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TRIBUNA
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El ‘aterrizaje’ del BCE no es tan suave

Entre el primer deber de fustigar los altos precios y el segundo de favorecer el crecimiento económico y el empleo (que también figuran en sus Estatutos), este BCE, a diferencia del de Mario Draghi, se atiene de forma aplastante, casi unívoca, a contener la inflación.

La presidenta del BCE, Christine Lagarde.
La presidenta del BCE, Christine Lagarde.Jana Rodenbusch (REUTERS)
Xavier Vidal-Folch

La segunda bajada de tipos de interés acordada por el BCE será un estímulo: a los hipotecados, empresas que necesitan endeudarse para invertir, deudas públicas y la economía de la eurozona, que tendrá un alivio. O sea, más margen financiero para reactivarse.

Pero llega con sombras. El banco central vuelve a negarse a pespuntear una senda bajista según la que continuar esa relajación de tipos. Esa negativa contrapuntea la insistencia con la que durante los dos años restrictivos (de julio de 2023 a junio pasado), martilleó la consigna de que mantendrá esa “política lo bastante restrictiva cuanto tiempo sea necesaria” para llegar al 2% de inflación. Tanto que figura ¡en el mismo comunicado! en que notifica esta segunda reducción de tipos, como si la hubiese decidido a regañadientes: que los hubo, como Christine Lagarde reconoció.

La asimetría entre la afición a subir tipos y la resignación a bajarlos se denota en esa ausencia de “guía” futura --hecho diferencial entre ambas fases--, ya que no de compromiso, pues la leyenda de que tomó las decisiones únicamente según los datos es mera ficción: con datos de precios, si eran malos; con prejuicios o nuevos requisitos aireados por los halcones, si eran mejores.

Igual sesgo aflora también en la cuantía de las variaciones. Los cuatro primeras alzas fueron en 2022, y al menos, de medio punto. Las dos primeras rebajas de 2024, de un tímido cuartillo (el 0,25%) en la facilidad de depósito, el tipo que marca tendencia.

Eso contradice abiertamente la solemne “Estrategia de política monetaria” (8/7/2021), que ha sido desahuciada en la práctica, sin explicaciones. Reza este manual que “el compromiso del Consejo de Gobierno con este objetivo [2%] de inflación es simétrico”. Y entiende por simetría que las “desviaciones negativas y positivas de ese objetivo son igualmente indeseables”. Pues no ha sido así. Fráncfort vuelve a reaccionar como un banco central anticuado, más preocupado por la inflación (difícil, pero manejable) que por una caída de precios (¡ojo, son menos reversibles!).

Entre el primer deber de fustigar los altos precios y el segundo de favorecer el crecimiento económico y el empleo (que también figuran en sus Estatutos), este BCE, a diferencia del de Mario Draghi, se atiene de forma aplastante, casi unívoca, a contener la inflación. Veamos algún dato.

El período en que presuntamente resulta efectiva una nueva política (al cabo de un semestre o al año de activarse), en este caso, la restrictiva, se ha plasmado en 2023 y lo que llevamos de 2024. En 2.023 el PIB de la eurozona creció un ridículo 0,4%, y Fráncfort prevé que este año lo hará en un 0,8%. Con permiso, claro, de la desfalleciente locomotora alemana. Pues bien, el 0,4% es el peor dato del siglo XXI, salvo las grandes crisis: el menos 4,5% de 2.009 (Gran Recesión); el menos 0,84% de 2.012 o el menos 0,22% de 2.013 (crisis de la deuda soberana); y el menos 6,10% de 2.020 (la pandemia del covid). No parece un aterrizaje tan suave.

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