Con Philippe Starck en La Alhóndiga de Bilbao
Desde hace unos años, en todas sus presentaciones Philippe Starck habla del amor. Luego asegura que no es inteligente. Silba, levanta las cejas. Sonríe. Hace tres chistes a costa de sí mismo y se gana a la prensa y al público. Siempre explica lo mismo. O una versión de lo mismo. Viene a decir que la honestidad es el reto del futuro. Escuchar lo mismo una y otra vez puede hacerte dudar. O convencerte.
Llegó a Bilbao para inaugurar la Alhóndiga, el antiguo almacén de vinos y aceites cerrado durante tres décadas y rescatado ahora como corazón del barrio de Abando. La idea era dotar a este distrito con un motor más físico e intelectual que económico. Un lugar que preparara el cuerpo y abriera la mente sin que se resintiera el bolsillo: cines de arte y ensayo, salas de exposiciones, piscinas y hasta un restaurante capaz de incorporar a la vasca tradicional, la nueva cocina rumana que se cuece en Bilbao.
El consistorio bilbaíno quiso recordar a sus ciudadanos la importancia de la diversidad. También que hay muchas formas de disfrute no asociadas al consumo. Starck firma el envoltorio para que un lugar de esfuerzo y placer (un gimnasio o una biblioteca) entre por los ojos como un espacio de ensueño.
Del antiguo edificio de 1909 de Ricardo Bastida sólo queda la fachada. La crujía que la sujeta, y aloja oficinas y cafeterías, inevitablemente resta luz a la nueva plaza cubierta donde, cual edificios metafísicos, aparecen los tres cubos forrados de ladrillo. Los cubos están retrasados. Ceden espacio para una gran plaza y quedan suspendidos sobre un bosque de 43 columnas. “Cualquier edificio es, antes que nada, una columna. Y en todas partes se han hecho y se hacen de maneras distintas. Soy un monstruo de la intuición y la visión que tengo para el futuro es la de la arquitectura didáctica”, me cuenta Starck. Y efectivamente, las coloristas columnas ofrecen material didáctico. Y diseño posmoderno.
Cada cubo alberga un uso: gimnasio o mediateca. La piscina une dos prismas en la azotea y los cines y el aparcamiento cosen los cimientos de los 43.000 metros del edificio. Lo de los metros es un decir. Para poder construir semejante coloso ha sido necesario peatonalizar una calle, ampliar las aceras, construir una plaza y cambiar todo el sistema de alcantarillado. “80.000 m2 de obras. Hoy no lo hubiéramos podido hacer”, cuenta el alcalde.
La idea ha sido trabajar con los materiales del edificio original -hormigón, acero y ladrillo- para firmar una propuesta sorprendente por sobria. “Creo que este edificio puede poner en marcha el tipo de pensamiento que necesitamos”, insiste Starck. Pero él no renuncia a tapizar dos butacas centrales del auditorio con tela dorada ni a que quien simplemente atraviesa el edificio como atajo entre dos calles pueda ver los cuerpos de los bañistas suspendidos en el forjado más alto. “El agua que se ve en la cubierta desde la planta baja no encarece, cuesta lo mismo que el hormigón, pero obtienes luz y una obra de arte móvil hecha por los usuarios”, dice. Explica que en La Alhóndiga él no ha diseñado. Pero, ya en el último piso, veo que sobre la piscina cuelgan enormes lámparas negras con el interior dorado. “Para equilibrar el verde del agua”, me cuenta. “El resultado es que la luz favorece a las bañistas”.
Tras idear los design hotels ¿puede Starck reinventar el ocio? “Los occidentales cada vez vamos a tener menos dinero. El dinero se va a otros continentes. Por eso debemos entender cómo viviremos las próximas décadas”, responde. “Los buenos edificios son los que pueden ofrecer instantes en los que sientes que todo está en su sitio”.
¿A la arquitectura le ha llegado el momento de dar un paso atrás? “El paso es hacia delante. Algunos críticos dijeron que hace 20 años inventé la arquitectura expresionista con dos edificios que levanté en Tokio. Fue una exploración. Hoy todos los edificios son así. Se han ido haciendo cada vez más costosos, banales, cínicos, narcisistas y onanistas hasta llegar a Dubai. El coste ha sido tan alto que nadie puede mantenerlo. Por eso estoy orgulloso de que la Alhóndiga abra un camino limpio, riguroso y más conectado con los valores que espero en el futuro: honestidad y fortaleza. La honestidad es lo único interesante porque la sociedad es una máquina corruptora”, concluye. “Por eso es un reto divertido tratar de mantenerse honesto”.
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