Amigo Labordeta
En los últimos años, José Antonio Labordeta y yo compartimos opiniones, conversaciones y debates en la radio. Hablábamos del Partido Popular, de Obama, de la crisis, de la corrupción o de los libros y canciones que nos gustaban. Labordeta hacía y decía tantas cosas que resultaba difícil de clasificar. Para la gente que nos escuchaba, José Antonio Labordeta era político, cantautor, escritor, el hombre de la mochila, el hombre justo, el abuelo, el que mandó a la mierda a los señores diputados de la derecha que no le dejaban hablar.
Labordeta era de ese clase de gente que creía que el futuro sería mejor que el presente. A las personas que creen eso se les llama utópicas, pero en realidad lo que hacen es atacar la hipocresía, la estupidez y expresar la insatisfacción frente al privilegio.
Labordeta usaba la vida cotidiana, los problemas de la gente que pasa por la calle, para iluminar el debate político. Frente a quienes creen que los hombres y mujeres estamos sujetos a poderes tan grandes que es mejor no tocarlos, José Antonio apelaba a la dignidad, la nuestra, la de los humanos, para saber dónde comienza lo intolerable. Como nació en una República y creció en la España de Franco, nunca le gustaron esos cerdos de Rebelión en la granja de George Orwell, escrita, recordemos, en 1945, que creaban una dictadura sobre los otros animales, mucho peor que lo que habían conocido.
Todos queríamos conservar a Labordeta. Los humanos se pasaron el siglo XX buscando en algo en que creer. Y algunos se lo tomaron tan en serio que mataron en nombre de cosas tan abstractas como la religión, la ideología, la patria o el rey. Si hablabas unos minutos con Labordeta, te dabas cuenta que tampoco era para tanto. Necesitamos gente que piense y sienta. Ojalá pudiera seguir hablando con él en la radio. Hasta siempre, José Antonio.
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