Préstamo lombardo: otra forma de hipotecarse
Lograr financiación pignorando activos financieros como fondos o acciones es más barato, pero conlleva importantes riesgos
Las casas de empeño son uno de los negocios más antiguos del mundo. A lo largo de los siglos hay ejemplos de su presencia en el Imperio Romano, la China imperial o la Edad Media. El poseedor de un bien, fuera joya, obra de arte, instrumento musical, lujosa ropa o muebles, lo dejaba “en prenda” a cambio de obtener liquidez. Al cabo del plazo establecido, bien devolvía el préstamo con sus intereses correspondientes (eso si los había, lo que no siempre fue así, pues la Iglesia consideró durante un tiempo usura el ponerle precio al dinero), bien perdía su bien, que pasaba normalmente a ser subastado. El desarrollo económico y el ingenio llevaron más lejos estos negocios. En la región de Lombardía (Italia), algunos comerciantes (de los que se cuenta que casi siempre estaban vinculados a la rica familia Médici) idearon los llamados préstamos lombardos o también colaterales. Ya no era necesario entregar algún objeto de valor a cambio de fondos en efectivo: los activos financieros y, sobre todo, los valores negociables pasaban a ser una garantía suficiente, un tesoro oculto.
Hoy, estos préstamos siguen existiendo. Como explican Álvaro Mus, banquero y responsable de family office de Beka Values; Ramón Padilla, delegado territorial de EFPA España en Andalucía, y también fuentes de Bankinter, en algunos casos se les llama como tales: créditos lombardos; en otros se les conoce como préstamos con fondos pignorados. Con alguna diferencia, según alguno de estos expertos, entre unos y otros. En ambos casos —explican—, quien tiene una cartera formada por fondos de inversión, acciones negociables o activos bancarios varios que puedan ser valorados y custodiados puede solicitar un préstamo poniendo su patrimonio (en todo o en parte) como garantía de cobro. La liquidez obtenida tiene, por supuesto, un precio: todas las entidades financieras que prestan este servicio, entre las que están el propio Bankinter, pero también BBVA, Banco Santander o Banco Sabadell, cobran su correspondiente tipo de interés, que en estos tiempos puede ser fijo u oscilar (lo más habitual) entre euríbor más un diferencial de 0,25 puntos hasta euríbor más 2-2,5 puntos. Cada cliente, explican sus responsables, “es un mundo” y su situación personal es única. Para las entidades, si no hay problemas, es un buen negocio: cobran intereses por el capital que conceden y siguen percibiendo también las comisiones correspondientes vía fondos de inversión o acciones.
Dos son las ventajas de estos préstamos. Por un lado, son en general más baratos: no solo por sus más bajos tipos de interés frente a los créditos personales o hipotecarios, sino también porque están exentos de pagar el impuesto de actos jurídicos documentados en su formalización, siendo esta además más sencilla, pues solo precisa de un notario. Por otro lado, quien pide este tipo de préstamo no renuncia a los beneficios (ni pérdidas) que le pueda generar su cartera de inversión original. En el caso de algunos préstamos con fondos pignorados, efectivamente la parte de su patrimonio entregada en garantía queda “congelada” (no puede disponer de ella hasta que no salde su deuda ni tampoco cambiarla de destino de inversión), pero esta sigue acumulando sus plusvalías o minusvalías correspondientes. En los créditos lombardos, que normalmente están vinculados a fondos u acciones depositadas en Luxemburgo, sí están permitidos los traspasos entre ellos, siempre que se mantengan las garantías. Se puede cambiar el diseño de la cartera original, que, por supuesto, también crece o decrece en valor según el comportamiento de los mercados.
También son dos los inconvenientes. Por un lado, ni se conceden a todo el mundo, ni tienen un importe ni un plazo definido. En general, este tipo de préstamos está orientado a los clientes de banca privada con suficiente patrimonio que estiman que la rentabilidad que van a obtener con la liquidez recibida será superior a su coste vía tipo de interés. Pero incluso en este terreno puede ocurrir que la entidad financiera rechace estos préstamos si estos van a destinarse a comprar más activos financieros (con sus altibajos de cotización), circunscribiéndolos así a quienes los vayan a destinar a inmuebles, reformas…
Plazos y garantías
El importe de los préstamos que se puede obtener no es tampoco fijo: depende del valor crediticio que se asigne a los activos financieros que se van a dejar como garantía. En algunos casos simplemente es cero (algunos valores sin valor ni liquidez) y en otros puede llegar al 95% (algunos fondos monetarios). Por tanto, para conseguir un préstamo de 100.000 euros quizá sea necesario prestar garantías de 130.000 euros, de 150.000 euros o más. En general, estos préstamos se formalizan inicialmente con una duración de un año, que puede alargarse hasta los tres, cinco e incluso ocho años, lo que no siempre se adapta a los plazos de la inversión alternativa que se pretende financiar. Para ampliar la duración basta con acudir al notario sin más trámites (para los lombardos, un documento privado es suficiente).
El segundo de los inconvenientes tiene que ver con el riesgo que este tipo de préstamos lleva asociado. No solo por el destino que se dé a la liquidez obtenida, que puede acabar dando importantes beneficios, pero también significativas pérdidas. Basta imaginar para este último caso la situación de quien adquirió un local para destinarlo al alquiler meses antes de la pandemia de la covid-19. Resulta también que periódicamente se revisa el valor de la cartera dejada como garantía y, si su valor sube, no hay problemas, pero, si baja, se tiene lo que se conoce como margin call. La entidad financiera exigirá aportar nuevas garantías o reducir el importe del préstamo y, si esto no fuera posible en el tiempo establecido por el banco, este vendería la cartera (lo que podría incrementar las pérdidas).
Realmente, pedir un préstamo de este tipo es una operación de apalancamiento (invertir con deuda) que puede resultar muy rentable si los activos financieros o inmobiliarios elegidos ofrecen rendimientos positivos y superiores a su coste, pero que también puede generar importantes minusvalías por la vía de las propias inversiones y el recorte de valor de las garantías ofrecidas. De ahí que su recomendación básica sea: sí puede ser aconsejable recurrir a los préstamos lombardos o pignorados cuando por otras vías se obtienen ingresos recurrentes que permiten pagar sus intereses sin problemas. También cuando estos no representan un porcentaje excesivo de la cartera. Y cuando la rentabilidad esperada de las nuevas inversiones esté lo suficientemente asegurada.
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