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La generación de las grandes intenciones

En los últimos años hemos sido testigos de niveles de cooperación sin precedentes entre naciones, instituciones internacionales, corporaciones y adversarios políticos en un esfuerzo por detener los peores efectos de la crisis financiera global. Los grandes consensos conseguidos se han traducido en acciones concretas y grandes aportaciones económicas.

Hace una década el mundo entero consiguió unirse en otro gran consenso: Los Objetivos de Desarrollo del Milenio para reducir la pobreza. Diez años después esos objetivos aún no se han materializado en acciones. Con apenas cinco años de margen para cumplirlos es necesario tomar medidas urgentes como las llevadas a cabo para paliar la crisis económica.

Los objetivos de reducir la mortalidad infantil en dos tercios (Objetivo de Desarrollo del Milenio 4) y reducir el índice de mortalidad en madres en tres cuartos (Objetivo de Desarrollo del Milenio 5) están entre los más lejos de cumplirse. Casi 9 millones de niños y niñas pierden la vida cada año antes de su quinto cumpleaños por enfermedades fácilmente tratables o prevenibles, mientras que medio millón de madres mueren por complicaciones e infecciones relacionadas con el parto.

La triste realidad es que estos datos ya no nos impactan. ¿Y si el mismo porcentaje de madres, niños y niñas perdiera la vida en cualquier lugar del mundo por causas como la gripe A? El mundo despertaría y los gobiernos se hundirían si no lograran ponerle freno.

La cumbre que tiene lugar en Canadá con líderes del G8 y el G20 será sucedida por otra de Naciones Unidas el próximo septiembre. Ambas citas deberán demostrar la capacidad de sus líderes para actuar.

El secretario de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, describe a las madres, los niños y las niñas como el "motor del crecimiento", y un motor necesita mantenimiento -cuidados sanitarios- para funcionar.

Además de ser lo correcto, la inversión en cuidados sanitarios de madres e hijos es una inversión con beneficios demostrados, como la reducción del índice de pobreza y aumento del producto interior bruto. La Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos estima que la mortalidad materna e infantil equivale a 15 mil millones de dólares de pérdidas en términos de productividad global cada año. La inversión en salud de madres e hijos es una inversión que merece la pena realizar, no sólo a nivel moral sino también a nivel económico.

Se estima que son necesarios 30 mil millones de dólares - de países desarrollados y donantes - en los próximos cinco años para acelerar el progreso de los Objetivos de Desarrollo del Mileno 4 y 5. Los líderes del G8 deberían aumentar la ayuda bilateral destinada a salud materna e infantil hasta 4 mil millones de dólares al año entre 2010 y 2015, y los gobiernos del G20 deberían aumentar la inversión en salud materno infantil tanto dentro como fuera de sus respectivos países.

La inversión en planes de salud nacional que proporcionan cuidados prenatales y postnatales, atención sanitaria en el parto, tratamiento para la diarrea, la neumonía y la malaria, y acceso universal a vacunas cambia de manera radical la perspectiva de vida de las familias. Reducir la escasez de personal sanitario formando a 2 millones y medio de profesionales sanitarios y un millón de trabajadores comunitarios en todo el mundo ayudaría a acercar cuidados sanitarios esenciales y proporcionaría ingresos muy necesarios a familias pobres.

Y, al igual que la regulación que están llevando a cabo los bancos, la inversión de la que hablamos en materia sanitaria debe ser efectiva. Si lo conseguimos, esta inversión ayudaría a prevenir casi un millón de muertes de madres durante el embarazo o el parto y salvaría las vidas de 4,5 millones de recién nacidos y 6,5 de niños y niñas.

Un motor también necesita combustible, comida. La malnutrición es una de las mayores causas subyacentes a la mortalidad infantil, provocando al menos 3 millones de muertes cada año. La cumbre el año pasado en L'Aquila finalizó con compromisos en materia de hambre y nutrición, que se deben transformar de manera urgente en acciones concretas con el fin de alcanzar los objetivos de 2015.

Con sólo cinco años de margen, a menos que se establezca una base común de trabajo en las cumbres del G20 y el G8, reforzada en la cumbre de Naciones Unidas en septiembre, todos los acuerdos alcanzados en el año 2000 caerán en saco roto. Seremos conocidos como la generación de las grandes intenciones, pero incapaz de actuar, la generación que salvó los bancos del colapso, pero no pudo salvar a los bebés de una muerte evitable.

Alberto Soteres es director de Save the Children

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