La estúpida moda de las pulseritas de silicona


¿Os suenan las pulseras de la foto? Menudo figura el que se las ha inventado. Ha logrado que en los dos meses que llevamos de cole vayan detrás de ellas todas las niñas de entre tres y 12 años. Son baratas, un euro la media docena. Las venden en quioscos, librerías, tiendas de chuches y bazares orientales. Hay un mogollón de modelos; y se ensucian, pierden y rompen con facilidad: la reposición está garantizada. Total, por un euro. Un negocio redondo del que es difícil escapar. Cualquiera tiene argumentos para negarse a consumir el universo Barbie, Kitty o Hanna Montana. Son personajes cursis, sus artículos son caros, representan valores que no nos molan… Una tarde de tiempo, del de verdad, dedicada a los críos coloca a la Kitty más chanante en segundo plano.
¿Pero qué argumentos podemos armar contra unas pulseritas de silicona con forma de hipopótamo o vaca, de colorines, poco ostentosas y que cuestan dos duros? ¿Nos ponemos farrucos y nuestra niña es la única de la clase que no las lleva? ¿Nos subimos a la tontería? A ver, en realidad, tampoco hay para tanto. Pero es alucinante cómo alguien, de la nada, pueda inventarse algo inútil y convertir su consumo en imprescindible. Y, de paso, en fuente matutina de bulla con los críos de casa.
El dominical del diario ABC iluminaba la semana pasada sobre el origen del invento. Se llaman Silly Bandz y las lanzó un promotor musical norteamericano, Robert J. Croak. Por lo visto descubrió en China estas gomas, de origen japonés, con forma de animalitos y, con grandes titulares, vio un nuevo e irresistible accesorio para despachar en occidente. Les puso marca, web, las presentó en redes sociales, las lucieron famosas y ala, a ganar millones. Aquello fue en 2008… y todavía colean.
Hay otra cuestión. A mi no se me había ocurrido, pero en la escuela de una compañera las han prohibido, porque las consideran inseguras. Esta es otra. Algunas llevan envoltorio debidamente etiquetado. Para lucir a partir de seis años, dice la bolsita. ¿Alguien ha entrado en una clase de parvulario y ha inspeccionado las muñecas de las niñas de tres, cuatro y cinco años? Pero otras muchas de las pulseras que hay a la venta sólo van metidas por docenas en bolsas transparentes con cierre zip. Como mucho, lucen una pegatina blanca, escrita a mano, que indica si son animales de granja, de selva o marinos. Del fabricante, ni se sabe.
Las dichosas pulseritas son fuente interminable de negociación y malos rollos. Si no se compran, porque no se compran. Si se compran, porque quieren lucir la docena entera. Si se permite lucir la docena entera, porque fulanita lleva dos docenas. Si se llevan dos docenas, porque no son de dinosaurios: son de monstruos y pájaros. Qué cansado, sólo son las nueve menos veinte de la mañana. A las cinco, salen del cole, y nuevo melodrama, faltan cuatro: dos se han perdido, otra se ha roto y la cuarta… socorro, ¡se la está metiendo la enana en la boca!
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