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Empobrecer al vecino

La historia del Brexit no ha acabado y Londres todavía puede tener la tentación de dar una nueva vuelta de tuerca

Xavier Vidal-Folch
Los camiones hacen cola en la zona de control de frontera en el puerto de Dover, en el Reino Unido.
Los camiones hacen cola en la zona de control de frontera en el puerto de Dover, en el Reino Unido.DPA vía Europa Press (Europa Press)

Cuando un país se empobrece con relación a los demás, por ejemplo a causa de una crisis que le afecta más severamente que al resto —eso que se conoce como shock asimétrico—, puede intentar resituarse a las bravas. Y reequilibrar sus dañadas relaciones de intercambio a base de protegerse por la vía de empobrecer a los demás (beggar-thy-neighbour).

Es lo que ocurrió, hasta el paroxismo suicida, en la Gran Depresión de los años treinta. ¿Cómo? Encareciendo las importaciones (subiendo aranceles a su entrada y/o bajando los impuestos a las exportaciones); o su coste monetario, mediante devaluaciones competitivas de la moneda nacional: al depreciar el tipo de cambio favoreces tus ventas y desincentivas tus compras.

Esa es la tentación que acecha al Reino Unido. El primer mes casi completo de Brexit total —en versión dura, aunque no caótica, gracias al acuerdo comercial de futuro— valida lo pronosticado: no provoca una catástrofe, ningún desplome de la economía británica. Pero sí múltiples problemas y frenos al crecimiento que se suman a (y confunden con) los generados por la recesión pandémica.

Las crónicas de Londres son unánimes. Las colas de camiones en las fronteras se multiplican. Las gestiones aduaneras se complican con un papeleo interminable. Los productos perecederos agonizan en la espera de trámites burocráticos. Algunos de los presuntos grandes beneficiarios, como los pescadores, se soliviantan.

Todo perfila que los costes administrativos de la retirada británica de la UE se acercarán, solo para los isleños, a los 8.000 millones de euros anuales, dos tercios de su antigua contribución neta al presupuesto de la UE. Con la diferencia de que esa factura es un coste hundido; y su contribución era una inversión en el manejo político de la orientación futura de la Unión.

Y es que el reino no se ha separado solo del mercado común, un área sin aranceles internos. Y de la unión aduanera, una zona con una tarifa exterior común frente a terceros países. Sino también del mercado interior que abolió desde el Acta Única de 1986 las barreras internas no arancelarias (estándares, controles administrativos), creando la Europa sin fronteras.

Así que la factura empieza a doler a sus paganos, desprevenidos o no. Algunos observadores, como el maestro Robert Tornabell, temen una vuelta de tuerca, un “Brexit duro” que “puede consistir en dejar que se deprecie la libra esterlina frente al euro” (Expansión, 22 de enero).

Otros reiteran el temor a una futura competencia impositiva agresiva o desleal, la amenazante sombra de un “Singapur sobre el Támesis”, lo que ciertos expertos de la London School ponen en cuestión porque “reducir la regulación en un ámbito cuando dependes tanto del comercio con la UE es difícil” (The implications of Brexit for the UK economy, LSE, 4/2/2020). En todo caso, la historia no acabó. Atentos.

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