Una farmacia colgada del techo
FOTO: Albert Marín
Manuel Bailo asegura que se inspiró en el vídeo de la canción de Björk All is full of love, en el que Chris Cunningham dirigía a dos autómatas interpretando el tema de la cantante islandesa, para dar con la atmósfera maquinista, precisa, y sin embargo emocionante, de la farmacia Monill. El carácter tubular, irreal, choca con la fórmula precisa de los medicamentos pero enlaza con la robótica, que parece querer instarse definitivamente en el mundo de los boticarios.
En ésta, otra farmacia más en su carrera tan cuidadosa con el interior, Bailo y Rosa Rull hacen convivir dos comercios emparentados pero con objetivos distintos: el de los productos de parafarmacia, para el cuidado del cuerpo -que es preciso ver para querer comprar-, y el de los medicamentos -que se compran sin ver y solo cuando se necesitan-. Su respuesta arquitectónica acusa esa dualidad y así, en todo el local conviven esas dos maneras de comprar y vender, con presencia y sin ella, con sugestión y sin ésta. La arquitectura trata de hacerlas convivir sin que esa cohabitación les reste fuerza. ¿Cómo potenciar mezclando? ¿Cómo resultar claro combinando?
La robótica se ha apropiado de la farmacia clásica. Un sistema informático permite seleccionar un medicamento desde un teclado y comprobar cómo éste se desplaza por cintas correderas en la cota superior del establecimiento. El trayecto es transparente. Y para llegar a los mostradores el envase se desliza por una espiral que amortigua la caída.
Para potenciar la experiencia robótica, y el carácter futurista de la intervención, Bailo y Rull emplearon un recurso pop que acerca a los consumidores, en lugar de espantarlos, a cualquier artilugio mecánico. Pintaron todo el sistema de rojo, fomentaron el uso del vidrio (para convertir en espectáculo el desplazamiento del medicamento) y dispusieron varios espejos a lo largo del recorrido para no perder de vista el proceso en ningún momento.
De esta manera, uno de los componentes del doble comercio, la farmacia, cuelga íntegramente del techo. Desde que arranca, en el almacén de cajetillas, hasta que llega al mostrador de cobro no se apoya en ningún momento de su recorrido en el suelo. La otra parte del establecimiento, la que precisa exposición, se muestra en hornacinas de madera, en cajones apilados que sustituyen a las estanterías habituales. La madera de conglomerado de nuevo subraya la diferencia entre lo pequeño, curativo y funcional (las medicinas) y lo caprichoso, ambiguo y superficial, la parafarmacia, que tantos de estos comercios ayuda a financiar hoy.
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