Réquiem por un sueño hermoso
La desolación se apodera de Argentina, 71 jóvenes son detenidos por disturbios, Internet se llena de lamentos, ánimos y críticas...
La página en negro, un grado bajo cero de sensación térmica, aún no amanece y la bandera argentina es una mortaja que ya no abriga ni da calor a los restos del sueño. La tristeza se extiende hasta coincidir con la silueta de ese país del sur de América que se recorta en los mapas. Calla, no hables aquí ni intentes consolar a nadie. Parecen estar hartos ya de lamentarse. Si algo saben de fútbol, si algo han aprendido como sociedad en los últimos años, es que ni los goles ni los países se merecen, se hacen. 'Las inundaciones no se producen porque los ríos crecen, sino porque el país se hunde', se lee en una pared del barrio bonaerense de San Cristóbal.
Alrededor del obelisco, en el centro de Buenos Aires, la policía controla sin responder a los insultos de unos 50 adolescentes que esperaron sin dormir, en algún bar, hasta que comenzó el partido a las tres y media de la madrugada y que, tras la derrota, han marchado hacia allí. Son las ocho de la mañana y se los ve tendidos sobre las plazoletas, vestidos con camisetas argentinas, sombreros de felpa celestes y blancos de cuatro puntas, embebidos en cerveza, de pie, amenazando con 'marchar a la plaza de Mayo para voltear a Duhalde como volteamos a De la Rúa'.
Los cronistas de las emisoras de radio que pasan por el lugar huelen el alcohol, se compadecen de ellos. Desde los coches, bajo los gorros de lana, los ojos entrecerrados de los escasos transeúntes mal dormidos les conceden miradas piadosas. Al paso del tiempo de juego, cuanto más se demoraba la conversión del gol, el actor Edgardo Moreyra rebusca entre animales prehistóricos de tamaño formidable para apreciar en su justa medida la extensión de la desgracia. El decir popular 'meado por los perros' le resultaba insuficiente. 'No, viejo, ¡qué perros! Hoy estamos meados por una manada de elefantes en celo, por todos los dinosaurios, los velociraptor y los sapos'.
'¿Los sapos? ¿Qué tienen que ver los sapos?', preguntó, sorprendido, su colega y amigo Óscar Martínez. '¡Y qué sé yo! Viste que si te mea un sapo dicen que te quedás ciego. Por eso, en este Mundial, no vemos el arco [la portería]. Estamos ciegos, loco'.
Francisco Aure, de 11 años, hijo del amigo que invitó a ver el partido en pantalla gigante, apunta datos que nadie recuerda. El pibe sabe demasiado y advierte: 'Ojo, que Suecia ya nos eliminó en el 34. Argentina entró directamente a los octavos de final y perdió (2-3) con Suecia. Los goles argentinos los convirtieron Betis y Galateo'. 'Pancho', le reconviene su padre, 'no es momento, hijo'. Pero Suecia está allí, en la memoria.
El fútbol argentino está marcado por titulares de leyenda. 'El desastre de Suecia [en 1958]' es uno de ellos. Los más creativos años cuarenta, cuando entre otros equipos brilló La máquina del River con José Manuel Moreno, el Maradona de entonces, y surgieron jugadores como Di Stéfano, no alcanzaron reconocimiento internacional por la guerra. En 1958 esa generación ya estaba pasada de edad. Se llegó así a un torneo en el que Argentina perdió (1-3) con Alemania, venció (3-1) a Irlanda del Norte y fue despedida por Checoslovaquia (1-6). Los jugadores fueron recibidos a monedazos.
Ahora, otra vez, 'el sueño terminó', titula el periódico La Nación. 'Harakiri', dice el deportivo Olé. El cronista Daniel Lagares escribe: 'Réquiem para un sueño que fue hermoso. Sí, es un fracaso. Acaba de morir una generación de jugadores brillantes y entra en crisis un proyecto ejemplar hasta que pisó Japón. Acaba de morir el único sueño colectivo posible de los argentinos...'.
En Córdoba, la policía dispersa con balas de goma a unas 300 personas y detiene a 57 por ataques con piedras contra los escaparates de comercios, agresiones, insultos... Detienen a 14 jóvenes en Mar del Plata. Internet se llena de lamentos, infinita pena, mensajes de aliento para los jugadores y críticas al entrenador, ironías y bromas pesadas desde Brasil.
Alrededor del obelisco, un pibe quema una bandera argentina, otros tratan de impedirlo, se pelean. Cuando se marchan, un adolescente vestido con camiseta argentina y gorro de arlequín escribe en la pared de mármol de un banco: 'Aguante, Argentina'. A un lado y a otro, en rojo, se lee: 'Chorros (ladrones), hijos de puta'.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.