Lo privado y lo público
La publicación en el periódico El País de las fotografías del primer ministro italiano Silvio Berlusconi en sus fiestas sardas ha desatado un debate político y periodístico de gran magnitud en el mundo. Uno de los elementos de esa polémica va al corazón del oficio de periodista y tiene que ver con los límites que deben mantenerse en el tratamiento de la vida privada.
Es una cuestión delicadísima, vieja como el propio oficio, y difícil de agarrar con cuatro palabras. En primer lugar, los hombres públicos, en efecto, tienen vida privada; los hombres públicos y los hombres (o mujeres) famosas. Otra cosa, y esto se dice habitualmente, cuando los políticos o los famosos, o los políticos famosos, exhiben su vida privada en público, o hacen ostentación de la vida privada en su discurso público.
Una boda, por ejemplo, o un bautizo, es una cuestión privada que generalmente se hace en público, y además se informa de ello de manera general, casi como si fuera, exactamente, de interés general. Hay bodas de parientes de personajes públicos (políticos o no) que alcanzan la notoriedad de un acontecimiento sin cuyo conocimiento público parece que no podría vivir la gente.
En el caso de Berlusconi, la presencia pública de su vida privada ha sido en los años en que ha mandado en Italia verdaderamente intensa. Y no sólo en lo que respecta, como ahora, a sus problemas matrimoniales, hechos públicos por su mujer y por él mismo en entrevistas de prensa, radio o televisión, en denuncias cruzadas que han convertido su relación en un rompecabezas político cuya procedencia es similar a las diatribas que la prensa del corazón suele tomar como carnaza para aumentar sus audiencias.
Esa frecuencia de la figura de Berlusconi (y los suyos) en el espacio público con elementos privados ha sido noticia exhaustiva, y nadie se ha rasgado las vestiduras; él mismo ha hecho crónica (por decirlo así) de los sucesos que ocurrían en su casa de veraneo, en Cerdeña, y la casa ha llegado a ser un elemento público de su discurso político. Allí se reunía con mandatarios extranjeros, con sus ministros; a la isla llegaba en aviones oficiales, cambió una ley para hacer más ágil ese tráfico personal y convertirlo en tráfico público... Y se sabía de antiguo que esas visitas eran fotografiadas..., hasta que las fotos fueron a salir, y entonces fueron judicialmente prohibidas.
Lo siguiente ya se sabe. Y aquí ha venido a producirse el debate entre lo público y lo privado. Es difícil trazar la línea, sobre todo si las personas que reclaman privacidad para su actividad privada convierten en pública esa propia actividad privada. No son excursiones íntimas, de unos cuantos, en torno a una figura cuya discreción es inexistente por otra parte; él, Berlusconi, fue quien reveló la identidad de algunos asistentes a sus fiestas, y él mismo ha dicho ahora que las fotografías son inocentes.
El caso entraña polémica, como es natural, y algunos motivos importantes de reflexión. El suceso, que ha desatado un enorme escándalo en Italia, sobre el uso público de lo privado por parte de Berlusconi, ha tenido ahora un correlato gráfico; lo que extraña es que se pueda contar todo, hasta que aparecen las fotos, que parecen servir de argumento gráfico, como de pie de foto, valga la paradoja, de todo lo que se ha ido contando. Sin duda, las razones del debate -éticas, periodísticas, humanas? están servidas, y son legítimas. Es legítimo también alertar a los servidores públicos de que la supuesta intimidad de sus acciones puede llegar a ser relevante si en medio está lesionándose el interés público.
Los periodistas estamos en medio, mirando a un lado y al otro; cuando el periodista publica un mensaje, siempre hay quienes ven el dedo y no la luna, o el sol; en este caso, muchos han visto en la publicación de las fotografías el dedo, y no el sol, o la luna; si lo pensamos bien, todos tenemos razones para pensar cuánta hipocresía hay en los que se escandalizan cuando ellos mismos mezclan lo privado con lo público como si la gente no tuviera derecho a saber qué hacen los políticos con el uso personal de sus prerrogativas públicas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.