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El preciado langostino de Sanlúcar se esfuma de las redes de pesca

Asociaciones pesqueras y científicos sospechan que la invasión del cangrejo azul está detrás de la caída a la mitad de las capturas en apenas un año

Jesús A. Cañas
Langostino de Sanlúcar
El marinero Juan José Palacios selecciona los langostinos de Sanlúcar capturados el pasado jueves, en la lonja del puerto de Bonanza, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).JUAN CARLOS TORO

El intenso naranja del atardecer recorta el paisaje desde el cantil del puerto de Bonanza. El fuerte viento de levante mece decenas barcos de pesca amarrados al muelle. Justo al otro lado del río Guadalquivir, los últimos rayos de sol oscurecen el verdor de Doñana. El bucolismo dura lo que José Carlos Macías, técnico de la Cofradía de Pescadores de Sanlúcar de Barrameda, tarda en narrar la crisis que les atenaza: “Aquello es reserva de pesca, ha llegado el cangrejo azul y, sin depredador natural, lo ha llenado todo”. La proliferación de esa especie invasora que, hace años, amenaza también al Levante español, es la única explicación que los pescadores de la zona encuentran al descenso drástico que sufren las capturas del langostino de Sanlúcar, afamada y cada vez más preciada especie, sumida en una crisis tan desconocida como incierta.

“En Sanlúcar, en la hostelería, en el Ayuntamiento y en la sociedad, la preocupación es grandísima”, explica Javier Garat, presidente de la Confederación Española de Pesca (Cepesca). Lo que no trajo ni el parón mundial por el coronavirus ha ocurrido este 2021. En 2020, los 54 barcos de arrastre y 12 de cerco del puerto de Bonanza capturaron 144.675 kilos de su langostino tigre, convertido en marca nacional registrada y en todo un emblema de la ciudad. Apenas 12 meses después, el recién terminado balance anual de la cofradía sanluqueña se ha cerrado con una preocupante producción de apenas 73.598 kilos. Las cifras de este marisco podrían parecer menores en la que es la segunda lonja de Andalucía en ventas si no fuese porque es de los géneros más caros que vende. De los 24,5 millones de euros que Sanlúcar subastó en pescado en 2020, hasta 2,9 millones (casi el 12%) fueron de langostino. En 2021, las ventas cayeron a 22 millones, de los que 2,26 millones corresponden a este crustáceo.

Si la caída económica no ha sido tan acusada como la de capturas es porque la importante demanda no ha parado de inflar los precios. De un precio medio de subasta de 20,32 euros el kilo en 2020, se pasó a los 30,74 euros del año pasado, con picos que rebasaron los 100 euros. Pero ni por esas se ha paliado la drástica desaparición de los langostinos de las redes de los pescadores. “Hace seis meses que empezamos a notar que estaba bajando”, relata Juan José Palacios, marinero del barco Sebastián y Guillerma, recién amarrado al puerto de Bonanza una fría y ventosa tarde de este mes enero. Palacios separa con mimo los crustáceos: los más pequeños van a una caja, los más grandes a otra. Termina rápido, apenas han cogido tres kilos, solo seis unidades dispuestas en fila han acabado en lote de los de mayor calibre. “Esto es lo que hay, antes normalmente cogíamos unos cinco kilos”, apunta el pescador.

El barco de arrastre 'Sebastián y Guillerma' descarga sus capturas de langostino en el puerto de Bonanza, en Sanlúcar de Barremeda, este pasado jueves.
El barco de arrastre 'Sebastián y Guillerma' descarga sus capturas de langostino en el puerto de Bonanza, en Sanlúcar de Barremeda, este pasado jueves.JUAN CARLOS TORO

No es la primera vez que el langostino de Sanlúcar experimenta una caída de capturas y ventas. “A lo largo de los años ha habido ciclos”, según apunta Garat. La menor flota de entonces y los errores de precisión en los conteos hicieron que ya entre los años 2009 y 2011 hubiese menos pesca del crustáceo, “pero los descensos nunca fueron tan acusados como ahora”, apunta Macías. De ahí que, frente a factores que ya llevan años invariables, como el paulatino incremento de la flota, el furtivismo o el cambio climático —que se nota en la presencia de más temporales—, los pescadores solo encuentren la explicación en la voracidad de un nuevo inquilino llegado al estuario del Guadalquivir.

Un cangrejo voraz

Allá por 2013 fue cuando, entre las redes de los pescadores, se colaron los primeros ejemplares del cangrejo azul, una especie invasora procedente de aguas atlánticas de Norteamérica que lleva años dando problemas a las especies autóctonas del Levante español. Y apenas cinco años después, los locales ya eran muy conscientes del problema que se les venía. El crustáceo es tan agresivo y depredador que, con sus potentes pinzas, es capaz de arrasar con todo lo que encuentra a su paso. Máxime si su nuevo hogar es el tramo final del estuario del Guadalquivir, donde opera una reserva de pesca que impide toda actividad que no sea el marisqueo a pie. “Allí el cangrejo ha encontrado una zona maravillosa para reproducirse. Está de lujo, se harta de comer y no tiene depredadores”, añade el presidente de Cepesca. La presencia de este nuevo invasor en la zona interfiere con el ciclo vital del langostino tigre o Melicertus kerathurus, una especie presente en el Golfo de Cádiz que, a lo largo del año, aprovecha el río y su desembocadura para el desove y el desarrollo de los ejemplares juveniles.

Macías no tiene apenas dudas de que la súbita caída de las capturas del crustáceo sanluqueño tiene que ver con el recién llegado: “Ya ha pasado con el langostino en el Mar Menor. En Isla Mayor (Sevilla), hasta se está comiendo al cangrejo rojo, que también era invasor”. La sospecha tiene que ser confirmada con un estudio que los científicos del CSIC están elaborando en el proyecto InvBlue, que ya ha alertado de que la zona del golfo de Cádiz es un área “especialmente vulnerable a invasiones”. Distinto es confirmar la relación causa-efecto con la caída de la población del langostino, algo en lo que justo ahora se afana el científico Enrique González-Ortegón, por medio del análisis del contenido estomacal del cangrejo. “La información que tenemos a día de hoy es escasa y poco representativa para saber qué está pasando”, apunta el experto.

Pero Macías y los suyos llevan ya demasiado tiempo esperando, desde que en 2018 dieron la voz de alarma: “La rapidez es fundamental con una especie invasora. Hay que tomar medidas urgentes por un lado, y estudiar por otro”. De ahí que la Cofradía de Pescadores de Sanlúcar lleve ya más de medio año reclamando a la Junta de Andalucía que les permita realizar pescas controladas de cangrejo azul en las zonas de reserva del estuario. La idea es similar a la que se ha seguido en el Mediterráneo, donde incluso se ha generado un mercado estable de venta del invasor, gracias a su potente sabor. “Requerirá un permiso especial, con un plan experimental científico. Eso beneficiaría a todos. Aumentarían las capturas en lonja y ayudaría a que se controlase la especie”, asegura Garat. La Delegación de la Junta de Andalucía en Cádiz asegura estar al corriente de la demanda de los pescadores. Además, explica que ya ha permitido el marisqueo a pie de la especie y que ahora estudia esa posibilidad de que pueda ser también por medio de barcos que tendrán que estar controlados con un registro, limitados a unas artes de pesca concretas y con la presencia de observadores científicos, requisitos ya trasladados por Garat a la Administración.

La duda está en si el permiso llegará a tiempo para salvar al afamado langostino de Sanlúcar. “Hay barcos de arrastre [que navegan a distancias de hasta 12 millas] que los están encontrando ya, lo que da una idea de cómo se está extendiendo”, apunta Macías. El técnico ni siquiera sabe vaticinar qué será del crustáceo a corto plazo y vaticina una primavera complicada de capturas. Mientras, el langostino ya empieza a resentirse en las cartas y pizarras de la hostelería local, justo en el año que la ciudad ha sido escogida como Capital Española de la Gastronomía 2022 por la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo (Fepet). “Me temo que la ciudad va a notar más la falta que la gente del mar”, augura Macías con gesto sombrío.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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