Una exiliada económica
La precariedad laboral me llevó a Dublín, donde ya no trabajo de profesora. Al final, le encontré una salida a mi carrera: hice otra
Una exiliada económica más.. esa soy yo. Ya no hace falta estar en guerra para salir huyendo de tu país, sólo basta un puñado de sinvergüenzas en el poder, el bipartidismo del sin sentido, donde hacer oposición es decir "no" a todo, sin pensar en y a pesar de los ciudadanos, echándose la mierda los unos a los otros para mantener al "vulgo" enfrentado (mi querida España, siempre dividida) y ocupado y, así, repartirse el botín. Una España que da la espalda a los jóvenes y que permite la explotación, la España del esperpento, esa risotada amarga ante la desgracia, donde los sindicatos son los primeros fantoches, que se han callado como putas (perdón por la expresión) y, ahora, se ponen la medalla de la lucha obrera ante la convocación de una huelga general, falsos profetas, meteros la huelga por donde os quepa, el pueblo lleva sobreviviendo años sin vuestra ayuda a base de contratos basura, horas extras no remuneradas y precariedad. Una España cutre y de pandereta (hoy, más que nunca) donde licenciados y doctores trabajan en McDonald y Buger King mientras unos indeseables ganan dinero a expuertas haciendo gala de la grosería en programas de televisión baratos que manchan el nombre del periodismo.
Aún me acuerdo de aquella escena cuando, después de aprobar selectividad, le dije a mi padre con brillo en los ojos que quería estudiar Filología Hispánica. Él, un currante desde los 14 años, me respondió: "Sabes lo que significa eso, ¿no? que vas a estar toda tu vida trabajando y sin ganar dinero". A mí no me importó, yo amaba la literatura y la lengua, quería estudiar lo que realmente me gustaba, "ya le encontraré una salida" me decía yo. Pasé los cinco años más maravillosos de mi vida a nivel personal y profesional, saqué buenas notas, me enriquecí como persona... pero todo se acaba y la realidad llamó a mi puerta, "y ahora, qué?". Hice un curso de Español como Lengua Extranjera en la misma Universidad de Sevilla y me vendieron la moto, como se suele decir. Me hablaron de las múltiples posibilidades laborales que tenían los másteres en dicha materia, especialmente, el que se impartía en la Universidad de Salamanca. Se lo consulté a mis padres porque yo, por supuesto, no podía costeármelo. Ellos me apoyaron en todo, se apretaron el cinturón y me fui a estudiar a Salamanca.
Allí me prepararon durante dos años: uno teórico, con prácticas en la misma Universidad; y, un segundo año, para preparar la tesis. Sin embargo, cuando terminé, volví al mismo punto de partida. Bueno, miento, al menos, ahora, con la licenciatura y el máster, podía encontrar trabajo en academias de español para extranjeros, me pagaban siete euros la hora sin contrato social o cinco euros y medio con contrato (podías elegir). Mis padres me ayudaban a pagar la casa, pero para sacar un poco de dinero extra también trabaja por las noches en un bar de copas. Esa era mi vida, trabajaba por las mañanas en la academia, por las noches en el bar de copas y, en mi tiempo libre, me preparaba la tesis.
Lo peor era saber que eso era todo lo que me esperaba, que nunca iba a mejorar mi situación si me quedaba en España, así que empecé a echar mi currículum por todas las universidades en busca de becas y lectorados... Mientras, sucedió el acontecimiento que me empujó a tomar la determinante decisión de irme de España: me llamaron de una academia, de cuyo nombre no quiero acordarme, para hacer una entrevista. El trabajo era para los tres meses de verano y me ofrecían más dinero que las academias para las que anteriormente había trabajado. Empecé trabajando dos semanas de prueba remuneradas y me llamaron a principios de junio para que continuara (aún sin haberme pagado las dos semanas de prueba). Veía que pasaba el tiempo y que no me hacían contrato ni me pagaban las prácticas que había hecho en mayo, les preguntaba casi todos los días pero me daban excusas que no tenían sentido. Así que un día, no aguanté más, me presenté allí a las 8 de la mañana para avisarles de que no daría clase esa mañana porque me había salido algo urgente: tenía que ir a denunciarles por tenerme sin contrato y no pagarme las dos semanas que había trabajado en mayo. Me fui y en seguida me llamó el gestor de la empresa, cuyo domicilio social estaba en Málaga, para informarme de que me habían ingresado el dinero que me correspondía. Nunca pude emprender acciones legales porque, al no haber llamado a un inspector de trabajo, no podía demostrar nada. Yo nunca firmé el contrato de trabajo y, a pesar de todo, aparezco dada de alta en la seguridad social por dicha empresa después del incidente (mes y medio después de que empezara a trabajar). Yo creía que todo había acabado ahí, pero la vida me daría una segunda sorpresa...
Recogí las migajas de ilusión que me quedaban y, con la ayuda de mi tía y mis padres, me fui a Derry, en el Norte de Irlanda. Allí primero y, después, en Belfast, empecé a aprender inglés (después de toda una vida estudiándolo en el colegio, en el instituto, en la universidad, en el Instituto Británico), colgué mi título de licenciada en Filología y mi Máster en ELE y me puse a trabajar de camarera en un fish and chips. Después, me fueron saliendo algunos trabajos de profesora de español en la Universidad y dando clases particulares (pero pocas horas, con lo cual, aún tenía que seguir trabajando de camarera para pagar el piso). El primer año y medio fue el peor, me recorrí el Norte de Irlanda de pueblo en pueblo haciendo entrevistas por todas las universidades (convalidar el CAP fuera de España es toda una proeza por lo que no puedes optar a trabajar en secundaria y las becas que ofrece el ministerio en colegios extranjeros son sólo para filólogos de la lengua que habla el país de destino, es decir, que los filólogos hispánicos, los únicos que llevan estudiando cinco años el idioma español y que, por lo tanto, son los que mejor preparados están para impartir dicha materia, no pueden optar a dicha beca... una más de las tantas ironías de la vida), ocultando el haber cursado estudios superiores en las entrevistas como camarera, cambiándome de ropa en los servicios porque llegaba corriendo del bar a la universidad para dar las clases, etc.
La precariedad laboral me llevó a Dublín, donde hoy resido. Ya no trabajo de profesora (después de todo lo que he pasado, sería masoquismo), ahora soy especialista en prevención de fraude y estudio Administración y Dirección de Empresas. Al final, le encontré una salida a mi carrera: hice otra.
¡Ah!, se me olvidaba, estando en Dublín, me llamó mi padre, había llegado una carta de Hacienda reclamándome un dineral porque no había declarado durante 2008, año que pasé en el Norte de Irlanda trabajando en el fish and chips. El despistado gestor de la academia de cuyo nombre no quiero acordarme se olvidó de darme de baja y estuvo un año blanqueando dinero a mi costa. Hacienda, en lugar de investigar irregularidades (repito, yo nunca firmé un contrato), me exigió darle el dinero en el plazo de unas semanas (de nuevo, mis benditos padres me ayudaron). Fuimos a juicio, por supuesto, ellos presentaron una "enajenación mental transitoria" ante la evidencia de mis pruebas y Hacienda me devolvió el dinero inversamente proporcional a la rapidez con la que me lo exigió a mí, es decir, después de un año. No sé qué le ocurrió al director de la academia, seguro que tuvo que pagar una multa insignificante que ya se habrá cobrado por triplicado a base de no pagar a chicas como yo, que salen de la carrera con la ilusión de empezar un nuevo trabajo, independizarse económicamente, comprarse un piso, etc. y que no se atreven a denunciarlos porque siempre queda la esperanza de "y si me paga mañana". Mientras estos sinvergüenzas se vayan enriqueciendo a costa de la ilusión de los jóvenes y queden impunes, el gobierno y los sindicatos ignoren estos problemas porque están muy ocupados en repartirse el botín y en la tele sigan saliendo esos fantoches histriónicos de la llamada prensa rosa para distraer al "vulgo" de la precariedad en la que vive, señores, qué quieren que les diga, yo seguiré siendo una exiliada económica.
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