La nueva fiebre del oro revive en plena crisis
El metal precioso emerge como alternativa para los inversores ante la volatilidad de las Bolsas
Por primera vez desde los años ochenta, comprar una onza de oro en los mercados internacionales es más caro que adquirir un metro cuadrado de un piso en España. El escenario de tipos bajos —letal para conseguir rentabilidad con otras apuestas— y de gran inestabilidad en los mercados financieros ha llevado a los inversores a buscar refugio en el metal precioso, que este verano llegó a superar los 2.000 dólares (unos 1.700 euros), como nunca lo había hecho desde que hay registros. Ni siquiera durante la Gran Recesión, cuando concurrían unas circunstancias semejantes. Pero no es un hecho aislado: las alternativas a las inversiones tradicionales en Bolsa y bonos del Estado, como la plata o el bitcoin, se han convertido en las grandes protagonistas del segundo semestre.
La nueva fiebre del oro dista mucho de ser una aventura como la de las películas. A diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos durante el siglo XIX, esta vez no está protagonizada por pobres que se lanzan a un territorio inexplorado con el sueño de enriquecerse, sino por ricos que se agarran a lo que ya conocen para tener su dinero a buen recaudo. En una época de incertidumbre, el metal precioso se ha convertido en la inversión perfecta: garantiza liquidez y mayor estabilidad que las Bolsas frente a la crisis del coronavirus, pero además es rentable. Con los tipos de interés al 0%, esto último supone la cuadratura del círculo.
Desde el inicio del año, el oro se ha revalorizado un 23%, pero el Ibex 35 madrileño no ha corrido la misma suerte: se ha desplomado un 29%, en línea con los principales selectivos europeos. Mientras los parqués dudan en su remontada tras el shock inicial de la pandemia, atenazados por el miedo a la evolución del virus y la incertidumbre geopolítica, las llamadas commodities (materias primas) avanzan con decisión: la plata ha doblado su valor desde el inicio de la crisis —en agosto llegó a alcanzar máximos de siete años— y el platino ya ha recuperado lo perdido tras el descalabro de marzo, cuando se dejó un 40% en solo una semana. El café, el cacao o el trigo también se han repuesto del bache, frente a la volatilidad de un petróleo que ha llegado a cotizarse en negativo por primera vez en la historia.
Refugio es la palabra clave. En las últimas décadas, el oro siempre han subido en momentos de pánico. Sus tres máximos anteriores se produjeron durante la segunda crisis del petróleo (1980), el colapso de las hipotecas basura en Estados Unidos (2008) y los peores tragos de la crisis de deuda europea (2011). Esta vez ha sucedido lo mismo, pero con efectos amplificados por una política monetaria que no deja grandes alternativas de inversión.
Joaquín Robles, analista jefe de XTB, cree que las compras masivas de bonos —públicos y privados—protagonizadas por los bancos centrales para evitar un marasmo como el de la Gran Recesión tienen mucho que ver: “Las rentabilidades de la deuda soberana son negativas, no te protege de la inflación”. Hasta ahora, las letras del tesoro alemán constituían el producto estrella en situaciones de incertidumbre, pero pagar por prestar tu dinero no parece la opción más rentable, por mucho que el coste de la vida apenas varíe.
Con el oro sucede algo distinto: la oferta es limitada, por lo que un ligero aumento de la demanda puede disparar los precios. Solo hay que saber cuándo entrar y, según Barani Krishnan, analista de Investing.com, “el ascenso o la caída depende casi por completo de una cosa: el dólar”. La moneda de cotización del metal precioso ha registrado en septiembre mínimos en más de dos años —de acuerdo con el índice que la compara con otras seis divisas principales—, lo que favorece la fiebre dorada de los pequeños inversores y los grandes fondos, ansiosos por aprovechar la oportunidad que ofrece el dinero barato y protegerse ante futuras tensiones inflacionistas. Su reciente repunte ha generado el mismo efecto, pero a la inversa: el oro se ha depreciado un 3,6% en las últimas seis sesiones.
¿Otra burbuja del bitcoin?
Mientras los padres encuentran en la fiebre dorada el refugio que solía ofrecer el dólar estadounidense, los hijos buscan emociones fuertes. Según un estudio del banco de inversión JP Morgan, la estrategia para capear la crisis del coronavirus es cuestión de edad: los veteranos prefieren la estabilidad del metal precioso y los más jóvenes se la juegan con las criptomonedas.
El bitcoin, un método de pago virtual creado en 2008, ha llegado a alcanzar máximos de 10.000 euros en las últimas semanas, el doble que al inicio de la crisis y su mejor cota desde hace un año. Sin embargo, Pinchas Cohen, especialista de Investing.com, considera que aún es muy pronto para hablar de una nueva burbuja, como la que lo llevó a hundirse un 83% en 2018: “El oro está en pleno repunte, mientras que el del bitcoin no ha hecho más que empezar. Tendría que casi duplicar su valor para alcanzar máximos, lo que le da mucho margen de subida”, responde por correo electrónico desde Tel Aviv.
La ausencia de un marco regulatorio estable convierte a las criptomonedas en un producto volátil, pese a los esfuerzos por sacarlas de la situación alegal en la que nacieron. Diego Morín, analista de IG, ve en el rally veraniego del bitcoin la mano de los buitres habituales: “Los grandes fondos y bancos de inversión son los especuladores detrás de estos fuertes movimientos”. Los gráficos en forma de dientes de sierra constituyen el mejor ejemplo de la incertidumbre que preside el mercado.
Ninguno de los expertos consultados cree que las commodities vayan a caer a corto plazo, pero cuando la fiebre sube demasiado el riesgo se dispara. Como los pioneros que intentaban separar el oro de la tierra en los ríos de California, solo tendrán éxito quienes sepan cribar las oportunidades que esconden las aguas turbulentas de la crisis.
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