La llave de la 1403
Cuando salí de Bagdad hace ocho años con el cuerpo de mi compañero Jose Couso en una bolsa de plástico, me olvide de entregar la llave en la recepción del Hotel Palestina. Apareció en el bolsillo de un pantalón sucio días después, en mi casa de Madrid, mientras deshacía la maleta y contenía las lágrimas. La guardé en un cajón, porque no quise dejarla entre mis recuerdos de viaje. Creo que la escondí, para esconder así el peor momento de mi vida. Pero no la tiré, porque siempre pensé que quizás algún día podría volver a utilizarla para reabrir la puerta de la habitación 1403 y enfrentarme a sus demonios. Han pasado ocho años, tengo mas canas y menos ímpetu, pero no les tengo miedo.
Hoy ha llegado el día de volver a entrar en el pasado y de regresar, en pleno mes de febrero, a aquel ocho de abril. Ha sido el empeño de un juez tenaz y discreto, de un magistrado pragmático pero con una confianza ilimitada en esa malgastada idea de justicia universal, el que nos ha traído hasta aquí. Santiago Pedraz, magistrado de la Audiencia Nacional, tiene cara de niño y mirada de soñador, pero los tiene cuadrados. Ha decidido venirse personalmente a Bagdad para creerse, o no creerse, nuestras versiones de lo que ocurrió. Ha venido sólo, con su fiel agente judicial, y con un puñado de abogados peleones, porque la Fiscalía, a pesar de que éste periodico, a través de los documentos de Wikileaks, desnudó todas sus sonrojantes componendas para cortocicuitar el caso, ha preferido quedarse en Madrid, y tomar cafe tranquilamente, como todos los días, en el bar Timón.
Bagdad nos ha recibido sin piedad, como era de esperar. Cuatro explosiones seguidas han sacudido las ventanas de nuestras habitaciones cuando todavía el botones no nos había entregado el equipaje. "Detonaciones controladas de los yanquis del campamento de al lado", nos ha dicho el jefe de seguridad del hotel, aunque luego nos hemos enterado de que varios coches-bomba han matado en la ciudad a casi cincuenta personas. El juez ni se ha inmutado, la fiscalía ni las ha oído.
Yo se que seguramente me habrán cambiado la cerradura de la 1403, pero me da igual. Quiero justicia para mi amigo José, para mi compañero Taras, que murió en el mismo cañonazo, para los tres colegas de Reuters que nunca se han recuperado de sus heridas. Quiero saber quién dio la orden de disparar y porqué. Quiero saber si el Pentágono abrió la veda de la caza al periodista, como hacen los talibanes, las FARC, los narcos o las mafias. Quiero saber si la próxima vez que viaje a un conflicto donde estén los EEUU se incluyen entre sus "rules of engagement", sus reglas de enfrentamiento, la posibilidad de disparar a una cámara para que nadie cuestione su propia versión de los hechos... Yo hoy sacaré mi llave, mi memoria para guiar al juez y mi obstinación para buscar justicia, y tragaré saliva al entrar en la habitación. Allí dejó la vida Couso, pero también se grabaron algunos de los mejores momentos del periodismo de televisión de este país. Y a lo mejor después, decido guardar la llave de la 1403 en un sitio más digno.
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