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Barcelona y Berlín, unidas por el Goethe

Centenares de personas celebran la caída del muro en el centro alemán de la capital catalana

Dicen de Barcelona que es una ciudad germanófila. Lo atestiguan el círculo Wagneriano del Liceu o las traducciones de Nietzsche realizadas por Joan Maragall. Y también la multitud que, esta noche, ha aguardado ante el Goethe-Institut de la ciudad. La cola daba la vuelta a la esquina. Dentro, el vestíbulo y las cuatro plantas del centro, rebosantes, conmemorarán hasta la una de la madrugada el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín.

Los primeros protagonistas de los festejos han sido Ignasi Blanch y tres de sus alumnos de dibujos. Blanch fue el único artista español que dejó su impresión de la noche del nueve de noviembre de hace veinte años estampada en el muro: participó en la decoración del tramo que se ha conservado bajo el nombre de East Side Gallery. "Fue una noche confusa. E irónica. Es irónico que el muro, que había estado allí desde hacía 40 años, cayó en nada", ha explicado Blanch.

Han sido sus tres alumnos de 35, 28 y 26 años, sin embargo, quienes se han encargado de abrir la celebración en el Goethe. Y lo han hecho de una forma muy acorde con el estilo de la República Federal Alemana, poco dada a los festejos grandilocuentes: al ritmo de una música infantil, han pintado un sencillo y alegre mural de tres metros de largo y uno de ancho. Evoca la liberación que supuso el acontecimiento.

Si Barcelona es germanófila, uno de los ejemplos más claros de ello es el ex presidente de Cataluña y ex alumno del Colegio Alemán, Jordi Pujol, que no ha faltado en el Goethe. Pujol, que siempre ha proclamado su admiración por Alemania, ha recordado hoy ante el auditorio, que no cabía en una sala, el abismo al que se asomó el mundo aquella noche de hace veinte años. "Los berlineses, los alemanes y todo el mundo tuvimos suerte", ha asegurado. Hasta entonces, la URSS había reaccionado ante las protestas ciudadanas sacando los tanques a la calle. Ocurrió en el mismo Berlín, en 1953, en Hungría, en 1956 y en Praga, en 1968, ha recordado Pujol.

El nueve de noviembre de 1989 no fue así, y el mundo cambió. Tanto, que los más jóvenes no pueden imaginarse una Europa dividida. "Me parece surrealista que la gente no pudiese cruzar de un lado a otro", ha explicado por ejemplo Karla Inestroza, que nació en septiembre de 1989 y se ha acercado al Goethe "para conocer la historia". "Nacimos en una etapa de cambio", sabe su compañero Jonathan Flaquer, que vino al mundo un mes después de la caída. No sólo cambió Europa, han recordado los dos chilenos: en su país, ese año nació la democracia.

Quien sí vivió el cambio, pero no se lo podría haber imaginado cuando creció en la RDA, es Jeremias Treu, de 46 años, uno de los puntales de la potente comunidad alemana en Barcelona: es el pastor evangélico en esta ciudad desde hace dos años. En 1989 se acababa de convertir en párroco. "Si entonces alguien me hubiese dicho que en 2009 podría estar en Barcelona hubiese pensado que estaba loco". Y eso que si alguien hizo algo para la caída del Muro fueron ciudadanos del Este como él, ha recordado, agradecida, la cónsul alemana en Barcelona, Christine Gläser. En 1989, Treu participaba en las Friedensgebete (oraciones pacíficas), en torno a las que se articuló la oposición democrática al régimen, que culminó con la manifestación de octubre de 1989 de Leipzig que encumbró el eslogan Wir sind das Volk (nosotros somos el pueblo).

"Euforia" fue lo que sintió esa noche su conciudadana del Oeste Dagmar Müller, de 67 años, de Bonn, y que estos días está de visita en Sitges. Y eufórico es el balance de Treu, pese a todos los problemas de la reunificación: "La libertad fue el mejor regalo. En la RDA, no me podía imaginar qué era eso de la libertad. Deseo a todos aquellos que viven aún bajo dictaduras el mismo regalo: que se acaben pronto todas ellas".

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