Luis Viceira: “Cualquier español puede tener una cartera de activos muy parecida al exitoso fondo de Noruega”
El profesor de Harvard es uno de los economistas más respetados en el ámbito de la gestión de activos a largo plazo


Desde un amplio ventanal se aprecia una tupida masa verde de las copas de los árboles del Parque del Oeste. Al fondo, la Casa de Campo. En el salón, el profesor muestra un cuadro de arte contemporáneo donde se ven varios arces con las hojas rojas. “Hemos querido tener en Madrid un pedazo de ese otoño de Boston que tanto nos gusta, y que dialoga muy bien con lo que se ve por la ventana”. Quien habla es Luis Viceira (Granada, 1966) un economista español con una poderosa trayectoria profesional de 33 años trabajando e investigando en la Universidad de Harvard. El 4 de julio —aprovechando la fiesta nacional en Estados Unidos— voló a Madrid para pasar un fin de semana largo y celebrar su cumpleaños. En unas horas volverá con su mujer a Boston.
Viceira, aunque poco conocido en España, es uno de los mayores expertos del mundo en la gestión de activos a largo plazo. Tras cursar un Master en 1993 en Harvard y obtener después allí un doctorado, ha desplegado una intensa actividad investigadora, hasta acabar ocupando durante 10 años (2014-2023) el cargo de vicedecano de la escuela de negocios de esta prestigiosa institución, donde sigue dando clases.
Su ámbito de conocimiento se centra en el diseño de las mejores estrategias de inversión a muy largo plazo, el impacto de la política monetaria en los riesgos de los mercados de bonos y Bolsa, el poder disruptivo de las fintech en el sector de la gestión de activos... Estas tres décadas de trayectoria académica le han convertido en uno de los autores más citados en esta materia.
Sus profundos conocimientos sobre los mercados financieros han hecho que Viceira sea una persona muy demandada por instituciones que tienen interés en administrar sus carteras de activos a largo plazo. El economista ha asesorado al fondo soberano de Noruega —el mayor del mundo, con un patrimonio de 1,6 billones de euros—; es consejero de Mapfre USA, ha sido asesor de Indexa Capital, de varios fondos de inversión libre alemanes (hedge funds). También del endowment de la Universidad de Harvard, un fondo con 52.000 millones de dólares (unos 44.000 millones de euros) que invierte en activos financieros para aportar un caudal de ingresos extra a los presupuestos de la institución. Algo fundamental en plena batalla con la Administración Trump, que está amenazando con recortrar los fondos de investigación.
Pregunta. ¿Cómo de importante es para Harvard tener un fondo que le dé cierta independencia financiera?
Respuesta. El endowment de Harvard tiene el mandato de generar unas rentas anuales cercanas al 5%, que van a los presupuestos. El año pasado fueron unos 2.500 millones de dólares [2.100 millones de euros]. Su equipo gestor está muy bien preparado y en los últimos años ha ido optando por invertir en mercados privados [activos que no cotizan en Bolsa] y también en fondos de inversión libre, incluído el famoso fondo Medaillon de Jim Simons. En este último caso, la relación con los gestores de los hedge funds es muy estrecha, lo que da acceso a un nivel de transparencia, comisiones y liquidez razonable. Esta inversión ha permitido tener estrategias que se descorrelacionan de la evolución de los mercados financieros. El fondo acumula una rentabilidad media anual del 10% en 40 años. Además de repartir ese dividendo anual, crece de forma orgánica por encima de la inflación.
P. Algo clave cuando hay una amenaza del cierre del grifo de la financiación pública...
R. Sí, desde luego. Es el mayor endowment del país en términos absolutos. Con una vocación de muy largo plazo. No solo piensa en los estudiantes de hoy, o en la disputa con la Administración, sino en un horizonte a 100 años. Es un fondo perpetuo.
P. ¿El fondo sigue recibiendo mucho dinero de donaciones?
R. Así es. Harvard atráe a los estudiantes más brillantes del mundo y les introduce en un ecosistema ideal para potenciar sus capacidades. Por eso, la mayoría está muy agradecido por su paso por esta universidad, y acaban donando dinero al fondo. Uno de los más conocidos es Ken Griffin [fundador de Citadel, el mayor hedge fund del mundo]. Harvard forma a los mejores científicos, pero también a grandes abogados, empresarios, inversores... Otro buen ejemplo es el financiero John Paulson, que donó 400 millones de dólares para pagar en parte la nueva escuela de ingeniería de Harvard. Las donaciones y la aportación del endomwent son clave para grantizar la estabilidad de la universidad.
P. Trump también ha decidido suspender la concesión de visados para los estudiantes e investigadores extranjeros...
R. Sí. Pero hay que recordar que la inmigración es uno de los principales motores de crecimiento de cualquier economía. Buena parte del colosal éxito de las universidades de Estados Unidos se explica por su capacidad para atraer a las mejores mentes del mundo. Eso ya empezó en el periodo de Entreguerras, recordemos a Albert Einstein, y despues siguió tras la Segunda Guerra Mundial. Limitar la inmigración es limitar el crecimiento de un país y su capacidad de innovación.
P. Los recortes a la investigación son un golpe duro...
R. Hay que recordar que los fondos para investigación no se asignan de forma arbitraria, sino que se adjudican de una forma hipercompetitiva a los proyectos más prometedores o interesantes. El Gobierno federal no da dinero así, sin más, a los investigadores de Harvard. Sino que antes han tenido que competir en concursos federales, y los han ganado. Es verdad que si ese flujo de dinero se cierra, al menos durante un tiempo se puede recurrir al endowment pero, si no hay un acuerdo, la presión financiera sería muy alta.
P. ¿Tener buena parte del dinero del fondo de Harvard en activos ilíquidos complica la posibilidad de recurrir a ellos en este momento?
R. La clave son las estrategias en las que invierten los hedge funds donde el endowment tiene el capital. Dada la posición y el prestigio de Harvard, puede tener contratos individualizados especiales para obtener liquidez. Lo normal es que, comunicándolo con un mes de antelación, ya pueda sacar al menos el 20% de lo invertido, y que en un año haya podido recuperar casi toda la posición.
P. ¿Qué le parece que bancos y gestoras ofrezcan cada vez más fondos de capital riesgo a inversores minoristas?
R. Este mercado siempre ha estado dominado por actores como KKR, Apollo o Blackstone, que lanzaban fondos que invierten en acciones y bonos no cotizados. Su público eran grandes inversores institucionales, que conocen perfectamente el riesgo de iliquidez, puesto que el dinero no se puede tocar durante un periodo de entre siete y 10 años. Ahora es verdad que se han empezado a comercializar estos vehículos, con unos importes de inversión relativamente bajos, de solo 10.000 euros. Creo que para invertir en algo así hay que conocer muy bien los riesgos, y saber cuándo y cómo se puede retirar el dinero. La verdad es que invertir desde esos importes tan bajos, no me parece muy adecuado.
P. La justificación para invertir en capital riesgo es lograr un extra de rentabilidad respecto a la Bolsa o los bonos...
R. Sí, pero el problema es que los retornos que generaron estas inversiones en activos ilíquidos en los últimos 20 años, creo que no las vamos a volver a ver. Por varios motivos: la tendencia sistémica a unos tipos de interés más bajos, unos mercados privados que ofrecían precios muy baratos, menos actores compradores... Pensar que se van a lograr rendimientos del 20% o el 25% como había antes, me parece poco realista. Es más razonable pensar que se podrá obtener un 12%, pero asumiendo el mencionado riesgo de iliquidez, porque no se puede disponer del capital en muchos años.

Una de las experiencias más interesantes de Viceira en el ámbito de los mercados ha sido su asesoramiento al fondo soberano de Noruega, durante una década. Para diseñar mejor la cartera a largo plazo. En los primeros años, el fondo invertía un 60% en acciones y un 40% en bonos soberanos y corporativos de fuera de Noruega. Siendo el economista español asesor, los tipos de interés cayeron sin parar, lo que se replanease cómo se podía seguir generando una buena rentabilidad. “Nuestra recomendación fue que se aumentara sin miedo el peso de la Bolsa, hasta llegar al 70%, porque su vocación es de muy largo plazo”, apunta el profesor, quien también insiste en la importancia de que la forma de invertir sea eficiente y las comisiones muy bajas. “El modelo no es nada complicado y cualquier español podría tener una cartera a largo plazo muy parecida a este exitoso fondo”.
P. ¿En España los particulares invierten bien?
R. Aquí la inversión siempre ha estado muy mediatizada por los bancos, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos o Reino Unido. Eso ha hecho que hayan penetrado mucho menos los fondos indexados con bajas comisiones, y los fondos cotizados [ETF, en inglés]. Pero los españoles no somos diferentes a los británicos o a los holandeses. Queremos lograr buenas rentabilidades a largo plazo. Las diferencias suelen venir del contexto institucional o los productos disponibles. En España se siguen viendo fondos de acciones que cobran entre un 1% y un 2%, lo cual es una barbaridad. En EE UU los ETF de Bolsa cobran entre un 0,05% y un 0,15%.
P. A largo plazo acaba siendo una diferencia importante...
R. En un periodo de 30 años, la diferencia entre invertir con un fondo barato, con una comisión del 0,2% y un fondo caro, con una comisión del 1,2%, hace que el retorno acumulado sea un 25% superior. Por el efecto del interés compuesto.
P. ¿Qué hay de la diversificación? ¿Hay demasiada querencia por la renta fija?
R. Hace 50 años sí que tenía sentido tener un 60% o un 70% en bonos, pero a día de hoy me parece un peso muy excesivo. Cuando hablamos de carteras a muy largo plazo, habría que destinar un mayor porcentaje a acciones, porque podemos asumir que en ciertos periodos haya una corrección. Al final, con más peso el renta variable el potencial de revalorización acaba siendo mucho mayor. Para inversores más sofisticados, tiene sentido incorporar una parte de activos ilíquidos.
P. Aquí causaron furor los fondos garantizados...
R. Sí, y en otros países europeos. Para un horizonte de seis meses o un año, pueden tener sentido. Pero para el muy largo plazo no. Al final para lograr esa garantía de evitar las pérdidas hay que contratar una cobertura que tiene un coste elevado. Si se quiere ganar, hay que arriesgar. No hay atajos.
P. ¿Ha cambiado mucho la forma de construir carteras?
R. Para las instituciones como aseguradoras, fondos de pensiones o fondos de universidades, que buscaban generar una renta fija del 4% descontada la inflación, era más fácil hace un par de décadas, cuando los bonos daban un 7,5%. El riesgo que asumían era muy bajo. Pero el rendimiento de la deuda vivió un peridodo larguísimo de reducción, manteniéndose durante bastante tiempo con tipos reales [tras la inflación] negativos.
P. Eso obligó a hacer muchos cambios...
R. Hasta 2022, cuando volvieron a subir los tipos, hubo que ir incrementando el riesgo en carteras. Con deuda de compañías de peor calidad crediticia. Con algo de Bolsa incluso en carteras conservadoras. Y también con mayor peso de las inversiones en mercados privados, a través de fondos de capital riesgo. Ahora, los tipos de interés se han vuelto a normalizar, lo cual es una gran noticia para los inversores.
P. ¿Le preocupa el exceso de endeudamiento de EE UU y otras grandes economías?
R. Hay países y empresas muy endeudados y ahora, con el actual nivel del precio del dinero, van a tener que asumir unos costes de financiación enormes. Las cuentas públicas de Estados Unidos realmente no parecen sostenibles. La única manera de que ese déficit se pueda financiar sin tener que emitir muchísima más deuda es con una fuerte mejora de la productivida. Al final, todo depende de cuánto impulse la economía norteamericana la plena adopción de la inteligencia artificial. La productividad lleva estancada años. Solo si se volviera a los niveles de crecimiento de los años 50 o 60 del siglo pasado podría superarse este colosal desafío de la deuda.
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