero de 2011: Narjess, enseñante, embarazada, muerta en Medenine, en el sur; otra mujer asesinada a quemarropa en Regueb cuando se precipitaba a proteger a sus hijos, que jugaban delante de ella; y el ángel Yakine, a la que una bomba lacrimógena importada de Francia o Estados Unidos envió en un instante al cielo.
"¡La vida es bella!", exclamó mi madre, poco dada a dejarse llevar por arrebatos de alegría. Al llegar a casa, mi padre y mi hermano de 15 años venían discutiendo. Mientras nos besaban, continuaron su intercambio de opiniones: "¿Y si son mujeres integristas las que ocupan una gran parte de los escaños en la Asamblea?"."No creo que unas mujeres, aunque sean integristas, voten artículos de la Constitución que nos devolverían a la Edad Media..."
¿Y existe en Túnez un número suficiente de mujeres capaces y competentes para sentarse en la Asamblea Constituyente y escoger el futuro que deseamos?". "La mujer es el futuro del ser humano, hijo mío. No olvides jamás que las tunecinas son más numerosas que los hombres en varias profesiones, como la educación, la sanidad y quizá incluso ciertos sectores de la Administración".
Me contuve para no añadir que las mujeres habían estado presentes, tanto o más que los hombres, en todas las manifestaciones de diciembre, enero y febrero y en todas las luchas de nuestro pueblo.¡Fue una noche deslumbrante! Me sentía tan feliz y emocionada que me olvidé durante un rato de mi blog, mi página de Facebook y mi Twitter.
Nuestras conversaciones -palabras de felicidad que revoloteaban como palomas de Picasso- versaron sobre el futuro radiante que nos aguarda, se detuvieron en las reformas que ha acumulado nuestro país desde el siglo XIX y se congratularon de la oportunidad que tiene nuestro pueblo de volver a estar en la vanguardia de las naciones árabes y musulmanas e incluso de otros países que comparten con nosotros el glorioso Mediterráneo.
Mi madre no dejó de recordar a su añorado padre, un campesino pobre que se empeñó en que sus hijas fueran al colegio como sus hijos, fueran cuales fueran los sacrificios y a pesar de la oposición de su entorno. También me vino, cuando empezaba a quedarme dormida, el recuerdo de mi otro abuelo, el paterno. Le vi pronunciar sus últimas palabras dirigidas a sus hijos e hijas: "Quiero que toda mi descendencia, las chicas tanto como los chicos, lleven sus estudios hasta el final".
Por primera vez en mi vida, me ha parecido digna de interés una declaración oficial: la de Ban Ki-moon al elogiar el ejemplo tunecino y sus repercusiones en la región, además de recalcar el inmenso papel que han desempeñado las mujeres.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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