Los problemas del éxito
El PRI tiene dos grandes problemas. Uno es de éxito y el otro es de fe. Tras las elecciones intermedias del 5 de julio, los mexicanos se quedaron con la percepción de que el PRI es una máquina de poder a la que será muy difícil de frenar en su cruzada por la reconquista de la Presidencia en 2012. Si esto generaba de sí el potencial para que todo lo malo que suceda en el país les pueda ser transferido mecánicamente con un costo político magnificado, el segundo problema es que la gran mayoría de los priistas se lo creyó. El PRI fue el partido que más posiciones logró en la elección, pero no avanzó más que en anteriores elecciones intermedias. Sin embargo, los grupos políticos del partido están entrando en una dinámica de confrontación interna, como si la campaña presidencial dentro de tres años fuera a ser de trámite.
Tendrán que ubicarse o perecer nuevamente. En las elecciones de julio ganaron 237 curules en la Cámara de Diputados, que fueron apenas 13 más de las 224 que lograron en 2003, cuando en la prensa cantaron, como hoy en día, el "regreso del PRI". Esta afirmación es imprecisa. En el comportamiento histórico en elecciones intermedias, el PRI no rompió su estándar. Su 39.94% de la votación se mantuvo en los márgenes de 2003, cuando logró el 36.77% -seis centésimas menos que en julio pasado-, y tuvo un ligero retroceso del 38% alcanzado en las intermedias de 1997, cuando comenzó a perder la hegemonía política.
Pero como la realidad no importa en México sino la percepción, en la Cámara de Diputados, la gran caja galvanizadora de ambiciones, los grupos políticos del PRI están comenzando a pelear entre ellos, desde sus ínsulas de poder en espera de alianzas estratégicas para 2012. Pero están cayendo en el mismo error de 1997, cuando pese a su mayoría perdieron la Presidencia en las elecciones de 2000, y en el de 2003, cuando tras martillar a sus adversarios se desplomaron en los comicios presidenciales de 2006 a su peor nivel histórico, y fueron desplazados a un tercer lugar vergonzoso, para su historia, como fuerza política nacional.
El PRI está recreando su monstruo de mil cabezas que extravió el rumbo desde que perdió la Presidencia. Educados en la disciplina, los priistas no pudieron aprender a caminar sin la guía que su Presidente, como jefe político máximo, proporcionaba. El PRI, para efectos prácticos, era una secretaría del Ejecutivo para asuntos electorales, que se regía bajo una cultura autoritaria centenaria. Hoy, la diferencia fundamental entre el viejo régimen y el nuevo régimen en construcción, es que no hay un rey que rija sus destinos, sino muchos señores feudales que pelean por sus pequeños reinos.
Las pasadas elecciones demostraron la fuerza de estos señores feudales. En aquellas entidades donde había gobernadores priistas, fueron ellos y no el partido quienes controlaron absolutamente todo en la victoria -candidatos, campañas, estrategia y recursos-. En aquellos estados donde había gobernadores de otros partidos, fue la dirigencia nacional del PRI la que impuso sus deseos. El tablero de operación política que antes manejaba el Presidente, está repartida entre los grandes jefes dispersos en el país. Por un lado, el más fuerte de todos, el gobernador del estado de México -la entidad con mayor peso electoral-, Enrique Peña Nieto, quien también encabeza las preferencias electorales para 2012, que apoyó campañas en varios estados del país para gobernador y diputados. Su abierto respaldo contribuyó a victorias de gobernantes en el rico y norteño Nuevo León, y en Querétaro, en el corredor industrial del centro del territorio, donde nadie pensó jamás que el PRI pudiera arrebatar el poder al PAN. Peña Nieto puede reclamar que en el Congreso tiene alrededor de 120 diputaciones -dos terceras partes más de las propias de su estado- que responden a sus intereses estratégicos, como pago de los apoyos en campaña.
Sin embargo, pese a contar con casi la mitad del total de priistas en el Congreso, no le alcanza el poder para imponer su agenda y construir desde ahí la buscada candidatura presidencial. Los gobernadores priistas del sur se han puesto en pie de guerra, de manera sibilina, pero firme. Son los gobernadores de Oaxaca, Ulises Ruiz, y de Veracruz, Fidel Herrera, de generación más vieja que la de Peña Nieto, pero que a diferencia de él, han sido curtidos por el trabajo electoral de campo y la experiencia legislativa federal. En ese sentido, son políticamente más completos y, por las medallas colgadas en sus pechos, más experimentados.
Las luchas intestinas no son a futuro. Ya se dieron hace unos días, cuando dentro del PRI se discutió la agenda legislativa para este año. Los representantes de la dirigencia, aliados tácticos de Peña Nieto, no pudieron imponer una votación sobre el documento en los términos que deseaban, y tuvieron que aplazar la decisión y permitir que los estados incorporaran sus necesidades para que pudiera ser aprobada. La revuelta de los diputados la encabezaron los diputados de Ruiz y de Herrera, quienes al respaldar también a candidatos en otras entidades, suman entre sus incondicionales y aquellos que se comprometieron a cambio de apoyos financieros, alrededor de 60 y 35 respectivamente legisladores, casi la otra mitad de los priistas en el Congreso.
La batalla intramuros del PRI tiene más complejidades. Hay diputados de mayoría y plurinominales. Aquellos de mayoría fueron designados localmente y necesitaron el aval del gobernador. Los plurinominales, que son de representación popular, fueron seleccionados por la líder nacional del partido, Beatriz Paredes, que tuvo que negociar con sus leales y los sectores que integran las bases del PRI, el obrero, el campesino y el popular. De los tres, Paredes sólo tiene poder sobre el campesino, y sobre los otros dos, el grupo de interés que los domina se encuentra vinculado al senador Manlio Fabio Beltrones, el priista con mayor poder ante el presidente Calderón, y un fuerte aspirante también a la Presidencia.
Los diputados de los sectores se encuentran repartidos entre los estados, y no necesariamente, en los momentos críticos, responderán a los gobernadores o a sus líderes que los apadrinaron. Por ahora, es muy pronto para poder determinar el comportamiento que seguirán. En lo inmediato, después del ajuste en la agenda legislativa hay intereses comunes que defender, como la profundización de la federalización y un mayor acceso a los recursos procedentes de las exportaciones de petróleo. Eso quieren todos, ahí no hay discrepancias. Éstas vendrán más adelante, resueltos los problemas fundamentales para allegarse recursos a fin de enfrentar la crisis económica. Pero también porque es muy temprano para que los grupos políticos abran sus cartas y empiecen a jugar para 2012.
Hoy en día hay escaramuzas, escarceos y juego de músculos, pero no han llegado a la sangre. La correlación de fuerzas no es homogénea, ni interna, ni externamente. El país sigue dividido en tres fuerzas, y muchas veces ahora, como antes, las victorias en las elecciones intermedias los han vuelto ciegos. Soberbia y prepotencia llevaron al PRI a perder la Presidencia en 2000 y 2006, después de "el retorno" de la aplanadora tricolor en las legislativas previas. Eso no se extirpa, se neutraliza. Dicen los priistas que han aprendido y que es falso que genéticamente están destinados a pelear entre ellos. No fue en el pasado, cuando el Presidente los controlaba, pero sí ha sido sistemático desde entonces que se les fue la brújula. Las elecciones intermedias han sido un referente de fuerza del PRI, pero hasta ahora, no han sido síntoma de la recuperación del poder presidencial.
Raymundo Riva Palacio es analista y director de ejecentral.com.mx.
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