Cuidado con los peligros del ‘sadomonetarismo’
Sería una gran tragedia que la Reserva Federal escuchara a quienes piden una contención mayor de la que se necesita
El sadomonetarismo está de moda y uno de los mayores riesgos a los que se enfrenta actualmente la economía de Estados Unidos es que va a tener demasiada influencia en la política. El término, dicho sea de paso, fue acuñado por William Keegan para describir la política económica de Margaret Thatcher, pero actualmente sadomonetarista se refiere a una persona que demanda constantemente tipos de interés más altos y más austeridad fiscal, sea cual sea el estado de la economía.
Y esas personas acaban de tener un buen año: la inflación sobre la que han advertido sin parar se ha hecho por fin realidad. En 2021, los responsables políticos estadounidenses, al igual que muchos economistas, entre los cuales me cuento, subestimaron estrepitosamente los riesgos de inflación, como ellos mismos admiten. Esta franqueza, por cierto, es en sí misma refrescante y bienvenida. En la década de 2010, muy pocos de los que se equivocaron al predecir un alza desbocada de los precios reconocieron su error. Y lo que es más importante: los responsables políticos están tomando medidas para enmendar sus errores. El déficit presupuestario no para de caer. La Reserva Federal ha empezado a subir los tipos de interés que controla, y los tipos a largo plazo que son importantes para la economía real —en especial los hipotecarios y los costes de los créditos a las empresas— se han disparado. Estas políticas garantizan prácticamente una desaceleración de la economía que podría ser lo bastante aguda como para ser considerada una leve recesión.
Pero un ruidoso coro insiste en que la Reserva Federal tiene que apretar aún más, de hecho, en que debe empujar a la economía de Estados Unidos a un periodo sostenido de alto desempleo similar a la gran recesión de principios de la década de 1980. Y existe el peligro real de que se intimide a la Fed para que reaccione desproporcionadamente. Hablemos, pues, de por qué las demandas de una actuación más agresiva por parte de la Reserva Federal van mal encaminadas.
En primer lugar, ¿por qué ha subido tanto la inflación? Gran parte del asunto tiene que ver con sacudidas como la subida de los precios del petróleo y los alimentos, la interrupción de las cadenas de suministro y otras cosas que quedan fuera del control de los responsables de las políticas. Me refiero a responsables políticos que no sean Vladímir Putin, cuya invasión de Ucrania ha causado graves perjuicios a la economía mundial. Estas perturbaciones no políticas explican por qué la inflación ha subido casi en todas partes; por ejemplo, en el Reino Unido el contador acaba de marcar el 9,1%.
Por desgracia, esto no es todo. Al menos en Estados Unidos, la inflación no se limita a unos pocos sectores con problemas; incluso las mediciones que excluyen los cambios extremos de los precios muestran que está muy por encima del objetivo del 2% de la Reserva Federal, pero muy por debajo de las cifras que se pueden ver en los titulares. Y la amplitud de su alcance indica que la combinación de un elevado gasto federal y el dinero fácil ha provocado el recalentamiento de la economía, es decir, que hemos sufrido el típico caso de demasiado dinero a la caza de demasiados pocos bienes.
Sin embargo, como he dicho, los responsables políticos ya han adoptado medidas contundentes para volver a enfriar la economía. Entonces, ¿por qué no son suficientes? La respuesta que sigo oyendo es que se necesita una política estricta para restaurar la credibilidad de la Reserva. Y, para ser justo, hay buenas razones para pensar que la credibilidad es un factor importante a la hora de mantener la inflación bajo control. Lo que no tenemos son buenas razones para pensar que la credibilidad se haya perdido.
Hace tiempo que los economistas han aceptado la idea de que la inflación persistente puede autoperpetuarse. En 1980, por ejemplo, casi todo el mundo daba por hecho que el alza de los precios se prolongaría indefinidamente, y esta suposición se vio reflejada en grandes acuerdos salariales que le imprimieron una considerable inercia. Por eso Paul Volcker, por entonces presidente de la Reserva Federal, tuvo que forzar un frenazo severo y generalizado para romper el ciclo inflacionario.
Pero, aparte de los sadomonetaristas, ¿quién piensa actualmente que la inflación va a seguir alta mucho tiempo (en vez de, por ejemplo, el próximo año?). Los mercados financieros, no. El miércoles, la tasa de equilibrio a cinco años era de tan solo el 2,74%. Parte de eso refleja las expectativas de subidas de precios a corto plazo que los inversores no creen que vayan a continuar; los mercados prevén que la inflación desaparecerá. ¿Y qué hay de la opinión pública en general? El mes pasado, los economistas del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, que lleva a cabo sondeos periódicos sobre las expectativas de los consumidores, señalaron que, al parecer, estos prevén que la inflación “desaparecerá en los próximos años”, y que las expectativas a cinco años habían sido “extraordinariamente estables”.
Hace algunas semanas, otro sondeo diferente, efectuado por la Universidad de Míchigan, mostraba un repunte en las expectativas de inflación a largo plazo, que antes habían permanecido estables. En cambio, las cifras de la Reserva Federal de Nueva York no mostraban el mismo repunte. Y como le podrá decir cualquiera que trabaje con datos económicos, no se debería dar demasiada importancia a las cifras de un mes, especialmente si otras cifras no dicen lo mismo. Para que quede claro, no estoy afirmando que estas predicciones tengan que ser por fuerza acertadas. Lo que sí nos transmiten es que las expectativas de una inflación persistente no están igual de arraigadas que en 1980. Por lo tanto, no parece que necesitemos medidas duras como las de Volcker que castiguen la economía hasta que mejore el estado de ánimo. La inflación es un problema real y la Reserva Federal debe actuar con dureza. Pero sería una tragedia que escuchara a quienes piden una contención mucho mayor de la que la economía parece necesitar.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.