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Los tijeretazos presupuestarios en Nueva York, la capital de los millonarios

El alcalde anuncia nuevos ajustes con el pretexto de sufragar la crisis migratoria que sufre la ciudad

El alcalde de la ciudad de Nueva York, Eric Adams, habla durante una manifestación por las autorizaciones de trabajo para solicitantes de asilo.
El alcalde de la ciudad de Nueva York, Eric Adams, habla durante una manifestación por las autorizaciones de trabajo para solicitantes de asilo.JEENAH MOON ( New York Times / C
María Antonia Sánchez-Vallejo

Nueva York es la capital mundial de las finanzas y, dicen, la ciudad con más multimillonarios por metro cuadrado. No hay más que ver el poderío de Billionaires’ Row, el nombre que recibe un grupo de rascacielos residenciales de ultralujo y la zona que los rodea, a los pies de Central Park. Pero las cuentas públicas son otro cantar y la Gran Manzana tiene que apretarse el cinturón para afrontar el gasto que supone la gestión de la crisis migratoria provocada por la llegada de 120.000 extranjeros desde la primavera de 2022. Cuestiones políticas al margen —los migrantes son enviados en autobuses desde los Estados republicanos de la frontera, para presionar a Washington—, lo cierto es que la ciudad ha gastado en alojamiento y manutención de los recién llegados más de 2.000 millones de dólares desde entonces. La previsión es que cueste a la ciudad más de 12.000 millones en los próximos tres ejercicios fiscales.

Así que el alcalde, Eric Adams, una persona peculiar que ha impuesto un menú vegano los viernes en la red de escuelas públicas porque asegura que el veganismo le salvó la vida, o que celebró su ingreso en una logia masónica rodeado de fotógrafos, ha pedido a las distintas agencias de la ciudad que estudien cómo recortar sus respectivos presupuestos hasta en un 15%. Ello no resultaría extraño, dada la presión financiera de la crisis migratoria, si no fuera porque es la cuarta vez desde que Adams llegó a la alcaldía, en enero de 2022, que insta un recorte: ya en abril, ordenó una rebaja del gasto del 4% en casi todos los departamentos municipales. Ahora, pide a los funcionarios que hagan un agujero del 5% a sus presupuestos para cada uno de los tres próximos planes fiscales.

La ciudad, que por una ley de 1981 denominada doctrina Callahan está obligada a dar cobijo a cualquiera que lo necesite —sea extranjero o estadounidense sin hogar—, ha habilitado más de 200 centros de emergencia desde que empezó la crisis, hace año y medio. Pero la capacidad de los albergues está saturada, y Adams no se cansa de clamar ayuda. “Mientras nuestra compasión no conoce límites, nuestros recursos sí”, dirige sus ruegos hacia el Gobierno federal.

Chivos expiatorios

Pero el contralor (auditor) de la ciudad ha advertido a Adams de que, además de la ayuda de Washington y Albany (la capital del Estado), la ciudad necesita un plan de ahorro “real a largo plazo”. “Aunque nuestra oficina examinará los recortes propuestos, una cosa está clara: utilizar a los solicitantes de asilo como chivos expiatorios no mejorará la educación, la seguridad pública, la asequibilidad de la vivienda ni la calidad de vida de los neoyorquinos”, dijo en septiembre Brad Lander.

El contralor puso el dedo en la llaga: las numerosas disfunciones existenciales de la ciudad de los millonarios. Tras la urgencia de la crisis migratoria, el panorama es sombrío: un parque de vivienda pública escaso y anticuado; una agencia de transporte más que deficitaria, impopulares proyectos para imponer peajes en el acceso a Manhattan, hacer caja y a la vez aliviar la presión del tráfico; programas escolares cancelados o jibarizados; un intento, parcialmente abortado, de rebajar el presupuesto de la estupenda red pública de bibliotecas y, en resumen, un recorte generalizado en gasto social que perjudica a los ya de por sí perjudicados por los precios prohibitivos de la ciudad. Un solo, y revelador, ejemplo: la tarifa de casi todos los tipos de cuidado infantil se ha disparado desde 2017 —las familias de clase trabajadora deben pagar al menos 2.000 dólares al mes por una guardería—, obligando a miles de padres y madres a dejar el trabajo para ocuparse de los hijos.

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