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Desafortunada receta del Presidente Calderón

Al reformar el Estado, México no debe mezclar ingredientes que no se llevan

A usted, apreciado lector, ¿le gusta el sushi? Probablemente sí. ¿Le gusta la pasta? Seguramente. ¿Los combinaría en un solo platillo? Imposible. Lamentablemente, en materia de reforma política, Felipe Calderón ha propuesto el equivalente de sushi con pasta. Cuando México empieza de nueva cuenta a discutir cómo mejorar su democracia, la lógica presidencial parece ser: si la reelección y el referéndum son buenos, pongámoslos en el mismo paquete de reformas. Así lo anunció en la celebración de sus tres años de gobierno hace unos cuantos días.

En su discurso, el mandatario mexicano esbozó propuestas que, de concretarse, significarían la mayor transformación del sistema político mexicano en décadas. Además del referéndum y la reelección de legisladores y alcaldes, Calderón mencionó la reducción del tamaño del Senado (128 escaños) y/o de la Cámara de Diputados (500 curules), iniciativa preferente en el Congreso para las propuestas presidenciales, fortalecimiento del poder de veto del Ejecutivo e incluso sugirió la posibilidad de candidaturas independientes.

La propuesta parece ignorar que el diseño institucional, como la buena cocina, requiere de balance y complementariedad, de articulación de incentivos para que todo camine hacia la dirección deseada. Peter Ordeshook, en el que quizá sea el mejor libro existente sobre diseño institucional, Lessons for Citizens of a New Democracy, menciona la necesidad de que las instituciones y reglas democráticas "embonen perfectamente" y advierte: una Constitución no se puede diseñar basándose en los mejores aspectos de otras constituciones. Los reformadores no deben actuar como niños en una dulcería: me gusta éste y éste y me los llevo todos (pp.54-55).

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¿Qué problemas genera la coexistencia de la reelección y el referéndum? De manera sucinta, la reelección busca fortalecer la democracia representativa, mientras que el referéndum busca fortalecer la democracia directa en detrimento de la democracia representativa. Con el referéndum, decisiones hoy legislativas podrían quedar fuera del alcance del Congreso. Con la reelección se busca que los gobernantes ahora sí representen a los ciudadanos y rindan mejores cuentas, pero se olvida que la democracia directa carece de un mecanismo de rendición de cuentas: si el electorado se equivoca, ¿quién da la cara? ¿a quién se castiga políticamente por una mala decisión derivada de un referéndum? Más preocupante aún es la posibilidad de que, como ocurre en diversas democracias presidenciales de América Latina, el mandatario utilice el referéndum para darle la vuelta al Congreso. ¿Es esto lo que se busca? Aunque los pormenores de la propuesta gubernamental están por conocerse, es evidente que no hay claridad en el modelo de democracia que se quiere. La reelección y el referéndum ofrecen incentivos diferentes a los actores políticos y a los votantes.

Si a la propuesta presidencial le sobra el referéndum, le faltan aspectos todavía más importantes. ¿Usted puede imaginar una buena reforma económica que no fomente la competencia entre empresas? Lo mismo ocurre en política: una reforma que no propicia mayor competencia partidista difícilmente modificará para bien la democracia mexicana. Desafortunadamente, el esbozo de reforma anunciado por el presidente carece de indicios que apunten hacia una mayor competencia electoral. De hecho, si algo se sabe sobre los efectos de la reelección es que le da ventaja a quienes buscan repetir en el puesto (la famosa incumbency advantage): son más conocidos y tienen más recursos a su disposición. En México la situación será todavía más grave ya que nuestra pésima legislación electoral le otorga más dinero público y más espacios en radio y TV al partido que ganó la elección anterior. Es decir, la legislación está cargada a favor de quien busca reelegirse. Si no se modifica la ley electoral para procurar mayor igualdad entre los partidos, la reelección puede tener efectos perversos. El presidente haría bien en proponer una reforma que también fomente la competencia electoral. Sin competencia no hay rendición de cuentas. Sin competencia tampoco hay democracia.

Jorge Buendía es Director General de Buendía & Laredo

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