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Víctimas de las burbujas bancarias

La verdadera temeridad de las entidades fue financiar actividades inmobiliarias puramente especulativas

Una oficina de Caixabank en Madrid, la semana pasada.
Una oficina de Caixabank en Madrid, la semana pasada.Isabel Infantes (Europa Press)
Andreu Missé

Estos días decenas de miles de trabajadores de banca viven con consternación las implacables medidas que han adoptado las grandes corporaciones que suponen la liquidación de más de 18.000 puestos de trabajo. En total ya van más de 100.000 empleos destruidos desde que estalló la crisis financiera en 2008. Las drásticas decisiones se han argumentado por necesidades de adaptar las estructuras bancarias a las necesidades digitales y a la competencia de las grandes compañías tecnológicas.

Es cierto que los cambios tecnológicos y la nueva realidad de los tipos negativos aplicados por el Banco Central Europeo (BCE) dificultan seriamente la actividad del sector. Pero lo que ha ocurrido en el mundo financiero no se puede comprender sin considerar su participación en las sucesivas burbujas que trastornaron completamente la economía española durante la primera década de este siglo.

La primera burbuja fue generada por una concesión irracional del crédito. Entre 2000 y 2008, las entidades financieras triplicaron el volumen de créditos hasta 1,8 billones de euros. Pero la verdadera temeridad fue financiar actividades inmobiliarias puramente especulativas cuya cuantía se multiplicó por diez hasta 318.032 millones de euros. En algunos casos los receptores de estos créditos fueron compañías formadas por los propios bancos, vulnerando todas las normas. Cuando estalló la burbuja, el porcentaje de morosos en estas actividades llegó al 38%. Fue el núcleo de las grandes pérdidas bancarias que sacudió al sector, provocó el cierre de la financiación general y el parón económico. Hay que recordar que los impagados de hipotecas para financiar la compra de viviendas nunca superó el 6,3%, y, por tanto, era un problema controlable.

Esta burbuja del crédito infló otro globo. Los beneficios de bancos y cajas que durante aquel periodo ascendieron a la friolera de 122.438 millones de euros, el triple del periodo anterior. Para conseguir estos resultados se incrementó la red de oficinas en un 17% y el número de trabajadores en un 13%. Era la época en que resultaba incomprensible la profusión de oficinas bancarias por todas las ciudades y pueblos. Luego vino el desastre y el rescate de la Unión Europea. De momento se ha perdido la mayor parte de las ayudas públicas, o “no recuperadas” como precisa el catedrático de Economía, Antoni Garrido, y que estima en unos 50.000 millones de euros. Y el suma y sigue de pérdidas continúa. Sin olvidar los cientos de miles de víctimas como los preferentistas y otros ahorradores.

El ajuste de estos excesos ha sido impresionante. La banca cuenta ahora con unas 22.000 oficinas, menos de la mitad que en 2008. Ha sido un despilfarro de recursos impresionante que nadie cuenta.

La banca ha sido muy costosa en España. El llamado sector privado está hoy sostenido por el BCE. Las manifestaciones del Gobierno de que se reconsideren los despidos y limiten los sueldos de sus directivos están más justificadas que nunca. No deberíamos tolerar otra historia como esta.

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