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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amartya Sen es de todos

Las ideas del galardonado con el Príncipe de Asturias han creado escuela entre los defensores de los derechos humanos, que incluyen los derechos económicos y sociales, no solo los políticos y civiles

El economista indio Amartya Sen, en 2013.
El economista indio Amartya Sen, en 2013.Mario López (EFE)
Joaquín Estefanía

El Princesa de Asturias de Ciencias Sociales concedido al economista indio Amartya Sen es un premio imbatible. Será muy difícil encontrar opiniones críticas sobre el mismo desde cualquier ángulo ideológico. Sen es de todos. Este es un premio que ha avanzado extraordinariamente con el tiempo hacia su internacionalización (Habermas, Krugman, Darhendorf, Todorov, Rodrik, Esther Dufló…) desde aquellas primeras convocatorias que identificaron a los mejores sabios españoles y latinoamericanos en ciencias sociales (Ramón Carande, Fuentes Quintana, el Colegio de México…).

Dada la amplitud de los intereses intelectuales de Sen, siempre multidisciplinares, será preciso escoger entre ellos para subrayar alguno. En primer lugar, sus ideas-fuerza centrales, que han creado escuela entre los defensores de los derechos humanos —que incluyen los derechos económicos y sociales, no solo los políticos y civiles—: el hambre no es consecuencia de la falta de alimentos sino de las desigualdades en los mecanismos de distribución de los mismos; para que haya un crecimiento económico sostenido, las reformas políticas y sociales deben preceder a las reformas económicas; las hambrunas no ocurren en las democracias, nunca ha habido una hambruna grave en un país democrático, ni pobre, ni rico; para que funcione ese nudo gordiano entre democracia y capitalismo, ambos términos deben mantenerse en cierto equilibrio, en sus virtudes y en sus defectos, y en los últimos tiempos el capitalismo se ha fortalecido mucho más que la primera, enferma de anemia.

Su presencia en los laboratorios en los que se han analizado las fórmulas para conocer mejor la situación socioeconómicas de las personas y los países, ha sido constante. Empezando por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que hace más de tres décadas creó, con la aportación central de Sen, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que no sólo contenía la cuantificación de la producción y los servicios (producto interior bruto), sino aspectos como las expectativas de vida o la educación de los ciudadanos. Si no se mide así, los indicadores macroeconómicos no necesariamente mostrarán cómo viven en realidad los habitantes de un país.

Siendo presidente en Francia, Nicolas Sarkozy encargó a una comisión dirigida por Sen, Joseph Stiglitz y Jean-Paul Fitoussi la creación de un indicador de progreso que sirviese para medir mejor el bienestar. Una de las razones por los que la mayor parte de la gente percibe que está peor aunque el PIB suba es porque efectivamente está peor, decía el informe que hicieron público. A menudo se observaba una diferencia muy notable entre las mediciones más habituales de las variables socioeconómicas como el crecimiento, la inflación, el desempleo… y la percepción generalizada de la realidad económica.

En el prefacio a uno de los libros más importantes de su amigo, el también economista Albert Hirschman (Las pasiones y los intereses), Sen desnudaba su pensamiento con una analogía “propia de Hollywood”: a usted le persiguen unos fanáticos asesinos a los que les disgusta profundamente alguno de sus rasgos, el color de su piel, el aspecto de su nariz, la naturaleza de su fe o lo que sea, cuando se abalanzan para atraparle. Usted lanza a su alrededor una cantidad de billetes y huye; los perseguidores cambian de objetivo y tratan de tomar el dinero. Al escapar, tal vez usted quede impresionado por la buena suerte de que los matones hayan mostrado un interés personal tan benigno, pero el fino analista con afán globalizador advertirá también que esta situación no es sino un ejemplo del fenómeno general del aprovechamiento de una pasión violenta en favor del interés inocuo de la adquisición de riqueza.

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