Una reina fuera de foco
Dice Eva Ekvall –28 años, Miss Venezuela 2000, tercera finalista en el Miss Universo 2001- que su figura le preocupa poco. Su cuerpo le resultó siempre muy grande, algo torpe. Los pies, enormes. Sus brazos procura taparlos y nunca se sintió orgullosa de sus piernas. Pero sí ha creído siempre que tiene buena cabeza, y no se queja. “Prefiero tener una buena cabeza que unas piernas bonitas”, escribe. “Buena cabeza y buenos senos”, vuelve a escribir y corrige: “Por lo menos de eso estuve convencida durante mucho tiempo”.
El viernes 12 de febrero de 2010, a Eva le diagnosticaron un cáncer de mama que, luego supo, ya había alcanzado la fase II de evolución. Cinco meses más tarde, fue sometida a una mastectomía doble radical: significa que le amputaron ambos senos. También le extrajeron 25 ganglios de la axila izquierda que, de tan inflamados, no la habían dejado dormir durante los dos meses anteriores a la cirugía. Su cabeza, por lo que le leo y le escucho, sigue intacta.
Cuando en septiembre 2000 le anunciaron que pondrían allí –sobre su cabeza-- la corona de Miss Venezuela, Eva Ekvall dio medio paso atrás y se llevó una mano al pecho como si acabara de encontrar un bicho en el suelo, un bicho pequeño. Tenía 17 años entonces. No lloró. No dio lecos. A Eva le pasa que, justamente, donde todas tendrían razones para llorar, ella no llora. Ella escribe. Eso fue lo que comenzó a hacer apenas supo que tenía cáncer.
“Yo escribo para entender, para darle estructura a lo que pienso”, dice Eva Ekvall de sí misma, once años después de su coronación y cuatro meses después de haber superado el tratamiento contra la enfermedad. Ahora lleva la cabeza poblada de un cabello muy corto, apenas más largo de lo que lo tenía cuando Roberto Mata le hizo la foto de portada de “Fuera de foco”, su primer libro.
“Fuera de foco” llegó a las librerías de Venezuela en diciembre de 2010. Es una obra armada con textos sueltos, correspondencia con familiares y amigos, tweets y fotografías que datan de esa vivencia amarga de las quimioterapias, de la operación, de las radioterapias, que ocurría mientras seguía adelante con su vida: con su familia, con su trabajo como presentadora de noticias en un canal de televisión. “No es ni de casualidad un texto de autoayuda”, me cuenta Eva y dice la verdad. No hay en esas páginas consejos contra el dolor, ni recetas para la superación personal. Está su historia de febrero a octubre de 2010, bien entendida, bien puesta en una ciudad como Caracas, como sigue:
Viernes 12 de febrero de 2010, día del diagnóstico:
“Le dije al doctor que lo que tuviera que decirme a mí lo dijera en frente de mi familia. Y así fue. Me explicó que tenía que pasar por un número incierto de sesiones de quimioterapia y una mastectomía bilateral, seguida de radioterapia. Sí, se me iba a caer el pelo. Sí, me iban a amputar las lolas (los senos). (…) Yo estaba dispuesta a todo, pero tenía la certeza de que me iba a morir (…) Nos despedimos del doctor y nos montamos en el ascensor. Mis padres disimulaban su horror con sonrisas y palabras de aliento. Mi esposo, para no desmoronarse, les seguía la corriente, y yo, ya montándome en la camioneta (…) jugaba el juego de las sonrisas y en el fondo pedía que se acercara un malandro (ladrón) y me pegara un tiro de una buena vez”.
8 de mayo, cuatro días después de la cuarta sesión de quimioterapia:
“Justo antes de comenzar el tratamiento el doctor Palacios me examinó y con un gesto de incredulidad calculó que estoy 90 por ciento mejor. (…) Tantas cifras que se escuchan a diario, el dólar, el precio del kilo de aguacate, los secuestros, las víctimas mortales de cáncer (…) Y ¡por fin! ¡Una cifra a mi favor! (…) Luego de mi minicelebración le pregunté al doctor si eso significa que no me tengo que operar y básicamente me dijo que no abuse. La operación va, y va con todo, y la radioterapia también. Eso sí me ha costado digerirlo. Se me han caído hasta las pestañas, como dice Tania Sarabia: ¡tengo la cara como una nalga!”.
Tania Sarabia es una actriz venezolana, dedicada a la comedia. Otra mujer del mundo del espectáculo local que ha sobrevivido al cáncer de seno y que, como Eva Ekvall, forma parte de la asociación civil Senosayuda dedicada a la prevención de esta enfermedad. En Venezuela, este tipo de cáncer es la segunda causa oncológica de muerte entre las mujeres mayores de 45 años; cada año mueren unas 1.400 por esta patología y diariamente se reportan alrededor de 9 nuevos casos. Muchos hombres y mujeres del “showbiz” caraqueño –actrices de telenovelas, locutores, periodistas…Carolina Herrera— están preocupados por esa cifra y se ocupan de reducirla con campañas de información. Sí, en este país tan preocupado también por la belleza, donde la banca privada otorga créditos a las mujeres que quieren “hacerse las tetas”.
-Eva, ¿y qué tanto tienen que ver este furor por las prótesis mamarias con que haya tantos casos de cáncer de seno?
-La verdad es que a mí las prótesis me salvaron la vida –responde. Ellas impidieron que el cáncer se extendiera, actuaron como un muro de contención. Además, se supone que las mujeres que las tienen deben hacerse al menos un examen anual, para detectar tempranamente cualquier problema. Pero lo cierto es que no todas lo hacen, en parte porque los médicos no insisten en recomendarlo.
Eva Ekvall no dejó de trabajar mientras recibía tratamiento oncológico, con excepción de los días que le tomó recuperarse de la operación. Usaba pelucas para salir en pantalla a narrar la sección internacional del noticiario del mediodía. “Sentía que salir calva a la calle causaba cierto dolor o incomodidad en mi entorno y yo prefería ahorrarle ese malestar a la gente. Suficiente con las noticias que me tocaba darles”.
En el mes más duro de su relato, agosto, el cáncer fue para Eva la enfermedad que la convirtió en “caricatura”, en “estadística”, que le dejó “las cicatrices enormes” que evidenciaban lo que le había costado ganarse “muchos años de una larga e inatractiva vida”. Pero de septiembre de 2010 a esta parte, comenzó a creer que el cáncer ha cobrado fuerza en la misma medida en que los seres humanos se han hecho esclavos de los objetos. “Tal vez por eso -cree ahora- es que el tratamiento más común nos deja desplumados y a la intemperie, para saber de qué estamos hechos y qué es lo que realmente importa”. ¿Ella? Ella parece hecha de roble y lo que le importa es no perder nunca más el tiempo.
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