Valparaíso en Lavapiés
¿Dónde están los límites de la profecía racionalista en Sudamérica?, ¿cómo justificar una oda al urbanismo funcionalista en ciudades latinoamericanas que prosperan en la informalidad? Preguntas como éstas son las que trata de responder la exposición Desvíos de la deriva. Experiencias, travesías y morfologías (en el Museo Reina Sofía de Madrid hasta el 23 de agosto). Los arquitectos Lina Bo Bardi, Flavio de Carvalho, Roberto Matta (también pintor) y la Escuela de Valparaíso forman parte de esta suerte de ensayo histórico ilustrado en tres dimensiones con maquetas, dibujos, planos, vídeos y recortes de prensa. “Su manera flexible de concebir el territorio en términos culturales implicaba que el espacio podía ser abordado a través de la poiesis más que desde una agenda estrictamente funcionalista. Ciudad Abierta, en Valparaíso, traduce ese mismo ímpetu por abarcar lo que la vida tiene de imprevisto. Hoy, aunque circunscrita a la experiencia universitaria, su legado representa de manera clara la idea de una utopía sin eco, dentro de un sistema neoliberal que continúa resistiéndose a enfrentar su incapacidad para producir espacios habitables”. Esto se nos dice de la escuela chilena de los años sesenta y puede que la única sombra de ese párrafo esté en la cruda evidencia subrayada por palabras como “utopía sin eco” y “circunscrita a la experiencia universitaria”. Y circunscrita ahora a la experiencia de un museo, se podría añadir no sin cierta amargura.
A tan solo unos metros, en la calle Doctor Fourquet, a la altura en que se cruza con la calle Mallorca, hay un solar rehabilitado por los vecinos. En la puerta se lee: Esta es una plaza. Después de limpiarlo y acondicionarlo, se reúnen allí algunos días para que jueguen los niños y para regar el huerto, tocar y escuchar música y hablar sobre el barrio. Hubo un huerto anterior que las excavadoras se llevaron por delante. Y vuelta a empezar. El huerto de ahora lleva unos meses plantado. A veces las utopías encuentran su eco. La utopía, por ejemplo, de Aldo van Eyck, que al final de la Segunda Guerra Mundial y mientras trabajaba para el área de desarrollo urbanístico de Ámsterdam, aprovechó los solares abandonados (muchos fruto de los bombardeos) para construir en ellos parques infantiles. En su libro Situaciones urbanas (Editorial Tenov), Santiago Cirugeda que cuenta cómo siguió en Sevilla una estrategia similar, escribe en una nota sobre el trabajo del arquitecto holandés: “El coste de los parques era muy bajo, por lo que resultaba fácilmente asumible por el consistorio y, en contra partida, creó una tipología de parque donde jugó toda la generación del baby boom. La normativa sigue vigente y existen más de cien parques temporales para niños en la ciudad: casi toda la población actual de Ámsterdam ha jugado alguna vez en uno de esos parques”.
Urbanismo de urgencia para transformar un vertedero en un espacio verde. Lo que la vida (real) tiene de imprevisto.
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