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El infierno de vivir en Ibiza: trabajadores en caravanas y habitaciones a 1.000 euros

La especulación rampante y un turismo cada vez más masivo y caro disparan el precio de la vivienda a límites inviables: los funcionarios huyen y los hospitales transforman alas para habilitar habitaciones a fin de retener a los médicos

Trailers and motorhomes in the parking lot of the Es Gorg area, on June 12, in Ibiza.
Caravanas de trabajadores en el aparcamiento de la zona de Es Gorg, el 12 de junio, en Ibiza.Marcelo Sastre
Antonio Jiménez Barca

A la vuelta del Ikea, en un aparcamiento al aire libre, se encuentra su caravana. El lugar se llama Es Gorg, y desde aquí se distingue la bonita silueta recortada al atardecer de la parte vieja de Ibiza, con su castillo en lo más alto. A esta hora, a menos de cinco minutos en coche, ya hay cola de gente guapísima vestida de fiesta para entrar en la discoteca de moda, Lío. Él, que prefiere no dar su nombre porque le da vergüenza, se apoya en el árbol que está al lado de la caravana y cuenta su historia, que es un poco la historia de todos los que viven en este aparcamiento. “Tengo 37 años. Trabajo en el mantenimiento de una villa de lujo de unos ingleses. Gano entre 1.500 y 1.800 euros al mes, dependiendo de las horas extra, con contrato en regla. Llevo en la isla desde 2017. Me gusta. Pero desde febrero, cuando perdí la casa porque me subieron el alquiler, no encuentro nada que me convenga. Piden 900 o 1.000 euros por una habitación. No solo eso: también varios meses de fianza. En total, casi 4.000 o 5.000 euros. No los tengo. Por eso me compré una caravana. Me ducho en casa de un amigo. Este aparcamiento es tranquilo. No hay peleas, solo gente que trabaja. Tal vez en septiembre, cuando pase la temporada turística, lo vuelva a intentar. Pero si no sale, está esto. A los ingleses les pregunté si me dejaban poner la caravana en la trasera del jardín de la villa, pero me dijeron que no”. Alrededor hay decenas de caravanas y de furgonetas.

Al lado de la de este hombre aparca su caravana una oficinista que gana 1.000 euros al mes, un poco más allá está la furgoneta de un camarero que gana 1.500 y a la derecha, la autocaravana de un celador interino del hospital, que gana también 1.500 euros y que se compró el vehículo hace años. Se llama José Luis Gambacorta y es el único al que no le da apuro dar el nombre o posar para la foto. Al resto no les gusta reconocer que no disponen de una casa donde dormir cuando vuelven del trabajo. Bienvenidos a Ibiza y sus dos mundos, el de la discoteca Lío, donde el gasto mínimo requerido es de 270 euros por persona, y el de la vida metida en una furgoneta.

En esta isla, un turismo cada vez más numeroso y rico y una especulación inmobiliaria salvaje, que corroe desde las urbanizaciones de lujo hasta las peores habitaciones para una noche, han disparado el precio de la vivienda de forma que resulta impagable para buena parte del ejército de trabajadores que se ocupa en verano de que toda la tramoya que sustenta el paraíso funcione.

Yachts in the port of Ibiza, in August 2023.
Yates en el puerto de Ibiza, en agosto de 2023. Clara Margais (DPA/ Picture alliance/ Getty)

Según la estadística del valor tasado de la vivienda libre del Ministerio de Transportes, el metro cuadrado más caro de España en los municipios con más de 25.000 habitantes se encuentra en la localidad ibicenca de Santa Eulària des Riu, situada en el noreste de la isla, y cuesta 5.194 euros. La segunda en la lista es la ciudad de Ibiza, con 4.624 euros. Le sigue San Sebastián (4.378 euros por metro cuadrado). En Madrid, el metro cuadrado está a 4.015 euros y en Barcelona a 3.767. Para hacerse una idea de la escalada meteórica de precios, conviene saber que ese mismo metro cuadrado en Santa Eulària des Riu, pero en 2010, costaba 2.291 euros y en Ibiza 1.297. En Madrid, por entonces, se pagaban 2.375.

Además, esta página oficial no refleja la descomunal tensión inmobiliaria que padecen los habitantes de la isla. Para eso es mejor visitar una inmobiliaria del centro de Ibiza. Allí, un piso de una habitación en el paseo de Ses Figueretes, al lado del mar, que el año pasado costaba 800 euros al mes, ahora se alquila a 2.500. “Solo lo alquilará en lo que nosotros llamamos temporada, de mayo a septiembre, pero le compensa”, comenta la dueña de la inmobiliaria. El enloquecido mercado del alquiler se mueve por redes de Telegram que se actualizan al minuto. Ahí se encuentran habitaciones a 1.000 euros (más un mes de fianza), o camas en una habitación compartida a 550 euros al mes, o habitaciones para parejas en casas de campo compartidas a razón de 1.500 euros al mes. Con todo, son más numerosos los anuncios desesperados de los que buscan. El año pasado, visitaron una isla que tiene empadronados casi 160.000 habitantes más de 3.385.000 turistas, 300.000 más que en 2022, según los datos del Instituto Balear de Estadística. Nada indica que este año vayan a venir menos.

Sonia Sancho, a nurse from Ibiza who is moving to Valdepeñas because of the price of housing, poses at the Can Misses hospital.
Sonia Sancho, enfermera de Ibiza que se traslada a Valdepeñas por el precio de la vivienda, posa en el hospital de Can Misses. Marcelo Sastre

Y la que se va es Sonia Sancho. Nació en la isla hace 35 años, trabaja con contrato fijo de auxiliar de enfermería en el hospital de Can Misses de Ibiza, gana entre 1.800 y 2.000 euros. Y en otoño se traslada a Valdepeñas (Ciudad Real). Comenzó a pensar en ello cuando nació su hija hace seis meses. El piso pequeño de una habitación en el que vivían de alquiler ella y su pareja (que gana unos 1.000 euros) y por el que pagaban 900 al mes dejó de servirles. Han buscado por toda la isla. Y no han encontrado nada de dos habitaciones por menos de 1.800 euros. Y ese precio, según explica Sonia, les condena a malvivir. A no tener vacaciones. A no poder llevar a su hija a actividades extraescolares. “Y yo no quiero ser pobre”, asegura. El día que tomó la decisión de irse lloró porque en Ibiza tiene su vida, sus amigos, su madre y su infancia. A base de explicar sus razones en televisión y en la radio se ha convertido en una especie de símbolo local del ibicenco atropellado por su propia isla. Llegó a escribir un mensaje personal al alcalde Rafael Triguero, del PP, en el que decía lo siguiente: “Nací aquí, crecí aquí, estudié aquí y aquí me saqué mi oposición. Trabajo en Urgencias en Can Misses y, por desgracia, he pedido un traslado a Valdepeñas. En dos meses tengo que abandonar mi hogar porque no encuentro una vivienda digna para mi bebé”. El alcalde le contestó: “Sonia, te aseguro que con profundo dolor siento lo que me explicas. Cada día recibo a personas en situaciones similares y te aseguro que estoy/estamos trabajando a conciencia para minimizar este drama”.

Paloma Garzón, de 25 años, también es enfermera con puesto fijo en Can Misses. Y también se va pronto. Los 2.400 euros que gana al mes no le bastan para vivir sola y está harta de compartir piso. Ahora lo hace con otras dos mujeres jóvenes: una es dentista y la otra policía. Cada una paga 600 euros por la habitación que ocupan en un piso avejentado en el que la propietaria no ha cambiado los muebles ni una sola vez en muchos años. Paloma cuenta que en los tres años que lleva en Ibiza se ha mudado ya cinco veces. “Ya ni saco las cosas de las cajas”, explica. Se irá a Países Bajos, donde, además de cobrar más, le ofrecen una vivienda. Con eso bastará.

Paloma Garzón, a nurse from Ibiza who will move to the Netherlands.
Paloma Garzón, enfermera de Ibiza que se trasladará a Holanda. Marcelo Sastre

En Ibiza hay profesores de primaria que se hicieron famosos a principio de curso porque van y vienen todos los días en avión desde Mallorca y así se evitan tener que dormir —y pagar por dormir— en la isla. Y hay limpiadores de coches de alquiler en el aeropuerto con papeles en regla y sueldo de 1.500 euros que viven, durante la temporada de verano, en tiendas de campaña en un descampado, como mendigos o como refugiados, porque no encuentran quién les alquile una habitación por menos de 500 euros.

En los periódicos abundan las noticias de familias que se quedan en la calle porque de repente les suben el alquiler un 50%. Abundan los timos, los abusos y las exageraciones: en un terreno privado cerca de la ciudad de Ibiza, denominado Can Rova, dejan que levantes ilegalmente y sin ningún tipo de papeles o derecho de empadronamiento una chabola, o que coloques tu caravana por 500 euros al mes con derecho a electricidad y agua. Las autoridades han anunciado que desalojarán el campamento el próximo 10 de julio y con ello, a las decenas de personas que allí viven ilegalmente. La semana pasada salía de allí, en coche, una pareja. Él trabaja en la construcción por 1.500 euros al mes; ella, por el mismo sueldo, es limpiadora en la discoteca Ushuaia, visitada a veces por Leonardo di Caprio. No saben dónde irán cuando desalojen el campamento.

Todos los años hay guardias civiles de prácticas que llegan para el verano o agentes trasladados para reforzar el cuerpo en temporada alta que acaban durmiendo en furgonetas o en caravanas, según denuncia Iván Fidalgo, coordinador de la Asociación Española de Guardias Civiles de las Islas Baleares y habitante de Ibiza. Asegura también que siempre hay plazas sin cubrir porque nadie quiere venir. Los funcionarios huyen de la isla: Sabino Aramburu, portavoz de la Central Sindical Independiente y de Funcionarios (CSIF) tiene una lista de departamentos que adolecen de personal porque las bajas no se cubren: la oficina de Tráfico, los examinadores del carné de conducir, la Tesorería General, los empleados de las comisarías encargados de tramitar el DNI, la Oficina de Empleo… “Y los funcionarios que vienen, en cuanto pueden, se van, con lo que nos pasamos la vida enseñando a los recién llegados. Y todo es por el precio de la vivienda. En Canarias cobran 500 euros más por tasa de insularidad. Aquí son 80 euros”, añade.

Tiendas de campaña donde viven en Ibiza algunos trabajadores del aeropuerto.
Tiendas de campaña donde viven en Ibiza algunos trabajadores del aeropuerto. Marcelo Sastre

Todo el mundo especula: no sólo los fondos de inversión que compran edificios enteros. También el que tiene un terrenito y lo alquila sin permiso para que alguien coloque una caravana (700 euros al mes más fianza), o el que realquila ilegalmente su cama por noches para sacarse un sobresueldo en verano. La burbuja inmobiliaria, pues, se infla sin parar porque no hay nadie que no sople. Un caso entre mil que relata una chica joven que prefiere no dar su nombre: “La propietaria del piso de tres habitaciones en el que vivo en la ciudad de Ibiza lo alquila, en negro, a una mujer, que llamaremos Rosa, por 1.200 euros. Muy barato, la verdad. Rosa realquila dos habitaciones, una a una amiga y otra a mí, por 500 euros cada una. Y, a veces, realquila su propia habitación a 120 euros la noche y se va a dormir al salón. La propietaria no se entera de nada. Pero el día en que se entere, nos echa a todos y realquila ella misma las habitaciones para sacarse todo el dinero que ahora se saca Rosa”.

El hospital de Can Misses, donde trabajarán hasta que se vayan Sonia Sancho y Paloma Garzón, ha habilitado un ala del edificio inutilizada y ha reconvertido las habitaciones vacías de los antiguos enfermos en habitaciones individuales para alojar, gratis, a los médicos y enfermeros que llegan en verano y no tienen dónde meterse. Empezaron por ocho habitaciones hace años. Ahora son ya 42. El plan es levantar una residencia en un edificio aledaño.

El director general de Vivienda y Arquitectura del Govern balear, del PP, José Francisco Reynés, además de tratar de acelerar la construcción de viviendas protegidas en todas las islas, recuerda que se han puesto en marcha medidas específicas en Ibiza: permitir que se construyan edificios de viviendas en zonas declaradas turísticas —donde solo se podrían levantar hoteles— para alojar a los trabajadores de esos hoteles; y coordinar convenios entre hoteles y consejerías como la de Sanidad y la de Educación para poder alojar allí con subvenciones a profesores y médicos. Reynés reconoce que son iniciativas a medio y largo plazo y apela a la conciencia colectiva: “Este no es un problema solo de los políticos. También atañe, por ejemplo, al que alquila ilegalmente una vivienda. Está contribuyendo a que el día de mañana, por ejemplo, su hijo no tenga un profesor o su calle un policía”.

Sonia Iglesias, Amelia González y Daniel Granda pertenecen al Sindicato de Inquilinos de Ibiza. Se han unido para defenderse de los propietarios que les quieren echar de sus pisos de alquiler, para contratar conjuntamente abogados que les defiendan, para litigar unidos, para intercambiarse información sobre derechos y leyes inmobiliarias y, muchas veces, simplemente, para quedar y hablar entre ellos. Se sienten habitantes del futuro y previenen al resto: “Esto que pasa en Ibiza en unos años puede pasar en otros sitios de España”. Para evitar esto, precisamente, el Ayuntamiento de Barcelona decidió el viernes 21 de junio que eliminará sus 10.000 pisos turísticos antes de cinco años. Iglesias y los otros se quejan sobre todo de la progresiva degradación de su nivel de vida, de escalón en escalón, a base de ir pagando un alquiler más caro cada vez que termina el contrato. Esta tarde, en un bar de Santa Eulària des Riu donde se han reunido —la localidad mayor de 25.000 habitantes más cara de España—, les acompaña una mujer entristecida de mediana edad, con gafas oscuras, a la que, como a otros muchos en la isla, le obsesiona la fecha, demasiado cercana ya, en que terminará su contrato de alquiler y deberá renegociar con el propietario. Tal vez acabe perdiendo la casa. Piensa en eso y pronuncia una frase que alude a los dos mundos cada vez más separados que conviven en Ibiza: “Aquí, o eres muy rico o te conviertes en un desgraciado”.

Amelia González, Daniel Granda and Sonia Iglesias, members of the Ibiza Tenants Union.
Amelia González, Daniel Granda y Sonia Iglesias, miembros del Sindicato de Inquilinos de Ibiza. Marcelo Sastre

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Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.
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