El mercado de la desinformación
Estamos perdiendo la batalla de la opinión pública contra narrativas tóxicas, simplistas y, a menudo, orquestadas

Para un profesor, la vida profesional debe dedicarse a una premisa básica: la realidad, aunque compleja, puede ser explicada con datos y análisis riguroso. Sin embargo, en estos tiempos se experimenta una frustración creciente compartida con no pocos colegas, y es que, cada vez más, en el debate público y en el económico en particular, la verdad es un producto ineficiente.
Desde hace un tiempo, dato a dato, estamos perdiendo la batalla de la opinión pública contra narrativas tóxicas, simplistas y, a menudo, orquestadas. Por ejemplo, cuando el precio del aceite de oliva se disparó, la explicación real, una sequía histórica que desplomó la oferta, no generaba repercusión por aburrida. Sin embargo, triunfó entre algunos un relato sibilino que culpaba a la instalación de paneles solares. Ahora tocan los huevos, desatando la ira de quienes sufren los vaivenes económicos y de precios al justificar y señalar culpables que no lo son. La ley de la oferta y demanda y una gripe aviar lo explica todo; pero de nuevo es aburrido.
La desinformación siempre ha existido. Julio César escribió la Guerra de las Galias para contar “su” realidad de lo que hacía. Sin embargo, estamos presenciando la creación de un “mercado de la desinformación económica” donde el bulo, por su propia estructura, tiene ventajas competitivas abrumadoras sobre la realidad. El primer problema, y el fundamental, es la asimetría de la complejidad. La explicación real de cualquier fenómeno económico agregado es, por definición, multifactorial, abstracta y lenta; involucra cadenas de suministro globales, shocks de oferta, mercados de futuros y cambios en la demanda. Explicarlo bien requiere tiempo, esfuerzo cognitivo por parte del receptor y es aburrido. El bulo, en cambio, es una obra maestra de eficiencia narrativa: es simple, emocional, inmediato y, lo más importante, ofrece un villano, lo que ayuda mucho. El bulo ofrece una respuesta satisfactoria a nivel emocional, y si explica por qué te cuesta llegar a final de mes, mejor. Aunque sea ruinosa, la realidad ofrece una respuesta insatisfactoria a nivel intelectual. Y en redes sociales, la emoción siempre gana a la razón.
El segundo factor es la desconexión, completamente razonable, entre la experiencia individual y el dato agregado, entre la microeconomía y la macro explicado por un profesor al que no conocemos. Esta desconexión abre brecha por donde se cuela el bulo. Cuando un ciudadano no siente la mejora del PIB en su bolsillo, y un experto intenta explicar la razón, con elementos como la renta nacional neta, es seguro que no será capaz de captar su atención. En ese momento, aparece un segundo relato en redes que mueve la portería a otro nivel, como que “el PIB es un engaño”, o “los políticos te mienten, nos estamos empobreciendo”. Este relato, aunque falso en términos agregados, valida el sentimiento de estancamiento individual. El bulo no ofrece datos, ofrece validación. Y la gente está desesperada por sentir que no están locos, que lo que perciben (su salario real estancado) es real. El error es, quizás, tratar de combatir un argumento emocional con una respuesta racional.
Tanto el argumento del aceite como el de los huevos, o aquel del Dacia Sandero, son ejemplos de cómo ciertos datos o indicadores se manipulan para construir narrativas que no resisten un análisis riguroso. Reducir fenómenos complejos a una cuestión de villanos simples no solo es simplista, sino profundamente erróneo. E interesado. Estas ideas son orquestadas de forma sibilina por partes interesadas que se benefician del caos, la desconfianza en las instituciones y la parálisis social. Para los que nos dedicamos a la divulgación, esta realidad es frustrante. Ya no basta con tener razón ni con explicar. Debemos entender que estamos en un mercado donde la verdad es un bien de lujo y el bulo es el utilitario asequible que todo el mundo puede “comprar” cognitivamente. Empaquetar la compleja verdad en narrativas igual de simples, memorables y, si es posible, emocionalmente resonantes que los bulos a los que nos enfrentamos, sería la solución. Pero, aunque sería la única forma de combatir en un mercado que, de inicio, no fue diseñado para la razón y la ciencia, empieza a convertirse en la última trinchera.
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