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BEI: el banco que nació para el sur de Italia y ahora mira a Ucrania

A la entidad que presidirá Calviño le espera un papel clave en la transición verde y en la geoestrategia europea

La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño, responde a las preguntas de los periodistas antes de la reunión del Ecofin de este viernes.Foto: OLIVIER HOSLET (EFE) | Vídeo: EPV
Manuel V. Gómez

En los últimos días de noviembre, mientras la disputa por la presidencia del Banco Europeo de Inversiones (BEI) entre la que será su próxima jefa, Nadia Calviño, y su principal rival, Margrethe Vestager, captaba toda la atención, en Luxemburgo, donde está la sede de la entidad, se publicaban dos documentos clave. Ambos explican por dónde irá la estrategia del banco en el futuro próximo: uno revisa y evalúa la hoja de ruta que aprobó en 2021 para lograr que cuatro años después al menos el 50% de sus créditos financien actividades encaminadas a evitar el cambio climático e impulsar el crecimiento sostenible; el otro despliega su papel de brazo financiero en los planes geopolíticos de la UE. Y ahí, una vez tras otra, aparece la palabra Ucrania, en cuya reconstrucción la UE y el propio BEI “tendrán un reto mayúsculo”.

Leer y estudiar estos dos papeles será, probablemente, una de las tareas de Calviño al frente del banco. Ella parece que lo tiene claro. “Tiene que desempeñar un papel más importante [...] para lograr una transición tecnológica, ecológica y digital justa y proteger nuestra autonomía estratégica en un contexto de tensiones geopolíticas”, explica la todavía vicepresidenta primera del Gobierno español en la carta que envió a los gobernadores del banco el pasado 10 de agosto, cuando presentó su candidatura. No dice mucho más. Son tres páginas destinadas a defender su perfil, si bien, antes desvela estas líneas básicas sobre su plan para una entidad creada en 1958 para financiar al deprimido sur de Italia y que hoy da préstamos en 170 países.

Gusta bastante en las instituciones europeas presumir de que este banco público comunitario es la mayor entidad financiera multilateral del mundo por volumen de activos. Estos se acercan a los 550.000 millones de euros, bastante más que los 336.000 millones de dólares (312.000 millones de euros) del Banco Mundial. Aunque hay una diferencia fundamental: el primer cliente destacado del Banco Mundial son los países africanos; en cambio, casi el 90% del dinero prestado por la entidad europea va a países o empresas del rico primer mundo.

España destaca entre estos últimos. Es el país que tiene más préstamos vivos concedidos, 75.000 millones, una cantidad que supera de largo todo el dinero que prestó el BEI a lo largo de 2022 (65.000 millones). La relación con la entidad de Luxemburgo se estrechará aún más, y no solo por Calviño. El plan de recuperación contempla que esta organización gestione unos 20.000 millones de euros para dar créditos a las comunidades autónomas.

Cuando se lanzó la carrera para suceder al alemán Werner Hoyer, todos los ojos miraban a Berlín y París para averiguar a qué candidato apoyaban. Los augures escrutaban las palabras sobre el BEI de sus ministros de Finanzas, Christian Lindner y Bruno Le Maire, respectivamente, para adivinar a quién apoyaban. Decepcionaron, aunque dejaron claro qué le pedían ellos a los aspirantes. El alemán, que la entidad mantuviera las máximas calificaciones financieras de los mercados, la llamada triple A. También mantiene unos indicadores de solvencia que superan con mucho los de los bancos comerciales, por ejemplo, el CET1 (el capital de mayor solvencia) es del 35%, muy por encima del 10,7% que pide el BCE a las entidades que supervisa.

Esas calificaciones le permiten acudir a financiarse a los mercados y hacerlo a precios muy bajos porque quienes compran sus bonos entienden que haciéndolo arriesgan muy poco. A esto se une que el BEI no tiene ánimo de lucro y, por tanto, aplica márgenes de ganancia bajos a sus créditos. De hecho, sus beneficios son bajos para la cantidad de activos que tiene: 2.366 millones, una rentabilidad de apenas el 0,43%. La primera consecuencia es que este banco puede dar préstamos baratos para impulsar el desarrollo. Y esta sería una primera ventaja para sus principales clientes, los Estados miembros de la UE, que son también sus únicos accionistas. Hay otra: al no repartir dividendos y dedicarlos a fondos propios, sus dueños no tienen que aportar mucho capital. Solo han puesto 22.190 millones de los casi 250.000 que tienen suscritos.

Pero esta retahíla de números da paso, y al mismo tiempo explica, las críticas a la gestión de la entidad por exceso de prudencia y no arriesgar más en su actividad. Los proyectos en los que pone dinero tienen que ser sólidos, mucho, tanto como las variadas infraestructuras que financia (hospitales, trenes, líneas de ferrocarril, estaciones, parques eólicos o canalizaciones y depuradoras de agua). Solo así se explica que con un margen de rentabilidad tan bajo siempre tenga beneficios. “Es más un fondo de pensiones que un banco”, ironiza un antiguo funcionario de la Comisión Europea. “La triple A es una obsesión”, apunta con tono jocoso otro observador cercano de las instituciones financieras de la UE.

La entidad sabe que estas críticas la acompañan y trata de contrarrestarlas poniendo ejemplos de algunos proyectos que ha financiado, como un préstamo concedido en Cerdeña para una tecnología de licuación de dióxido de carbono para su almacenamiento posterior. También le gusta destacar que dio préstamos para vacunas contra la covid-19. Por ejemplo, un crédito de 100 millones para Biontech, la empresa alemana que está detrás de la vacuna de Pfizer, y otro de 45 millones para Hypra, la española.

El nombre del BEI suele sonar en Bruselas cuando llegan las crisis. Se piensa en él como una herramienta a potenciar para amortiguar el golpe de una recesión. Luego, como tantas veces, se diluye. Fue, por ejemplo, la primera idea de algunos ante el impacto de la covid-19. Después se creó el Fondo de Recuperación. Ahora, en cambio, se piensa en la entidad para algo mucho más adecuado a lo que es su fin de financiación del desarrollo económico.

Las condiciones para que la institución que va a presidir la aún ministra de Economía juegue un papel protagonista ya están puestas. Las necesidades de financiación en las transiciones digital y energética van a ser ingentes. La Comisión Europea cifra que la UE necesitará 620.000 millones al año. Después de citar las transiciones gemelas, el eurodiputado socialista español Jonás Fernández le pone al BEI los deberes de apoyar no solo a Ucrania, sino también a países en los que el continente debe reforzar sus intereses estratégicos: “Puede usarse su capacidad para apoyar más a los países vecinos, el sur del Mediterráneo, y a Latinoamérica”, desarrolla.

Y estas exigencias llegan en un momento en que los Gobiernos no van a poder echar mano del gasto público a espuertas como ha pasado durante las tres crisis sistémicas sufridas en los últimos 15 años (la financiera, la provocada por la pandemia y la energética). Una consecuencia de estas es la montaña de deuda pública acumulada. “El margen de maniobra financiera de los Estados miembros es limitado. El Banco Europeo de Inversiones tiene, pues, un papel decisivo que desempeñar”, destacaba el francés Le Maire en el mensaje en que felicitaba a su homóloga. Además, los tipos de interés están altos. Probablemente empiecen a bajar en primavera o verano, con permiso de la inflación, pero los años en que se pedía dinero al 0% son pasado. Y es ahí donde se abre una oportunidad para el BEI y para la primera mujer que lo va a presidir en su historia.

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Sobre la firma

Manuel V. Gómez
Es corresponsal en Bruselas. Ha desarrollado casi toda su carrera en la sección de Economía de EL PAÍS, donde se ha encargado entre 2008 y 2021 de seguir el mercado laboral español, el sistema de pensiones y el diálogo social. Licenciado en Historia por la Universitat de València, en 2006 cursó el master de periodismo UAM/EL PAÍS.

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