Radiografia de un mercado africano
Los caminos de Kenia (como los de toda el África negra) son un mercado sin fin. En el sitio mas inesperado te encuentras un tenderete precario hecho con maderos y chapa en el que se vende cualquier cosa.
Pero cuando llega un cruce de caminos, los tenderetes parecen multiplicarse y la actividad se desborda. Es el gran mercado. Existe uno en cada cruce de caminos africano.
Me detengo en uno cualquiera de ellos. Me siento sobre una pilastra de cemento y tomo notas en mi cuaderno. Un mercado africano es:
La paciencia infinita de las mujeres sentadas durante horas con la mirada ausente delante de unos mangos, de unos tomates o de unos pescados secos.
El reparador de ollas y el zapatero, que fabrica sandalias con neumáticos viejos.
El médico que pasa consulta junto a una vieja camioneta llena de hierbas y remedios caseros.
El escriba que redacta cartas a los clientes analfabetos con una vieja máquina de escribir.
Una nube de moscas sobre el pescado fresco, que abre la boca en busca de un último suspiro de vida.
La sección de carne, con otro millón de moscas revoloteando sobre cabezas de reses que te miran -¡qué remedio!- con ojos ausentes.
Un olor agrio y punzante.
El sonido del lingala y el benga, que llega amortiguado desde una tienda lejana.
Una niña descalza que mira con ojos temerosos.
Un policía soberbio con una porra de madera.
Adolescentes aburridos encima de sus moto-taxis, en espera de clientes.
Mujeres con vistosos kitambaa en la cabeza y bolsos de plástico en el brazo.
Una niña que duerme en el suelo bajo el chamizo de cañas que usa su madre como mostrador.
Un niño con harapos y un bidón en la cabeza.
Una joven de rostro dulce que vende kunde y yamo y que no se quita el teléfono movil de la oreja.
Un cibercafé en una choza de paredes desconchadas donde jóvenes descamisados chatean con mundos lejanos
Un mercado africano es un batiburrillo de tomates, cebollas, bananas, huevos, carbón, alubias, escobillas de palma, estropajo metálico, jarras de plástico, cuchillos baratos que no cortan, obamblas, omena, yamo, piedra pomez, peines usados, zapatos de plástico que imita piel, tilapias del lago Victoria y especias.
Niños, niños, cientos de niños.
Un vocerío continuo y acompasado.
Un penacho de humo que se eleva a lo lejos, sobre la canopia de la selva.
Un cielo segmentado por cables metálicos, como un anárquico pentagrama sobre papel azul.
Pero sobre todo, un mercado africano es color, mucho color. Y calor, mucho calor. Humanidad. Un sudor que te deshace.
Un mercado africano es el teatro de la vida en representación continua.
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