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Cosentino quiere salir a Bolsa: por qué una empresa familiar de Almería aspira a tener un valor de 3.000 millones de euros

El grupo especializado en superficies del hogar, conocido sobre todo por las piezas de Silestone, ultima su estreno en el parqué

Cosentino
Encimera de cocina de la marca Dekton, de Cosentino.

Sobre una buena piedra se pueden construir grandes cosas. Desde una iglesia (Mateo 16:18) a algo más mundano como un emporio empresarial. No hace falta que la piedra sea mármol de Macael, el “oro blanco” de la comarca del Valle del Almanzora (Almería), aunque no está mal para empezar. Con el “oro blanco” almeriense comenzaron a mediados del siglo pasado Eduarda Justo y Eduardo Martínez-Cosentino un negocio que, tres generaciones después, planea salir a Bolsa con una valoración de hasta 3.000 millones de euros. Es mucho dinero. Al peso y en monedas de euro, como dos veces la Torre Eiffel.

La empresa Cosentino, dedicada a la producción y distribución de superficies de hogar para la arquitectura y el diseño, facturó 1.401 millones de euros y obtuvo 104 millones de beneficio neto en 2021, el último ejercicio completo cerrado. Cosentino se ajusta como un guante al término emporio: mercado establecido en suelo extranjero. La compañía familiar, controlada y gestionada por los hijos de Eduardo y Eduarda —­Francisco (40% del capital), Eduardo (40%) y José (20%)—, mantiene su raíz en el municipio almeriense de Cantoria, pero el 92% de su facturación está en los mercados internacionales.

La compañía dispone hoy en día de una de las mayores redes logísticas y de distribución de una empresa industrial española en el exterior. Comercializa sus productos en más de 110 países y cuenta con instalaciones propias comerciales y de distribución en 40. Cosentino tiene nueve fábricas de producción (ocho en Almería y una en Brasil), un centro logístico inteligente en España, y 150 instalaciones comerciales y de distribución repartidas por todo el mundo. Una capilaridad que aumentó en 2021 con la apertura de nuevos Cosentino City —centros de diseño y arquitectura para profesionales— en ciudades como Chicago, Atlanta, Tel Aviv, Palma de Mallorca, Estocolmo o Sídney. “No puedes llevar a un arquitecto o diseñador a un polígono industrial”, sostienen en la compañía.

La piedra filosofal de Cosentino fue y es el Silestone, una piedra artificial compuesta en un 94% de cuarzo natural compactado con resinas especiales y otros componentes que le aportan una gran resistencia. El producto, que la revista Time calificó en 2004 como una de las grandes innovaciones del siglo, fue —año 1990— un diez en la diana del negocio de la piedra: tan duro como el mármol o el granito, pero bastante más económico.

Silestone fue la primera de otra serie de marcas como Dekton, Sensa o Scalea, más frutos de la insistencia que de la casualidad. Antes de descubrir la piedra artificial con resinas, Cosentino intentó fabricar material para encimeras con los restos del mármol utilizado para fabricar fregaderos y otros productos. Se llamó Marmolstone y no funcionó. Se ensuciaba y se rayaba. El presidente de la compañía, Francisco Martínez-Cosentino, llegó a explicar que el fracaso llevó a la compañía a flirtear con la quiebra. Aquella sombra ha quedado lejos y los Martínez-Cosentino vislumbran una nueva etapa con la salida a Bolsa, aunque seguirán controlando la mayoría de las acciones.

Los hermanos Cosentino, a los que Forbes ha colocado en el puesto 61º de las 100 grandes fortunas de España, han apostado por la innovación para codearse con competidores potentes, tanto nacionales (Grupo Neolith, de la familia Esteve) como internacionales, caso de la israelí Caesarstone, que fue pionera en el mercado de superficies de cuarzo natural. El esfuerzo investigador ha sido reconocido dos veces con el Premio Nacional de Innovación.

Investigando e innovando, Cosentino dio con un proceso para acelerar los cambios metamórficos que sufre la piedra natural durante milenios; algo así como fabricar un buen vino reserva en un par de días. El nuevo producto, denominado Dekton, ha permitido sacar pecho a la compañía: “Hemos descodificado la piedra natural, descifrando su belleza y rendimiento únicos para volver a codificarla y mejorarla a través de la tecnología hasta convertirla en Dekton”, recoge su información corporativa. Más aún: el Silestone era un producto para interiores y Dekton, por sus propiedades, ha permitido a la compañía dar el gran salto a exteriores: fachadas y grandes obras.

Modernización

El grupo no quiere dar la espalda a ninguna de las características que, según los analistas, deben formar el ADN de una empresa moderna: investigación, reciclaje, ahorro energético y digitalización. La compañía inició en 2017 un proceso de transformación digital y el trabajo ha culminado con la creación de una Digital Business Unit. En energía, Cosentino ha activado una de las mayores instalaciones fotovoltaicas en suelo para autoconsumo de Europa con 20 MW, que serán 35 MW cuando instalen paneles fotovoltaicos en todas las techumbres de las fábricas. Y en el área medioambiental, destaca la construcción y puesta en marcha de una planta de gestión de residuos, con más de 65 hectáreas, donde se tratan y gestionan 400.000 toneladas anuales de residuos.

Las historias empresariales de éxito y largo recorrido son una mixtura de pasado, presente y futuro en dosis justas. En el caso de Cosentino, pasado —raíz familiar, producto de éxito—, presente —­expansión, innovación— y futuro, con la salida a Bolsa, se mezclan en dos iniciativas reveladoras: la Fundación Eduarda Justo un tributo al pasado —y a la matriarca— y el Instituto Silestone, una apuesta de futuro. La fundación se centra en descubrir e impulsar los jóvenes talentos con seminarios y becas internacionales, mientras que el Instituto Silestone coloca una mirada larga sobre el corazón del negocio Cosentino: la cocina. Ahí cabe todo: usos, hábitos, organización, materiales, aparatos y utensilios, salud y bienestar o seguridad alimentaria. En el municipio de Macael (Almería), la mina del “oro blanco”, Cosentino, junto a Cupimar, colocó hace unos años un monumento en forma de mortero, con su mano, de 50.000 kilos de mármol blanco. Un Guinness agradecido a los orígenes.


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