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Adios injusto de Argentina

En el descanso pasaron en la pantalla grande del estadio de Miyagi aquel famoso gol de Maradona contra Inglaterra, el que marcó con el pie, en el Mundial de 1986. Los hinchas argentinos, frustrados porque en tiempo real el marcador iba Argentina 0 Suecia 0, se desahogaron. Celebraron el gol de su héroe, una vez más, por todo lo alto.

Pero alguno de ellos debe de haber reflexionado, y más todavía cuando el partido llegó a su terrible final y Argentina quedó eliminada en la primera fase de un Mundial por primera vez en 40 años, cómo se había echado de menos en la selección argentina versión 2002 alguien con una pizca de la genialidad y la capacidad goleadora del gran Diego.

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Porque en todo lo demás, en una tarde fría y nublada en esta ciudad del norte de Japón, Argentina fue superior, muy superior, a Suecia. Como también, en todo lo demás, había jugado mejor al fútbol que los otros dos equipos en el bien llamado Grupo de la Muerte.

Si el deporte que se practicaba ayer en Miyagi hubiera sido el boxeo en vez del fútbol el arbitro hubiera parado la pelea después de media hora. Suecia estaba contra las cuerdas, tambaleando, impotente, mareada ante el asalto argentino. Pero el fútbol es el más injusto de todos los deportes. No se gana por puntos, o por knock-out técnico. Hay que marcar goles, y para marcarlos hay que tener un poco de suerte y delanteros eficaces. Argentina no tuvo ninguno de los dos ayer mientras que Suecia, en el minuto 58, en su primer remate serio a gol, tuvo la increíble fortuna de que en un lanzamiento de falta un jugador casi desconocido de la Premier League inglesa, Anders Svensson del Southampton, hizo el mejor contacto con el balón en su vida y lo introdujo, como si fuera David Beckham, dentro de la escuadra derecha de la portería de Pablo Cavallero.

Con tanto talento, tantos nombres conocidos, sobre el terreno de juego, ningún jugador argentino tuvo un momento de inspiración en todo el partido que se aproximara al que le tocó vivir ayer a Svensson. Mucho se esperaba de Pablo Aimar. Y, al principio, mucho prometió. La decisión de Marcelo Bielsa de dejar afuera a Verón, hasta el partido de ayer el indiscutido director de orquesta argentino, y de poner al joven valencianista en su lugar estuvo plenamente justificada durante la primera media hora del partido. Aimar, de 22 años, brilló. Paredes, regates, frialdad y lucidez al borde del área, pases rasos en diagonal que abrían espacios por las dos bandas: todo lo que no habia hecho Verón en los primeros dos partidos lo estaba haciendo Aimar, y maravillosamete bien. Aimar revolucionó a la selección argentina que atacaba como un escuadrón de abejas. Todo indicaba que no se iba a repetir lo de Francia, que esta vez se impondría la lógica y el favorito ganaría. Y además con comodidad.

Sólo que había una pequeña duda. Argentina desbordaba y desbordaba, varias veces dentro del área sueca, durante aquel primer tiempo pero el que siempre aparecía en frente de la portería para intentar rematar era Sorín, un centrocampista todo terreno, no un especialista de gol. El especialista, Gabriel Batistuta, no daba señales de vida. Argentina estaba arrollando el mediocampo sueco como un tren bala, y después entraba, una y otra vez, por las bandas. Pero el centro de la defensa sueca se mantenia firme. Batistuta no tuvo ni una ocasión - ni un intento - de gol en los primeros 45 minutos. Claudio Lopez sí las tuvo, pero le falló siempre, y por demasiado, la puntería.

Mientras tanto la luz de Aimar se fue lentamente extinguiendo. Y lo suecos, al comenzar el segundo tiempo, dieron indicaciones de sentirse más cómodos en el campo. Aunque fuera sólo porque habian sobrevivido el aluvión del pirmer tiempo e intuían que quizás éste sería, merecidamente o no, su día. Bielsa quitó a Batistuta y puso a Crespo, decisión de la cual quizás se arrepintió porque un minuto después Svensson marcó su gol y se vio obligado el seleccionador argentino a apostar todo por el ataque. Quitó a Sorín y Almeyda, puso a Verón y Kily Gonzalez en su lugar y de repente Argentina tenía a siete jugadores netamente ofensivos sobre el terreno de juego.

De repente los suecos empezaron por fin a tener esporádicas ocasiones de gol pero la acción se desarrollaba, casi igual que durante los últimos 20 minutos del partido contra Inglaterra, en el otro extremo del campo. Pero la defensa sueca, igual que la inglesa, dio la impresión en casi todo momento de tener la crisis bajo control. Mucho asedio argentino, mucha artillería pesada, pero ocasiones claras de gol, ninguna. Salvo el penalti, que Ortega, tras provocarlo, falla pero Crespo mete en la red de rebote. El poco de suerte que Argentina tuvo en una fría y nublada tarde en Miyagi, el escenario de su triste y prematuro adiós al Mundial de Japón y Korea del año 2002.

REUTERS

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