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Eso dice un refrán islandés que le viene al pelo al clima del país. Hoy ha hecho un buen día de primavera en el sur de Islandia, pero menos nevar creo que nos han caído casi todos los meteoros. Islandia tiene uno de los paisajes más brutales que recuerdo. Lo fácil sería hacer un titular con aquello de la isla del fin del mundo, poque está perdida y sola aquí, en el extremo del Atlántico norte, a 290 kilómetros de Groenlandia, la tierra firme más cercana. Sin embargo sería más justo imaginarla como la isla del principio del mundo, porque geológicamente es un país muy joven (apenas 20 millones de años) y casi todos los fenómenos de la orogénesis se están dando ahora en tiempo real en su suelo. Es como si hicieras turismo por los orígenes del Planeta Tierra. Hay volcanes, geiseres, glaciares, terremotos, fallas, grandes cascadas... Viajas por las escasas carreteras que cruzan el país y es como si viajaras por Marte o por un planeta desconocido. Horizontes infinitos, mares de lava petrificada que se pierden en lontananza, llanuras deshabitadas sin rastro alguno del ser humano, montañas negras y amenzadoras, picos nevados y glaciares. Ni un árbol; el reino desnudo de la piedra volcánica. Un viaje de lo más recomendable.Hoy hemos visitado las pocas zonas del interior de la isla accesibles con un utilitario normal. La mayoría de pistas son solo aptas para todoterrenos y además la nieve obliga a cerrarlas en cuanto llega el otoño. Y de los muchos lugares fascinantes que hemos fotografiado me quedo con las cascadas de Gullfoss, un lugar emocionante. Un río que drena los glaciares de Langjökull y Hofsjökull se encuentra en su camino con una gigantesca falla tectónica. Y se precipita en su interior en dos resaltes de 32 metros de altura. El ruido es atronador. El agua vaporizada empapa todo a su alrededor. Pero lo más soberbio es el escenario que rodea la catarata: negras paredes de basalto, la turba verdosa que cubre las llanuras volcánicas. Y allá, a lo lejos, los dos glaciares, como dos océanos de hielo colgados de las montañas. Lo dicho: como estar sentado con los pies colgando sobre el principio de los tiempos.
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