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Una fábrica de coches eléctricos y una promoción de casas vacías, las dos caras de la economía china

Pekín pretende reactivar el crecimiento, lastrado por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, apostando por la expansión del sector de manufacturas tecnológicas

Guillermo Abril
Un trabajador del sector inmobiliario ante un desarrollo urbanístico en la periferia de Pekín, el pasado 17 de julio.
Un trabajador del sector inmobiliario ante un desarrollo urbanístico en la periferia de Pekín, el pasado 17 de julio.Associated Press/LaPresse (APN)

El conductor pide a los pasajeros que se abrochen los cinturones. Avanza el coche unos metros por el circuito hasta colocarlo al inicio de la recta. Pregunta: “Ready?”. Y exclama: “Go!”. Pisa a fondo el acelerador, la velocidad clava los cuerpos en el asiento, el marcador digital alcanza los 97 kilómetros por hora en tres segundos, el coche vuela hasta que el piloto frena para tomar con suavidad la curva norte. Este paseo de prueba es el momento culminante de la visita a la fábrica de vehículos eléctricos de Xiaomi. La compañía china de móviles ha comenzado a producir en esta planta ubicada en el sur de Pekín el modelo SU7, un coche eléctrico deportivo. Es su primera incursión en el sector; ha sido ejecutada a ritmo chino. La compañía propuso la idea en 2021. Levantaron la fábrica en 14 meses. Se han entregado más de 20.000 unidades desde su lanzamiento a finales de marzo. Su intención es vender 100.000 este año. Es uno de los mejores ejemplos de lo que el presidente chino, Xi Jinping, ha bautizado como las “nuevas fuerzas productivas”, un lema con ecos marxistas, pero proyectado hacia un futuro hipertecnológico. La apuesta para reactivar la economía.

Esa curva norte, donde el coche ha bajado el ritmo, es a la vez un buen punto de observación de unas finanzas que no terminan de arrancar. Está ubicada en un extremo de la fábrica, que es “del tamaño de la Ciudad Prohibida”, según los empleados de relaciones públicas; las instalaciones exudan última tecnología por cada poro, es un lugar impoluto donde cerca de 400 robots industriales de aspecto titánico ejecutan operaciones al milímetro en la zona de ensamblaje, y otros 94 autómatas de transporte se desplazan haciendo sonar una música que recuerda al carrito de los helados; allí solo trabajan unas 100 personas por turno; la proporción es de casi de 5 a 1; las máquinas apoyadas por los hombres lograrán producir un vehículo cada 76 segundos cuando estén a máxima capacidad.

Desde el coche, se ve la otra cara de la economía china. Al otro lado de la valla, se yergue un cascarón arquetípico del frenazo inmobiliario. Veinte bloques de color crema destinados a viviendas y oficinas de los que solo tres están ocupados de momento. Terminados y a la espera. En este pedacito de terreno en Yizhuang, una zona de desarrollo económico y tecnológico al sur de Pekín, solo una carretera recién construida separa las “nuevas fuerzas productivas” de las viejas e improductivas.

La economía china, lastrada por el sector inmobiliario, no termina de remontar el vuelo. El PIB se ralentizó hasta el 4,7% anualizado en el segundo trimestre, según los datos publicados esta semana; el incremento ha sido del 0,7% con respecto a los tres primeros meses, el ritmo más bajo desde la reapertura pandémica a principios del año pasado. El pinchazo del ladrillo, sector que llegó a representar un cuarto del PIB, ha dejado un reguero de casas vacías o inacabadas y un agujero en las cuentas. Los precios de la vivienda nueva llevan 13 meses seguidos en negativo, según EFE, y han caído en junio a su ritmo más rápido en nueve años, según cálculos de Reuters a partir de datos oficiales. Las ventas de propiedades y la inversión en el sector se han desplomado con una caída del 25% y del 10,1%, respectivamente, en los primeros seis meses del año. El hundimiento, que arrancó en 2021, ha provocado la caída de promotores —gigantes como Evergrande—. La confianza en el sector, tradicionalmente favorecido por los hogares chinos como refugio seguro para sus ahorros, afecta a toda la economía. El consumo sigue átono; la deuda atenaza a los Gobiernos locales; una miríada de pequeñas entidades financieras están en apuros y las medidas paliativas aprobadas no parecen funcionar. Todo esto que suena a déjà vu en España en el gigante asiático se vive con la intensidad de las primeras veces.

Los líderes comunistas, poco dados a exteriorizar debilidad, han dado muestras de preocupación. Han pasado esta semana reunidos a puerta cerrada en un cónclave destinado a alicatar las directrices políticas y económicas de la próxima década. La importancia del llamado tercer plenario del Comité Central, un órgano del Partido que junta a los cerca de 370 principales dirigentes del país, es máxima. Algunos analistas la equiparan a un plan quinquenal. Se ha celebrado con meses de retraso, un indicio de que el reto al que se enfrentan es peliagudo. Tras los cuatro días de encierro, han hecho algo poco habitual: reconocer los “riesgos” a los que se enfrenta la economía. “Aplicaremos diversas medidas para prevenir y desactivar los riesgos en el sector inmobiliario, la deuda de las administraciones locales, las pequeñas y medianas instituciones financieras y otras áreas clave”, asevera el comunicado oficial. Los líderes también prometen esforzarse para “ampliar la demanda interna”, lo que equivale a reconocer los estragos del consumo.

Aunque el tercer plenario se suele centrar en objetivos a medio y largo plazo, el Comité Central parece haber estado pendiente de los últimos datos trimestrales. “El pleno analizó la situación y las tareas actuales, e hizo hincapié en que [debemos] realizar inquebrantablemente los objetivos anuales de desarrollo económico y social”, añade el comunicado. El comentario trasluce el temor a que las últimas cifras del PIB puedan comprometer la meta de crecimiento fijada por Pekín para el 2024, de “en torno al 5%”. Las constantes llamadas a la “estabilidad social” y el liderazgo inquebrantable del Partido son otra muestra de preocupación.

Para los analistas de Trivium China todos estos factores muestran la “ansiedad” que se ha extendido entre la jerarquía comunista. “Los dirigentes están claramente preocupados por la economía, que sigue atravesando dificultades”, cuentan en un reciente boletín. “Esto significa que podríamos ver intervenciones políticas más agresivas en la reunión del Politburó a finales de mes”. Algunos economistas han sugerido la necesidad de impulsar el consumo mediante inyecciones de gasto público a corto plazo, acompañado de un cambio estructural destinado a transferir mayor parte de la riqueza a los ciudadanos mediante una mejora del Estado del bienestar, algo a lo que Pekín se ha mostrado reticente.

Hasta la fecha, el Gobierno ha tomado medidas como la reducción de barreras para acceder a hipotecas o la creación de un fondo de 300.000 millones de yuanes (cerca de 38.000 millones de euros) para que los gobiernos locales, muy endeudados, compren el exceso de viviendas no vendidas. El salvavidas no parece haber funcionado.

Vehículos eléctricos listos para ser exportados en el puerto de Lianyungang, en la provincia de Jiangsu, el pasado día 19.
Vehículos eléctricos listos para ser exportados en el puerto de Lianyungang, en la provincia de Jiangsu, el pasado día 19. NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Mientras, Xi Jinping quiere encaminar el país hacia la tecnología para salir del hoyo. El cónclave ha señalado que un objetivo prioritario ha de ser lograr un “desarrollo de alta calidad” ―concepto que maneja el Gobierno chino para hablar del cambio de un modelo de manufacturas baratas a otro guiado por la innovación— y pide tomar medidas para impulsar las citadas “nuevas fuerzas productivas”. Las cifras de inversión privada muestran que hay una transformación en marcha: aunque esta aumentó apenas un 0,1% de enero a junio, en los sectores tecnológicos punteros creció un 10,6%. El cambio no es actual. China ha apostado por el coche eléctrico como política de Estado desde 2005, por ejemplo. El proceso se ha acelerado en los últimos años. Este camino no va a ser fácil, ya que la gran apuesta de destinar los nuevos productos a la exportación puede chocar con un mundo en fase de repliegue comercial: la Unión Europea y Estados Unidos ya han anunciado aranceles al coche eléctrico chino; también lo han hecho otros como Turquía y Brasil. Aunque de momento, las cosas parecen funcionar. China logró en junio el mayor superávit comercial jamás registrado: 99.000 millones de dólares.

Xiaomi aún no se enfrenta a este problema: por ahora solo venden sus coches en el mercado nacional. Al cruzar la carretera desde su fábrica se accede al mundo de los ensanches vacíos. Caminar entre edificios sin vida produce la sensación de pasearse por una película apocalíptica. Las puertas de los bajos están candadas, su interior está cubierto de polvo, las malas hierbas crecen por todas partes, los peldaños están resquebrajados. Se escucha de fondo el sonido de un saxofón. Es el señor Li, de 66 años, que viene a esta zona alejada del mundanal ruido a practicar. Solía residir en Pekín, se mudó al nuevo barrio porque le apetecía tranquilidad. Dice que la economía, para él, va razonablemente bien. Cobra una pensión de unos 5.000 o 6.000 yuanes (entre 632 y 758 euros) y paga unos 1000 yuanes (126 euros) por un piso de unos 40 metros cuadrados que ha alquilado aquí por 20 años. Toca una canción melancólica titulada El silencio de la montaña vacía.

La promoción estaba destinada a conjugar el vector empresarial y el residencial. “Integrate creative campus”, es el nombre oficial. Otro de los inquilinos es Tang Jun, un estudiante de cine y televisión de 20 años, con media melena, un pendiente y una camiseta que dice “optimistic”. Un familiar compró uno de estos pisos y, como estaba vacío, se ha trasladado en verano. Trabaja como dependiente en una pequeña tienda de alimentación en los bajos. Cobra 4.000 yuanes (505 euros) mensuales. Cuando acaba, pasa el rato jugando a videojuegos. Su padre, cuenta, trabajaba en una mina de oro en su provincia natal de Hunan. Dice que está contento, pero preocupado por el futuro. Cuando se le pregunta si cree que a su generación le va mejor o peor que a sus progenitores, responde que él no va a tener que preocuparse por techo y comida. “Pero no estoy seguro de lo que haré cuando me gradúe. Quizá me quede en Pekín en busca de una oportunidad. Si no sale, siempre puedo volver a Hunan”.

En la oficina comercial de la promoción, la maqueta muestra el centro comercial que se había previsto para dar vida a la zona. Las obras se han detenido. En la oficina vacía una empleada de limpieza pasa la mopa mientras un dependiente explica que tres de los edificios, que pueden albergar unas 1.000 personas cada uno, están casi completos. El resto, añade, se irán llenando a medida que se vendan los anteriores. Son 20 bloques en total. Desconoce si los precios han estado bajando. Pero sí cuenta que hay un acuerdo con Xiaomi para llenar varias torres con sus empleados: las nuevas fuerzas productivas al rescate de las viejas. Habrá que ver hasta qué punto una industria será capaz de salvar a la otra. Esa es la apuesta Pekín. De momento, los edificios en cuestión están cercados, y la verja herrumbrosa está flanqueada por dos pilares azules donde se lee: “La confianza viene de la calidad; la responsabilidad crea valor”.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.
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